Nos vemos más tarde. No olviden comentar y dejar su reseña. Eso me motiva y me hace saber que me están leyendo. Saludos.
Salimos de la tienda y nos dirigimos de vuelta al lugar en el que dejamos estacionada la moto. No me he atrevido a decir nada desde que, Scott, me dio el beso. Me siento confusa. Por un lado, descubrí que él no me es indiferente, que su beso removió dentro de mí sentimientos que estaban dormidos. Pero, por otro lado, pensé en Samuel y sentí que de alguna manera lo estaba traicionándolo. ¿Por qué razón me preocupo si sé que él ni siquiera o pensó cuando decidió unir su vida a la de otra mujer? ―¿Te encuentras bien, Abigaíl? ―abandono mis pensamientos y giro la cara para mirarlo a los ojos. Esbozo una sonrisa tensa y asiento en respuesta. Me observa, con cautela, pero no dice nada al respecto. Saca el casco del compartimiento y me lo coloca sin dejar de mirarme―. No tengas miedo a decirme lo que sientes, cariño, si te molestó el que te haya besado en la tienda, entonces te pido que me disculpes ―niega con la cabeza―. No fue mi intención incomodarte. Me mira con tristeza, antes de gira
Me levanto muy temprano por la mañana, listo para irme a la oficina y finiquitar todo el trabajo que dejé pendiente, antes de regresar a Nueva York. No voy a dejarle el camino libre a ese doctorcito que pretende quedarse con lo que me pertenece. Los gritos entusiasmados de mi hija se escuchan desde lo alto de este piso. Bajo los escalones de dos en dos, para saber la razón que la tiene tan emocionada. Una vez que me ve aparecer, sale corriendo en mi dirección con el teléfono de su abuelo en alto. ―¡Papi! ¡Papi! Tienes que ver estas fotos maravillosas ―chilla a todo pulmón―. Quiero regresar cuanto antes a casa y acompañar a mami en sus paseos fantásticos por la ciudad. Esbozo una sonrisa antes de abrirle mis brazos para que salte a ellos. ―¿A qué te refieres, cariño? Lleno su carita de besos, lo que le provoca cosquillas y la hace reír. ―Buenos días, papá. Me acerco a él y dejo un beso en su frente. ―Esto no te va a gustar, hijo. Aquellas palabras me ponen en alerta. ¿Qué es lo
Estas últimas horas han sido las más complicadas y difíciles para mí. Aquellas imágenes que ese imbécil posteó en todos sus perfiles de las redes sociales, me tienen como perro rabioso. Lo peor de todo el asunto, es que las dichosas fotos se han convertido en la tendencia del momento. Estuve averiguando sobre el tipo, pero no conseguí nada de él. Es como si su vida nunca hubiera existido. ¿Quién eres en realidad, Scott Mulder? ¿Por qué tengo la impresión de que detrás de esa careta de hombre bondadoso y gentil se esconde algo muy turbio? Te prometo que voy a averiguar todo sobre ti, en especial, lo que respecta a las intenciones que te traes con mi familia. <
Scott se detiene frente a la casa y apaga su moto. Me bajo, me quito el casco y se lo entrego para que lo guarde. La temperatura ha descendido considerablemente, siento que tengo los huesos congelados. Junto mis manos y las soplo con mi aliento para proveerlas de calor. ―¿Qué tal si me invitas un café? Propone con esa preciosa sonrisa a la que soy incapaz de negarme. ―Por supuesto ―espero a que lo guarde todo en el compartimento―, y si te apetece, prepararé algo de comer, porque estoy famélica. Chasquea con su lengua y me mira con diversión. ―No me lo perdería por nada del mundo. Tomados de la mano, nos dirigimos hacia la entrada. Subimos los escalones del pórtico y nos detenemos frente a la puerta. Inserto la llave en la cerradura e ingresamos al interior. Lo primero que nos recibe es el exquisito olor a rosas que ha impregnado el ambiente con su perfume. Enciendo la luz y fijo la mirada en el par de preciosos ramos que están ubicados sobre la mesa de la sala y en la de la cocin
Bajo de la avioneta con Camila entre mis brazos. Cayó profundamente dormida y por más que lo intenté, no quiso despertar. El jet lag trastornó su sueño con el cambio de husos horarios. Hay que esperar a que su reloj biológico se sincronice con la nueva zona horaria. Prefiero que siga dormida para que al despertar no se sienta desorientada. ―Podemos llevarla a casa con nosotros ―propone mi padre―. No creo que sea conveniente que, atravesemos la ciudad a esta hora de la noche, solo para que duerma con su madre ―explica con sensatez―. Además, Abigaíl es consciente de que hoy restaríamos de regreso, la llamaré y le explicaré sobre el cambio de planes. Asiento en acuerdo, a pesar de que el único pensamiento que ha estado dando vueltas dentro de mi cabeza desde que subí al avión, era salir corriendo a ver a la mujer que amo, una vez que aterrizáramos en el aeropuerto, sobre todo, sabiendo que hay alguien rondándola como la mosca sobre la fruta. ―Tienes razón, papá ―respondo en acuerdo mie
Al salir a la sala me encuentro con mi chofer, que aún sigue deambulando por los alrededores. ―¿Va a alguna parte, señor? Asiento en respuestas. ―No te preocupes, saldré en mi camioneta. Paso por su lado y me dirijo hacia la puerta principal. ―Debo insistir, señor Di Stéfano ―detengo mis pasos y me doy la vuelta para mirarlo a la cara―. No está en las mejores condiciones para conducir. Entrecierro los ojos y lo miro confuso. ―¿A qué condiciones te refieres? Me acerco a él, pero me tambaleo al primer paso que doy. ―Déjeme cumplir con el trabajo para el que fui contratado, señor ―insiste determinado―. No me lo perdonaría si llega a pasarle algo por mi irresponsabilidad, además, tiene una hija de la cual cuidar, así que puede despedirme cuando amanezca, pero no voy a desistir hasta que logre convencerlo. Aquellas palabras me hacen entrar en razón. ―Está bien, Gustaf ―meso mis cabellos, porque ahora que tengo a Camila en mi vida, no puedo pensar con ligereza―. Tienes razón, acom
Subo a la limusina y le pido a Gustaf que le exija al auto todo lo que pueda dar. Cruzamos las avenidas como bólidos endiablados, saltándonos los semáforos y rompiendo todas las leyes de tránsito existentes. Nos toma pocos minutos para darle alcance a la ambulancia, no pienso dejar a mi mujer sola con este desastre. ―Señor, me temo que va a tener que mover todas sus influencias para que no vayamos a la cárcel ―sonríe con complicidad a través del espejo del retrovisor―. Acabamos de convertirnos en los delincuentes más buscados de la ciudad. Giro mi cara por encima de mi hombro y noto las patrullas que nos siguen de cerca. ¡Joder! Esto era lo que me faltaba. ―No te preocupes, Gustaf ―meto la mano en el bolsillo de mi chaqueta y saco mi móvil. Es hora de mover las fichas―. Sigue haciendo lo tuyo y no pierdas de vista a esa ambulancia ―reviso el directorio de contactos y elijo mi comodín―. Gobernador Evans, lamento molestarlo a esta hora de la noche, pero esta es una situación de emer
Siento que estoy metida en una especie de extraña pesadilla de la que no puedo salir. Mi cabeza es una neblina de pensamientos confusos cargados de culpa. No dejo de pensar que todo lo que ha sucedido es gracias a no haber denunciado a mi padre en aquella ocasión en la que nos hizo daño a mi hija y a mí. De haberlo hecho, Scott no estaría herido. ―Cálmate, cariño, todo estará bien. Ya verás que dentro de poco los doctores nos dirán que solo se trata de un golpe sin consecuencias que lamentar. ¿Qué es lo que estoy haciendo? ¿Por qué dejo que se acerque a mí después de todo el daño que me hizo? Quiero gritarle a la cara su abandono, sus reproches y todas sus humillaciones, pero me siento sin fuerzas para hacerlo. Ahora mismo necesito de alguien que me consuele, que me haga olvidar todas las desgracias por las que he padecido en mi vida. ―Gustaf, ve a la cafetería y consigue un té para ella. Está muy nerviosa. Giro mi cara y me encuentro con la mirada cálida y gentil del hombre que, e