CAPÍTULO III. AMATISTA
Anissa
Tenía un dolor de cabeza espantoso. Evidentemente, mi cuerpo estaba resintiendo el poco descanso que le di y, más que eso, todo el tiempo que estuve despierta, esperando escuchar algo más… Cosa que no sucedió.
Aun así, lo que escuché esa noche fue suficiente como para hacerme pensar que mi tía y yo no estábamos precisamente seguras en esa casa. La puerta era de madera y simplemente tenía una tranquilla que cualquier animal grande, como un oso, podría romper sin ningún problema.
Pero, ¿y si no era un oso…? ¿Qué otro animal podría ser?
Jamás en mi vida había visto uno, así que no tenía la menor idea de con qué más podía relacionarlo.
—Estás muy callada hoy, Ani —La voz de mi tía me devolvió al presente—. Y tampoco pareces tener mucha hambre, apenas y has probado tu desayuno.
Enderecé la espalda y miré mi plato, que seguía lleno.
—Lo siento —Pasé una mano por mi cabello y negué con la cabeza—. Casi no pude dormir noche.
Los ojos pardos de mi tía se llenaron de confusión.
—¿Y eso por qué?
Mordí mi labio inferior y dejé a un lado el cubierto.
—Estoy segura de que escuché un rugido, tía —dije, mirándola seriamente—. Salí a buscar más agua al pozo y escuché un rugido… En el bosque. Sin embargo, no vi a ningún animal.
Ella también dejó a un lado el contenido de su plato, para mirarme con atención y, más que eso, preocupación.
—¿Estás segura, Ani? —preguntó, mirándome a los ojos.
Moví la cabeza en un asentimiento.
—No pudo haber sido otra cosa, tía —afirmé—. Además, no fue solo eso… Cuando me metí a la cama, escuché gruñidos; como de un animal muy grande.
Las manchas rojizas del sol parecían atenuarse de sus mejillas cuando el rostro de mi tía palidecía, al igual que en ese momento. Algo pasaba por su mente, algo que no compartió conmigo… Al menos, no en voz alta. Su silencio me inquietaba, pero la preocupación en sus ojos me alertaba aún más.
—¿Crees que haya algún animal por aquí que pueda hacer esos sonidos? —pregunté, en un murmullo.
Su silencio se extendió un poco más, pero cuando culminó, no recibí la respuesta que esperaba.
—Ven conmigo, Ani —dijo, al ponerse de pie.
Sin comprender lo que sucedía, seguí a mi tía hasta su dormitorio, que solo estaba a un par de pasos del que acondicionó para mí. Me abstuve de hacer alguna pregunta y me limité a observar lo que hacía. De uno de sus baúles, sacó un pequeño collar que solo pude apreciar a detalle cuando volvió a acercarse a mí.
—Debes llevar esto a todos lados, siempre —enfatizó—. No debes dejar de usarlo jamás, Ani.
Mis cejas se contrajeron débilmente y pasé la mirada de ella hacia el collar que ahora colocaba con urgencia en mis manos. La cadena parecía ser de plata y el colgante era una hermosa piedra de amatista.
—Tía, esto es muy hermoso, pero… No lo entiendo —dije, cuando volví a mirarla.
Sus delgados labios se presionaron en una línea recta, mientras sus ojos cargados de afecto parecían lamentarse por algo que yo no comprendía.
—Solo promete que no dejarás de llevarlo contigo, Ani.
—Sí, lo prometo —Asentí—. Pero dime cómo se relaciona esto con lo que escuché anoche.
—No puedo decírtelo ahora —Se disculpó.
Un suspiro repleto de extenuación escapó de mis labios y me separé de ella, para caminar hacia el umbral de la puerta.
—¿Esto tampoco? —inquirí, sin ocultar mi molestia—. ¿Por qué nadie me advirtió que a partir de que cumpliera dieciocho, todo comenzaría a ser un secreto para mí?
—Ani…
—No, tía —La interrumpí—. Mi madre me envió aquí sin ninguna explicación y lo acepté. Te lo pregunté a ti y me dijiste que debo esperar. Ahora me das esto, pero tampoco quieres decirme por qué —Mi voz demostró lo frustrada que me sentía—. Me gustaría saber cuándo empezaré a recibir explicaciones.
Ella volvió a acercarse a mí y tomó mis manos. Su mirada demostraba pesadumbre.
—Hay cosas para las que aún no estás lista —murmuró.
—¿Y se supone que no debo hacerme preguntas, después de escuchar algo como eso?
—No es lo que insinúo, Ani —contestó—. Solo te pido que tengas un poco de paciencia. Entonces, todo cobrará sentido.
—¿Cuánta…? —insistí—. ¿Cuánto tiempo se supone que debo esperar para que alguien me diga lo que está pasando?
Mi tía tomó un corto suspiro.
—Solo quiero que sepas que tu madre y yo queremos lo mejor para ti —prometió—. Acepto y comprendo que estés enfadada con nosotras ahora, pero nunca haríamos algo que pudiera dañarte.
Fue mi turno de tomar aire, para tranquilizarme y para no permitir que el calor llenara mi pecho. No quería armar un escándalo, ni descargarme con ella, pero me sentía demasiado confundida como para no reaccionar de ninguna manera. Se suponía que debía tener paciencia, pero no sabía por qué, ni para qué.
Y, al parecer, mi única solución sería seguir esperando.
—No quise hablarte de esa manera —musité, bajando la guardia—. Pero no tienes idea de la cantidad de preguntas que están pasando por mi cabeza en este momento.
—Créeme, la tengo —Sonrió débilmente—. Pero confía en mi promesa, Ani. Es todo lo que pido.
Terminé por asentir, porque, ¿qué otra cosa podía hacer?
No quería ser grosera con ella, por todos los cielos que no. Tampoco quería estar enojada, porque, de cualquier manera, no ganaría nada con eso. Mucho menos, ponía en duda el afecto que mi madre y ella sentían por mí. Jamás haría tal cosa. Pero me estaba impacientando, y mucho. Esperaba tener una respuesta pronto.
—Está bien —accedí, manteniendo la voz en un murmullo—. Llevaré esto conmigo, tía.
Pequeñas arrugas se formaron alrededor de sus ojos cuando sonrió.
—Gracias —contestó. Parecía ser verdaderamente importante para ella.
Moví la cabeza en una negativa, para tranquilizarla, y bajé mis defensas.
—Creo que tomaré un poco más de desayuno —dije, para cambiar el tema—. No quiero estar con el estómago gruñendo más tarde.
—Ve, te alcanzo en un momento —respondió ella, pasando una mano por mi hombro.
Asentí como respuesta, pero antes de que cruzara la salida del dormitorio, de nuevo llamó mi atención.
—Iré al pueblo más tarde, necesito comprar algunas cosas —murmuró. Sus ojos cálidos y familiares aún se mostraban apenados por lo de unos instantes atrás—. ¿Te gustaría acompañarme…?
Me giré por completo hacia ella y las comisuras de mis labios se alzaron ligeramente. Era evidente que ella no quería que se crearan tensiones entre nosotras, y yo tampoco. Todo lo que quería era saber la verdad.
—Por supuesto que sí, tía —respondí, provocando que su sonrisa se ampliara un poco más.
Regresé al comedor después y tomé asiento, pero tampoco toqué mi plato. Al menos, no durante los primeros momentos. Todo lo que hice fue mirar el collar entre mis dedos, preguntándome cuál era su significado y por qué mi tía me lo entregó de esa forma.
Tenía que estar ligado de alguna manera a los ruidos que escuché la noche anterior, pero no comprendía cuál podía ser la conexión.
Lo único cierto era que se trataba de una pieza verdaderamente hermosa. La tonalidad blanca del cuarzo que se degradaba hasta convertirse en un profundo violeta atrapó mi atención durante algún rato, y supe que llevarlo conmigo no me molestaría en absoluto. Aunque, claro, habría sido mejor si conociera el motivo por el cual lo haría.
«Solo espera un poco más, Anissa», me dije a mí misma.
Pasé el collar sobre mi cabeza y luego retiré mi largo cabello hacia un costado. El dije ahora reposaba en medio de mis clavículas. También debía concederle que me gustaba cómo lucía sobre mi piel pálida.
—Creo que tú y yo estaremos juntos por un buen rato —susurré, mientras lo sostenía.
☾☾☾
Un rato más tarde, acompañé a mi tía al pueblo. Estaba un poco más tranquila porque esta vez fui con ella, pero no del todo. Seguía preguntándome en dónde podría encontrar algo con lo que defenderme, y había llegado a la conclusión de que debía empezar a buscar pronto.
Constantemente, miraba sobre mi hombro sin que ella se diera cuenta. Estaba alerta por si ese asqueroso volvía a cruzarse en mi camino, pero, hasta el momento, no había rastros de él.
Tampoco del chico de ojos grises…
Debía admitir para mí misma que el hacer las paces con mi tía no era el único motivo por el cual accedí ir al pueblo. También guardaba una mínima esperanza de volvérmelo a encontrar, pero luego de un rato visitando diferentes puestos de comidas en el centro del pueblo, llegué a la conclusión de que esa esperanza había sido bastante tonta.
Estaba convencida de que él no pertenecía a aquella zona desvalida del pueblo y que, seguramente, no acostumbraba a rodearse con las personas que estábamos ahí.
De todos modos, ¿qué habría hecho si volviera a verlo? ¿Le diría algo…?
Habría parecido una loca.
Además, él salió del callejón sin dirigirme una sola palabra. No se interesó por responderme…
No tenía caso.
—Ani, ¿escuchaste lo que dije?
Di un respingo y parpadeé dos veces, girando la mirada hacia mi tía.
—Lo siento, estaba distraída —expliqué, un poco avergonzada—. No te escuché.
Ella levantó sus cejas delgadas, esquinando una sonrisa.
—Te pregunté si podías ir al puesto de frutas que está allá y traerme diez manzanas —repitió, pacientemente.
Asentí de inmediato.
—Claro, claro —Acepté el dinero que me dio—. ¿Me esperarás aquí?
—Iré adelantando trabajo, estaré allí comprando las bayas que necesito para el pastel de mañana —explicó, refiriéndose a otro puesto.
—Perfecto —contesté, esbozando una sonrisa ligeramente nerviosa.
Tendría que poner más los pies en la tierra y dejar de pasar tanto tiempo en las nubes, así que esta vez me enfoqué en hacer lo que debía en concreto. Llevaba una canasta en el brazo, por lo que tan pronto me acerqué a la mujer que atendía el puesto y le expliqué lo que necesitaba, comencé a introducir en la canasta las manzanas más rojas que veía.
Pero además de nosotras, en el puesto había otra mujer conversando con ella.
—Entonces, a Enya le falta poco para dar a luz —comentaba la que atendía el puesto.
La mujer que estaba a mi lado asintió.
—Tal vez un poco más de un mes —contestó ella—. Su embarazo está muy avanzado, ya no podía seguir lidiando con las tareas pesadas.
—Imagino lo estresante que debe ser —Se lamentó la dueña del puesto.
—No tienes idea —Suspiró y negó con la cabeza—. Necesitamos a alguien que ocupe su lugar, y pronto. Hay demasiado trabajo en el Palacio.
Mi cabeza unió pronto las palabras y, al comprender a lo que ellas se referían, decidí intervenir.
—Disculpe el entrometimiento —expresé, llamando la atención de la mujer a mi lado—. No pude evitar escuchar y… ¿Están buscando trabajadoras en alguna parte?
Ella asintió.
—Sí, necesitamos a alguien que cubra el puesto de una de las sirvientas que tuvo que irse —explicó—. ¿Estás buscando trabajo? Porque me salvarías la vida si fuera así. Mi jefa me está volviendo loca.
—Yo podría entrar en su lugar —propuse, sin ninguna duda—. Tengo mucho tiempo libre, y le prometo que soy muy responsable.
—Entonces, ve esta misma tarde al Palacio Real y preséntate con la encargada de servicio —concedió—. Dile que vas de parte de Elba, hablaré con ella en cuanto regrese. Debes estar a la una en punto.
Fue mi turno de asentir, y lo hice con el entusiasmo que ahora sentía.
—Estaré ahí, se lo prometo —afirmé.
—Muy bien, jovencita —Una pequeña sonrisa se formó en su boca—. ¿Cuál es tu nombre?
—Soy Anissa, señora.
—Estaremos esperando por ti, Anissa —Me apuntó con el dedo—. No nos falles.
La mujer se despidió después de la vendedora y yo debí obligarme a mí misma a mantenerme en el momento, otra vez, para poder terminar con el encargo que me hizo mi tía. Pero me resultaba imposible no perderme en mis pensamientos y en lo emocionada que me sentía por la oportunidad de conseguir trabajo.
Me gustaba ganarme las cosas por mí misma, ya había trabajado antes, en mi pueblo. Una temporada estuve atendiendo a los clientes en una tienda y en la otra, ayudaba a una vecina con sus costuras. Nunca recibí mucho dinero por lo que hacía, pero era un gusto saber que lo obtenía por mi propio trabajo. No esperaba que en Steiggad fuera diferente.
Steiggad… ¿Acababa de encontrar trabajo nada menos que en el hogar de la familia más poderosa de todo el lugar? ¿De aquellos a quienes debía su nombre el Reino entero?
Las mariposas comenzaron a estirar sus alas dentro de mi estómago y me sentí como una niña. Si estaría ahí como una de tantas empleadas más… Pero eso no me restaba emoción. Ni siquiera un poco.
—Te tardaste… —comentó mi tía, cuando volví con ella. Estaba analizando cada una de mis expresiones—. Y esos ojitos… Brillan más que el sol de este día —agrego después, provocando que me riera—. ¿Sucedió algo?
Asentí, sin esconder mi emoción.
—Creo que acabo de conseguir trabajo, tía.
Sus párpados se abrieron de par.
—¿Trabajo…? Pero, ¡¿en dónde…?! ¿Cómo?
—Una trabajadora del Palacio Real estaba en el puesto conversando con la dueña, le dijo que una de las sirvientas debió retirarse por su embarazo… Y yo me ofrecí a ocupar su lugar —expliqué. Mis mejillas ardían a causa de mi sonrisa.
Pero, a diferencia mía, la sonrisa de mi tía se atenuó.
—¿Dijiste en el Palacio…?
—Sí, tía —Ceñí la frente muy apenas, sin dejar de sonreír—. ¿No te agrada la idea?
—No, es que… Es la familia Real, Ani —exclamó, en voz baja—. No es cualquier cosa… Y he escuchado tantas cosas sobre ellos. No lo sé…
—Tía, por favor —La interrumpí, sin perder la chispa de entusiasmo que ardía en mi pecho—. Piensa que así puedo ayudarte con los gastos. No quiero estar en tu casa sin aportar nada.
—Pero en ningún momento he dicho que sea un peso tenerte en mi casa —aclaró—. Que, por cierto, también es tu casa.
—No estoy diciendo eso, tía —Bajé los hombros—. Pero, por favor, no me quites la ilusión de ayudarte.
—Sabes que no te cortaría las alas si quieres buscar un trabajo —aseguró, frunciendo los labios en una línea recta—. Pero… No me gusta demasiado la familia Real. No confío mucho en la gente que tiene dinero, y menos en aquellos que tienen tanto como ellos.
—Tía, pero si solo seré una trabajadora del servicio —Negué con la cabeza, volviendo a sonreír—. Esos a los que les sobra el dinero, ni siquiera voltean a ver a las personas de nuestra clase.
De sus labios escapó una sonrisa cansada.
—Un rostro tan hermoso como el tuyo llamaría la atención de cualquiera, incluso cuando sea quien tenga más poder en el mundo —dijo, pasando una mano por mi mejilla.
Mis labios se curvaron en una sonrisa.
—¿Eso es un «sí»? —pregunté.
Aun cuando la resistencia yacía en sus ojos, ella asintió.
—¡Gracias, tía, gracias! —Me abalancé hacia ella, para abrazarla, casi provocando que se cayera lo que llevábamos en las cestas.
Ella se rio y me abrazó fuerte. Me habría gustado que todo fuera tan simple como eso, que yo solo fuera una chica contándole a su tía que había encontrado trabajo, pero no era así.
Aun así, ahora tendría algo con lo qué estar ocupada mientras tanto. Tenía la esperanza de que aquello aplacara las preguntas de mi mente.
Al menos, mientras llegaban mis tan ansiadas respuestas.
CAPÍTULO IV. ESTAR CONDENADOAnissaMi tía me habrá hecho unas cien advertencias antes de marcharme hacia el Palacio. Ella continuaba resistiéndose a la idea, pero agradecía que, a pesar de ello, respetara mi decisión. Estaba dispuesta por completo a hacer algo de provecho mientras estuviese ahí, y nada me quitaría esa idea de la cabeza.Salí temprano de la casa para no llegar con demora al lugar. Mi tía me explicó en dónde quedaba el hogar de la familia más importante y acaudalada de Steiggad; nada menos que al otro extremo del pueblo, cruzando una zona que distaba del bullicio y gentío del centro. Por el contrario, allí se abrían paso amplios caminos donde transitaban los caballos y los carruajes de familias adineradas.Los campos permitían que se instala
CAPÍTULO V. DIFERENTEAnissaComencé a trabajar en el Palacio aquella misma tarde. Evidentemente, no había tiempo que perder. Hilda requería con impaciencia a alguien que ocupara el puesto de la antigua trabajadora, mientras que yo necesitaba que la semana de prueba culminase pronto.Mientras tanto, me esmeraría por demostrar que podía con el trabajo pesado y que lo hacía bien. No me agradaba la mirada de crítica que Hilda colocaba sobre todas las trabajadoras, como si esperase que falláramos estrepitosamente en lo que hacíamos.Pasé el dorso de mi mano sobre mi frente y tomé una pequeña bocanada de aire, para continuar con lo que hacía. Estaba de rodillas en el suelo, con una cubeta llena de agua junto a mí y una esponja húmeda entre mis dedos, fregando el piso d
CAPÍTULO VI. MARIPOSASAnissaHabía terminado de fregar el piso de la zona del pasillo que Hilda me encomendó y, pese a que mis rodillas dolían un poco por la postura, aún tenía suficiente energía como para continuar sin problema alguno.Lo único que realmente me tenía cansada, era la pañoleta blanca que llevaba en la cabeza. No estaba acostumbrada a usarla todavía y sentía que solo me producía más calor. Tan pronto como salí a uno de los tantos patios del Palacio, me apresuré en quitármelo de la cabeza.Me sentí aliviada cuando permití que el cabello cayera sin demasiado orden alrededor de mi cara y sonreí para mí misma al pensar en que a Hilda le habría dado un infarto si me viera. Pero necesitaba un respiro, uno mínimo, antes de
CAPÍTULO VII. EN LA OSCURIDAD DEL BOSQUEAnissaApresuré mis pasos para alejarme pronto del Rey Idris y su mirada crítica. Estaba completamente segura que yo no le agradaba un poco. Ni yo, ni ningún otro sirviente, en realidad. Nadie que no estuviera «a su nivel» sería considerado como alguien digno de su atención jamás.Pero Gael no era como su padre.Mientras me adentraba en las entrañas del bosque, no podía evitar pensar en lo que dijo antes.«No tienes que preocuparte por eso frente a mí. Ni tienes que dirigirte a mí por el cargo que ocupo. Ya hay demasiada gente haciéndolo, Anissa. Y, sé que tú no eres como ellos.»¿Qué habría pensado el Rey, si lo hubiese escuchado hablar de esa manera? Seguro que habrían teni
CAPÍTULO VIII. PROTECCIÓNAnissaGracias al cielo, no sufrí ningún otro incidente en el camino y pude llegar con bien a la casa, en donde mi tía me recibió tan pronto como toqué la puerta. Parecía haber estado justo detrás esperando mi llegada. Y, tan pronto como se apareció frente a mí, me recibió con un fuerte y cálido abrazo.Solo habían pasado unas horas desde el mediodía hasta ese momento, pero sentí que ese gesto era todo lo que necesitaba para sentirme más tranquila, por lo que correspondí a su gesto dejándome envolver, cansada, en sus brazos.—Pero mira lo tarde que es, Ani —exclamó ella, cuando nos separamos, aunque todavía mantenía sus manos puestas sobre mis hombros. Sus ojos me miraban con preocupaci&o
CAPÍTULO IX. LAS BESTIAS Anissa —No entiendo absolutamente nada de lo que estás diciendo, Kelly —Me giré por completo hacia ella y le ofrecí una mirada confundida—. ¿Cómo es que algo así podría ser posible? Mis palabras, en realidad, eran un esfuerzo de mi propia mente por entrar en negación. No quería permitirme a mí misma pensar en las posibilidades y llegar a considerar las palabras de Kelly como algo cierto, pero sabía que estaba haciendo un esfuerzo en vano. Mi «yo» racional podía luchar contra lo que ella dijo, pero mis instintos y esas sensaciones que quedaron impregnadas en mi piel desde esa noche se mantenían intactas. Yo sentí algo, un peligro que no podía describirme, siquiera, a mí misma. ¿Cómo iba a negarme eso también? —Ani, sé que eres nueva en este pueblo y que lo que digo puede sonar como un total disparate —otorgó—. Pero yo he pasado toda
CAPÍTULO X. HERIDAAnissaGracias al hecho de que iba más ocupada viendo mis propios pasos y pensando en mi situación, no me preocupé por mirar lo que tenía enfrente.Y, gracias a eso, terminé tropezando con otra persona.Solté un quejido cuando choqué contra la espalda de a que era más alto que yo: Un hombre. Me llevé una mano a la frente para masajear el golpe que me había dado y junté las cejas.—Lo siento —murmuré, todavía distraída.Solo cuando él se giró hacia mí, noté quién era. Pude reconocer su rostro, aunque antes lo hubiese visto bajo la oscuridad de la noche. Era el mismo chico del caballo que me encontré antes, quien parecía prepararse para descargar sus buenas quejas contra quien se hub
CAPÍTULO XI. HIELOGaelSeguí a mi padre por el pasillo, sin demostrar ningún tipo de ánimo en mi rostro. Tenía un humor de los mil demonios esa mañana y lo menos que deseaba era tener que soportar sus interminables reclamos.Además, acababa de interrumpirme con Anissa; otra vez. Ya ni siquiera sabía si lo hacía a propósito, o no. Cual fuera el caso, no obedecería a sus advertencias sobre ella. Para mi padre, nadie que no tuviera una buena cantidad de dinero valía lo suficiente como considerarlo como alguien importante. Y, aun así, la importancia que les brindaba a esas personas era netamente políticas.A veces recordaba a la persona que solía ser antes, cuando aún parecía haber algo de humanidad en él. Pero esos recuerdos eran tan lejanos, que se volv&