Parte 1. Capítulo 18. El descubrimiento

Corría con rapidez por la tupida selva. Los obstáculos no eran impedimentos para él. La agilidad que le concedía la bestia le permitía atravesar kilómetros de indómita vegetación en solo segundos.

Su cuerpo, marcado por cientos de heridas, comenzaba a sanar. Se regeneraba con sorprendente velocidad.

Agudizó los sentidos para buscar la fuente del olor que lo perturbaba. Era sangre y carne humana. La bestia enloquecía al sentirla.

Sin embargo, no era común captar esa fragancia en ese sector de la montaña, que por sus escarpados riscos y profundas depresiones, no era apto para el senderismo u otro deporte extremo.

En una zona rocosa y junto a un gran peñasco, Gabriel halló un nicho formado con troncos y ramas. Tuvo que agacharse para entrar. La sangre se le congeló al ver lo que había dentro.

En medio de un triángulo de cal se encontraba una calavera hecha trizas y los restos estaban cubiertos por sangre y hollín.

Trozos de órganos se hallaban dispersos por el lugar, junto a pedazos de v
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