Qué ansiedad dio este capítulo, ¿verdad? 😟😬, los que vienen son mejores… ❤
Una mano roza suavemente mi mejilla y me giro en la cama, encontrándome con sus ojos azules. Mi chico fantasma me mira y su rostro es tan claro como la felicidad que me invade al verlo. Está acostado a mi lado, observándome con su cabeza apoyada sobre una de sus manos, mientras con la otra me acaricia. Mi Alexander está aquí conmigo y puedo verlo completo…; ahora no hay ninguna oscuridad que me impida reconocerlo. No dudo ni un instante en moverme para acercarme a él completamente hasta que su aliento acaricia mi rostro suavemente. No puedo apartar mis ojos de los suyos; deseé tanto verlos que no quiero dejar de hacerlo y al parecer le sucede lo mismo, porque no ha dejado de mirarme a los ojos mientras esboza una suave y delicada sonrisa. La palma de su mano comienza a deslizarse por mi piel, calentando mi cuello y hombro y mientras más desciende, más aumenta la temperatura de su piel, ¿o la mía? Me estremezco cuando finalmente pasa por mi cadera y termina rozando mi muslo descubie
Alexander me ve y al principio parece sorprendido, pero una hermosa sonrisa empieza a formarse en su rostro y en el mío. —Mi pequeña —musita mientras me agacho para abrazarlo—. Estás aquí. Anhelaba tanto sentirlo cerca de mí que no puedo contener la emoción y comienzo a besar cada parte de su rostro mientras me deshago en lágrimas. —Y-yo, t-tuve mucho miedo —balbuceo mirándolo fijamente mientras acaricio su cabello. —No llores, amor. —Me limpia las lágrimas de las mejillas con los pulgares. —Te extrañé tanto. —Entierro la cara en su cuello y aspiro su aroma; ese mismo que me transmite la calma que necesito—. ¿Cómo estás? —Mucho mejor ahora que estás aquí. —Acomoda mi cabello estorboso hacia atrás y me atrae de la nuca para besarme en los labios. —Perdóname por no haber ido a verte en el hospital, rogué y no me lo permitieron. —No te preocupes, ni siquiera estuve consciente cuando estaba allá —afirma regalándome una nueva sonrisa que me hace sentir mejor—. No te he preguntado có
Mi hombre se da la vuelta dejándome ver el otro lado de su majestuosidad y ya simplemente no lo resisto… Me lanzo hacia él y me subo a su espalda apoyándome de sus hombros, mientras envuelvo su cintura con mis piernas; por poco se le cae la toalla, pero él consigue sostenerla en la parte frontal con una mano. «¿Para qué? Igualmente, voy a quitársela»… Dejo un beso en su nuca antes de volver al suelo y él se gira para mirarme mientras se sujeta la toalla nuevamente en la cintura; su expresión es de completo desconcierto, pero no le doy tiempo de decir nada y me apropio de su boca enseguida. Lo empujo hacia la cama y cuando sus pantorrillas chocan con el borde, se deja caer, correspondiendo a mi beso con la misma efusividad. Me siento a horcajadas sobre su cintura, sin dejar de besarlo, mientras él aprieta con fuerza la mía. —No lo soporto más —manifiesto, respirando agitada—. Quiero que seas mío ahora. —Ven pequeña. Una de sus manos deja mi cintura para atraerme de la nuca y devo
Sus palabras, pero más la tristeza en su mirada, me hacen sentir fatal y lo primero que se me ocurre es abrazarlo. Lo estrecho entre mis brazos durante un momento y él entierra la cara en mi cuello. —¿Te engaña? —le pregunto mirando sus ojos tristes—. ¿De qué manera? —Mi padre tiene un hijo fuera del matrimonio —me informa y me quedo de piedra—. Estuvo engañando a mi madre durante años. Resulta que ella no lo amaba cuando le fue infiel porque él ya la había traicionado primero. —Oh, cariño. —Siento un nudo en mi garganta. —Mi hermana lo sabe y no me lo dijo. Acuno su rostro sin decir una sola palabra y vuelvo a abrazarlo mientras mis ojos se humedecen. —Estoy contigo, ¿me oyes? —balbuceo acariciando su cabello y espalda—. Siempre estaré aquí… 👋(̶◉͛‿◉̶) Recogemos las cartas arrugadas y volvemos a meterlas en la caja antes de bajar al primer piso. —¿Qué piensas hacer ahora? —le pregunto mientras nos acurrucamos en el sofá. —No lo sé —contesta, desanimado—. Tal vez enfrentar a
«¡Ya no aguanto el aburrimiento!» Es un domingo lluvioso y frío; Rachel y yo estamos acurrucadas en el sofá de la sala de mi casa, pasando canales en la televisión sin siquiera prestar atención a lo que vemos. Desde que se fue Christopher, ella ha estado muy desmoralizada. Ha pasado tan solo una semana, pero no ha habido mucha comunicación entre ellos; al parecer lo están explotando laboralmente, haciéndolo trabajar más de doce horas al día y casi no le queda tiempo para hablar con Rachel. Mi mejor amiga se acostumbró tanto a él que ahora es gigantesca la falta que le hace. —¿Qué tal si salimos? —propongo buscando la manera de suavizar su cara de culo. —Está lloviendo Abril, qué pereza salir a mojarnos —responde haciendo una mueca de desagrado. —Podemos llevar un paraguas —insisto. —¿Con este frío? —se queja nuevamente. —Tengo varias chaquetas calentitas —sugiero sin darme por vencida. —Qué fastidio salir todas envueltas en trapos —rechista cruzándose de brazos. —Bien, entonce
Rachel y yo pasamos el resto del día construyendo el nuevo hogar del señor Clock en el porche. No tengo un jardín amplio; sin embargo, allí es lo suficientemente grande como para que mi amigo despertador se sienta cómodo; va a estar resguardado de la lluvia y del frío, además de que podrá subirse a cantar en la valla sin problema, aunque claro, si su enorme tamaño y peso se lo permiten. —Abril, ¿tienes como alimentarlo? —pregunta Rach en cuanto terminamos. —¡Changos!, no…, pero ya mismo voy a prepararle algo de comer. Me dirijo a la cocina y abro los gabinetes para buscar algo. —¿Qué piensas darle? —Unos huevos rancheros. —¡¿Unos qué?! —exclama Rachel incrédula—. ¿Estás loca o qué? —¿Qué tiene de malo? Rachel ha estado tan desanimada que no está de más hacerme la estúpida para que se ría un rato. —¿Quieres alimentar al gallo con un embrión de su misma especie? —Suelta una carcajada y me hago la sorprendida. —¡Oh m****a!, ¡qué torpe! —empiezo a reírme también y mi mejor amiga
—¿Qué hace esta foto debajo de tu almohada? —cuestiona seriamente sin dejar de mirarme—. Solo me has visto así el día que hicimos el amor y ese día no me tomaste ninguna foto, Abril. ¿Me puedes explicar qué significa esto? —Se la robé a la coreana —suelto en el primer instante que tengo oportunidad. Él confía en mí y no pienso perder su confianza por esto. —¿Qué? —Su expresión cambia de la furia al desconcierto enseguida, aunque todavía parece enojado. —Estuve en ese restaurante del centro comercial ese día —confieso acercándome a él para sentarme a su lado—. Fui a almorzar con Rachel y ustedes aparecieron —continúo—. Me di cuenta de que quiso besarte; yo… yo no lo soporté y cuando nos íbamos a ir tomé su bolso aprovechando que había ido al baño; quise hacerle pasar un mal rato y luego Rachel y yo encontramos esa foto adentro. Alex se queda pensativo por un instante. —¿Por qué no me lo habías dicho? —me mira. —Después de eso te alejaste de mí, me ignorabas. —¿Y luego? Me quedo
Alexander Mi corazón parece detenerse por lo que dice la doctora y por mi cabeza pasan muchas posibilidades de lo que puede estar ocurriendo con Abril. Tiene un feo moretón en el abdomen, justo debajo de las costillas, y además se ve un poco abultado. —Doctora, ¿qué está pasando? —le pregunto angustiado. —Por la apariencia del moretón podría tratarse de una lesión interna, no solo superficial. —¡Maldición! —vocifero, llevándome el pelo hacia atrás con angustia. —Amor, tranquilo —musita la mujer que amo. Su voz es débil y opaca, y un nudo sube a mi garganta mientras me aferro a su pequeña mano. —Abril, ¿tienes algún otro síntoma? —le pregunta la doctora—. ¿Tal vez algún dolor extra? —Sí, me duele un hombro. —¿Cuál? —El izquierdo. La doctora hace una pequeña pausa para aclarar sus dudas. —Abril tiene síntomas de trauma cerrado en el hígado o bazo —explica—. Además, su frecuencia cardiaca está elevada. —¡Oh, no! —exclama Rachel con expresión angustiada. —¿Qué tan peligroso e