Nos vemos más tardecita, espero que estén disfrutando de esta historia, así me gustaría que dejaran sus comentarios y me lo hicieran saber. Saludos.
Un mes después Me seco las manos en el paño de cocina al oír que tocan a la puerta. ―Un momento. Apago la hornilla, tapo la olla y camino hacia la puerta. Al abrir me consigo de frente con un enorme ramo de flores. Pero, ¿Qué es esto? ―Señorita, Abigaíl MacAllister. Asiento en respuesta. ―Una entrega para usted. ¿Para mí? Pero, ¿quién pudo haberme enviado flores? Me hago a un lado para pedirle que entre y lo ponga en la mesa. De ninguna forma podré con ese ramo tan gigantesco. ―Pasa, por favor pasa. Lo sigo de cerca. Sigo atónita con la inesperada sorpresa. ―Firme aquí, por favor. Me entrega la nota de entrega. Busco en nombre de la persona que envía, pero dice anónimo. Lo que me deja más intrigada que nunca. Así que averiguo. ―¿Sabes quién las envía? Niega con la cabeza. ―Lo siento, solo hago los despachos. En tal caso, puede llamar a la tienda y solicitar la información a la persona que recibe los pedidos. Vale, ni modo. Me tocará hacerlo de esa manera. ―Gracias, ere
Estoy inquieto. ¿Qué habrá pensado el respecto? Meso mi cabello y camino de un lado al otro mientras espero a que mi amigo despierte. ¿Fui muy impulsivo con la decisión que tomé? ¡Joder! Me siento como un crío que no sabe qué hacer cuando conoce a la primera mujer por la que pierde su cabeza y su corazón. La voz del doctor me aparta de mis pensamientos. ―Señor Di Stéfano ―detengo la respiración mientras recibo el parte médico―, la operación fue todo un éxito. Suelto el aire que estaba reteniendo dentro de mis pulmones. ―No sabe cuánto me satisface oírlo, doctor Quintana. El tumor no estaba tan avanzado y eso nos dio la oportunidad de decidirnos por la cirugía. Por supuesto, como en cualquier proceso de este tipo, había riesgos, pero vistas las opciones que tenía mi amigo y la gran posibilidad de que este se extendiera rápidamente y abarcara una mayor área, Alan tomó la decisión de optar por el procedimiento. ―¿Cuándo podré verlo, doctor? Pregunta su madre preocupada. ―Por ahor
La noticia me cae encima como un balde de agua fría. Mis planes de reconquista, acaban de irse al demonio. Me trago las palabras que estoy a punto de decir, porque no quiero que mi hija note lo furioso que estoy. Ese tipo se está convirtiendo en una verdadera molestia. ―Bien, lo hablaremos después papá, hay muchas cosas que debo acordar contigo, necesito tu ayuda para varios asuntos que tengo en mente. Asiente en acuerdo. Ahora pongo mi atención en la mujer que lo acompaña. ―Es un placer para mí conocer a la mujer que le ha devuelto la felicidad a mi viejo ―me acerco a ella y le doy un beso en la mejilla―. Bienvenida a la familia Di Stéfano, Briseida. Sonríe con dulzura, lo que me permite entender una de las razones por las que mi padre perdió la cabeza por ella. ―Gracias, Samuel, tu padre me ha hablado mucho de ti. Estoy cerca de preguntarle si, Abigaíl, también lo ha hecho, pero me muerdo la lengua y me trago las palabras. Casi de inmediato se escucha la protesta de mi hija. ―
Entro a la habitación que mandé a decorar para mi hija y la acuesto con cuidado en su cama de princesas. Va a flipar una vez que despierte y vea el mundo de fantasías en la que quedó transformada su habitación. ―Duerme, cariño, papi, nunca más se alejará de ti. Ella se remueve y abre sus ojitos perezosos. ―Acuéstate conmigo, papi ―susurra, adormitada―, y abrázame fuerte. Sonrío henchido de felicidad. Haría cualquier cosa que ella me pida. Me quito la chaqueta y la corbata y las dejo en la silla. Desprendo algunos botones de mi camisa, me arremango las mangas y, por último, me quito los zapatos. Subo a su cama de dosel color rosa y me acuesto a su lado. Apenas me siente, se acurruca contra mi pecho. ―Te amo, papi, y te extrañé mucho… Me inclino y dejo un beso en su cabecita. ―Yo también te amo, mi princesa. Una lágrima rueda por mi cara debido a lo culpable que me siento por haberla abandonado. La sostengo entre mis brazos y aspiro de su dulce aroma mientras palpo con la palma d
Una vez que culminamos la conversación, abandonamos la oficina. Casi al mismo instante escucho los gritos de mi nena provenientes desde la planta alta. ―Acaba de descubrir el mundo de sueños y fantasías que mandé a construir para ella. Papá sonríe emocionado. ―Me temo que, por lo pronto, no querrá salir de allí. Niego con la cabeza. ―Iré a verla. Papá asiente en acuerdo. ―Yo aprovecharé e iré a tomar una siesta ―se dirige con su silla hacia el elevador que ordené―. Nos vemos en la cena. Subo los escalones y entro a la habitación. Sonrío al verla dando botes como saltamontes en su cama de dosel. Al verme, grita emocionada. ―¡Papi! ¡Papi! ¡Amo mi cuarto! Soy una princesa verdadera. Sonrío emocionado y feliz por tenerla conmigo. ―Siempre lo has sido, cariño ―me acerco a ella, aparto las cortinas y me siento al borde de la cama―. Eres la princesa de mami y papi. Camila salta sobre mí y me hace caer de espaldas sobre el colchón. ―Tengo que llamar a mami para contarle de lo herm
No dejo de observar a Scott con curiosidad. No me atrevo a preguntarle por las flores. Muero por saber quién es la persona que las envió. ―No tiene nada de que preocuparse, señora Garner, la fiebre de su bebé es a causa de la dentición ―mantengo la mirada sobre él mientras registro a los pacientes que hacen fila en la sala de espera para ser atendidos―. Es normal que experimente breves períodos de irritabilidad con episodios de llanto y alteraciones de los patrones de sueño y alimentación. La dentición puede ser un proceso molesto, pero, si sigue las instrucciones que le di al pie de la letra, hará más llevadero el proceso hasta que el malestar desaparezca. La mujer sonríe agradecida al recibir de manera gratuita el antiinflamatorio oral para aliviar el dolor y las molestias de las encías de su pequeño hijo. Hago lo mismo, sonrío, porque ese hombre altruista y maravilloso está devolviéndole las esperanzas a todas estas personas que las habían perdido. Al final de la tarde, hemos ter
Después de un corto recorrido de siete minutos, atravesamos el puente de Brooklyn, uno de los miradores de la ciudad que te ofrece perspectivas que te dejan sin aliento. Los últimos rayos de sol del atardecer iluminan los cristales de los imponentes rascacielos. Las vistas son impresionantes. Una vez que lo cruzamos, llegamos al particular barrio de Dumbo. En sus inicios era una zona inminentemente industrial, llena de almacenes y fábricas. Posteriormente, se convirtió en residencias para todo tipo de gente, entre los que figuraban los artistas y los bohemios. Nos dirigimos al cruce entre Washington Street y Water Street, lugar en el que Scott, detiene su moto. Se quita el casco, así que hago lo mismo. ―No podemos venir a este barrio sin tomarnos la foto más icónica de todos los tiempos. Sonrío emocionada. Bajo de la moto y puedo apreciar la hermosa vista enmarcada por viejos edificios de ladrillos rojos, uno de los enormes pilares del puente de Manhattan que se eleva sobre los tej
Salimos de la tienda y nos dirigimos de vuelta al lugar en el que dejamos estacionada la moto. No me he atrevido a decir nada desde que, Scott, me dio el beso. Me siento confusa. Por un lado, descubrí que él no me es indiferente, que su beso removió dentro de mí sentimientos que estaban dormidos. Pero, por otro lado, pensé en Samuel y sentí que de alguna manera lo estaba traicionándolo. ¿Por qué razón me preocupo si sé que él ni siquiera o pensó cuando decidió unir su vida a la de otra mujer? ―¿Te encuentras bien, Abigaíl? ―abandono mis pensamientos y giro la cara para mirarlo a los ojos. Esbozo una sonrisa tensa y asiento en respuesta. Me observa, con cautela, pero no dice nada al respecto. Saca el casco del compartimiento y me lo coloca sin dejar de mirarme―. No tengas miedo a decirme lo que sientes, cariño, si te molestó el que te haya besado en la tienda, entonces te pido que me disculpes ―niega con la cabeza―. No fue mi intención incomodarte. Me mira con tristeza, antes de gira