Me apresuro a pagar la cuenta y salgo rápidamente del lugar. Roger, que ha permanecido en silencio durante todo el incidente, me sigue y se sube al auto. Muevo el coche apenas unos metros de la entrada, mientras el tumulto de la cafetería se desvanece en el retrovisor.—¿Qué haces? —pregunta Roger, con preocupación.—¿Qué no ves? La estoy esperando.—No creo que sea prudente que la veas ahora. Allá adentro dejó claro que no te necesita. Ya lograste que te odie; ¿qué más quieres?—Hablar con ella.—Es un caso perdido.—¿Acaso no viste lo que hizo ese tipo?—Sí, vi cómo ella se defendió. Desde mi perspectiva…—Shh, hablamos luego. Ahí está saliendo.—¿A dónde crees que vas? ¡Esteban!Ignorando a Roger, salgo del coche y voy tras Jenny. Ella se dirige hacia la puerta trasera, adentrándose en un callejón estrecho y solitario. Al verme, cambia de dirección para evitar cruzarse conmigo, apresurando el paso y mirando al suelo, tratando de desaparecer de mi vista.—¡Jenny, espera! —le grito,
JennySigo caminando unas cuadras hasta la parada de autobuses, me siento en una de las bancas y respiro profundamente para reprimir el coraje.“¿Por qué tuvo que aparecer de nuevo? ¡Maldito estúpido! ¿Quién le dio el derecho de defenderme? ¡Yo no lo pedí! ¡No! No necesitaba que me defendiera. Ese hombre solo trae desgracia a mi vida, lo odio, lo odio con toda mi alma. ¡No lo soporto! Y encima me besa, el muy cretino.”Maldito idiota, no sé qué es lo que más detesto de él, si su manera de atacarme o esa manera de… besarme y hacer que pierda el conocimiento. ¡Diablos! ¿Qué estoy diciendo? No puede gustarme, es tan… tan guapo y… ¡Joder! Debo dejar de pensar en él de esta manera tan lujuriosa o terminaré masturbándome en el autobús.Saco el teléfono y los audífonos de mi bolsa para escuchar música mientras espero mi transporte. De nada sirve llorar sobre la leche derramada. Ya está hecho el daño y no hay marcha atrás. Acabo de perder mi mejor trabajo de fin de semana, y con lo difícil qu
—Un imbécil me tocó el trasero y lo abofeteé. Tenía controlada la situación, a no ser por el imbécil pervertido que se entromete y se arma un alboroto enorme. Cuando el jefe salió de su oficina, me miró y frente a todos me despidió.—Sin que te moleste —me detiene levantando la mano—. Sé que lo odias por el beso, pero un caballero hace eso, defender a una mujer.—No le pedí que lo hiciera. Ya antes he pasado por eso y nunca ha llegado a mayores, y encima termina besándome para calmarme. ¿Puedes creerlo?Amelia estalla en carcajadas incontrolables.— ¡Ay, virgencita! Ya quiero conocer a ese hombre. Se me hace tan interesante.—No puedo considerar que te pongas de su lado siempre.—Se me hace tan tierno e indecente, es como una mezcla peligrosa de deseo y lujuria. Ahora estoy más segura de que es tu media naranja.— ¿No que lo era Carlos?—Bueno, también lo es, si pudieras estar con los dos sería fenomenal.—Estás demente, yo no puedo estar con los dos, ni siquiera pensar que pueda sent
¡Oh Dios mío! ¿Carlos Martinelli quiere verme? Es casi increíble. ¿Debería sentirme emocionada o nerviosa? Definitivamente, emocionada de que alguien como él se fije en mí. ¡No, no, no! ¡Es una locura! Si alguien como yo sale con alguien de su estatus social, mi vida se volvería un caos, mi privacidad se vería comprometida y seré vista como una arribista. El amor es complicado para dos personas tan diferentes. Es romántico soñar, pero el sueño es solo una ilusión de que podríamos caminar en la misma dirección sin que nos señalen.¿Será posible que sea tan diferente como dice Amelia? ¡Ay, Dios mío! No sé qué siente mi corazón en este momento.Corro al baño para mostrarle a Amelia el mensaje. Ella estaba aplicándose una mascarilla de aguacate.—¿Por qué esa cara de angustia? —pregunta Amelia, mirando curiosa.—No vas a creer lo que te voy a mostrar —digo, sin poder ocultar mi emoción.—Si es un enorme consolador, definitivamente no lo creeré —responde con una sonrisa traviesa.—Deja de
—No sé qué hacer, Amelia —confieso.—¿Sobre la nueva cita? —pregunta, curiosa.—Aceptar la invitación me lleva directamente a su mundo, y ... tengo miedo. Mi corazón se descontrola y algo dentro de mí me frena.—¿Te gusta el salvaje?Sonrío de manera insegura.—No lo sé. No sé identificar lo que siento. Ese odio que siento cuando lo veo desaparece cuando estoy cerca de sus labios, cuando inhalo su aroma y mi cuerpo se impregna de su perfume varonil. Su mirada... —me estremezco—, me hace temblar las rodillas y siento un cosquilleo en el estómago, una excitación que no puedo controlar.—Definitivamente te gusta —concluye Amelia, algo preocupada.—Es que no puede gustarme alguien como él. Es tan brusco y... No puedo negar que me descontrola cómo me toma entre sus brazos y me hace estremecer. Esa mirada dulce sigue en mi mente, acelerando mis latidos cada vez que lo pienso. Me niego a creer que él es a quien mi corazón está esperando. Ya cometí un error una vez, no soportaría una decepció
EstebanDespués del incidente con Jenny, Roger y yo fuimos a almorzar y luego a Suesca. Intento despejar mi mente y no pensar en la enigmática mujer, pero no tengo éxito. Al caer la noche, regreso a casa después de la cena. La casa está en silencio, y supongo que mamá sigue molesta, así que trato de subir lo más sigilosamente posible. Sin embargo, antes de entrar a mi habitación, mamá me detiene. Odio cuando aparece de la nada como un ninja.—¿Estas son horas de llegar? —interroga, paralizándome. No la vi venir y dejo caer las llaves del auto.—Buenas noches, mamá —respondo, girando hacia ella.—¿Dónde has estado? —expresa, cruzándose de brazos. —Sales por la mañana y te pierdes todo el día. No contestas el celular. Me pregunto para qué tienes uno, si nunca contestas las llamadas.—No exageres, mamá.—Una de cada treinta veces que llamo, me contestas. O me equivoco.—Lo siento.—¿Lo sientes? ¿Te parece divertido lo que haces? Ya no eres un niño, pero te comportas como tal, tan caprich
—No dije eso.—Siempre lo has pensado, madre. Me culpas por su muerte, me haces la vida miserable porque crees que soy responsable. Intentas castigarme por algo que no hice —grito, con la voz rota por la frustración.—¡Cállate! —me grita, volviendo a abofetearme, la rabia y la impotencia se reflejan en sus ojos.En ese momento, la puerta se abre de golpe y Carlos aparece, con el rostro tenso y la determinación marcada en cada línea de su cuerpo.—¡Basta, mamá! —exclama, acercándose rápidamente para separarla de mí—. Ya es suficiente. No tienes derecho a tratarlo así.Carlos se interpone entre nosotros, su presencia imponente calma momentáneamente la furia de mamá. Ella lo mira con ojos llenos de sorpresa y rabia, pero el enfado se torna en confusión al ver la firmeza de su hijo.—No te metas, Carlos.—No puedes seguir tratándolo así. Necesitas calmárte y pensar en lo que estás diciendo. El trato que le das solo lo lastima más y no resuelve nada— la saca de la habitación.Escucho los m
—Quince años atrás—Para mi décimo cumpleaños, papá nos llevó a Curití, un lugar que resonaba en mi mente como un paraíso por descubrir. Aquel viaje prometía ser la culminación de meses de ilusiones y expectativas. Los días transcurrieron como un sueño hecho realidad, entre el resplandor del sol que acariciaba nuestra piel y la danza frenética de la lluvia que pintaba de frescura cada rincón del paisaje. Era como si la naturaleza misma estuviera celebrando con nosotros, convirtiendo nuestras cortas vacaciones en el mejor regalo del año.Pero como en todas las historias, incluso las más hermosas, hay un giro inesperado. Mi travesura, impulsada por la curiosidad infantil, pronto se convirtió en un torbellino fuera de control. Después de un día idílico en el Balneario Pescaderito, la lluvia nos sorprendió al atardecer, obligándonos a regresar precipitadamente al Refugio Hostel, apenas a unos minutos de distancia. En medio del fragor de la tormenta, me quedé rezagado, confiado en mi capac