Rebeca sabía que lo dicho por su madre era una orden, no una sugerencia, pero en esa ocasión no podía obedecerla. La siguió para dejarle en claro su posición: no iba a alejarse de Gabriel.—Mamá, yo no me iré —informó al entrar en el dormitorio. Marian ya había sacado parte de la ropa que tenía en el armario y la dejó sobre la cama mientras buscaba la maleta.—Yo sabía que esto sucedería. No debimos volver a esta selva —alegó con temor.—¿Qué sabías? —Marian no dejaba de moverse. Su rostro mostraba una gran preocupación—. Mamá, ¿puedes calmarte? Por favor, dime qué sucede.—¡Ese hombre es el diablo! —exclamó angustiada—. Yo no quería que tú pasaras por lo mismo que yo pasé, por eso te alejé, pero el destino siempre anda torciendo las cosas.Rebeca comenzaba a desesperarse. Se interpuso en el camino de su madre y la tomó con firmeza de los hombros para detenerla y exigir su atención.—Háblame claro. No me iré de La Costa sin una explicación convincente.Marian bajó los hombros en señal
Manejaba a toda velocidad por un estrecho camino bordeado de vegetación. Los altos árboles de frondosas ramas no dejaban pasar la luz de la luna, haciendo maquiavélicas a las penumbras, pero ella estaba decidida a traspasarlas.A un costado se hallaba la montaña, que se erguía imponente, y del otro, kilómetros de selva que seguramente finalizarían en la costa.Rebeca no tenía seguridad de dónde estaba ni qué hacía, solo seguía el camino que recorría a diario con Javier hasta la cosecha.Sabía que al pasar los terrenos llegaría a las residencias de los miembros la sociedad. Allí, de alguna manera, encontraría la casa de Gabriel.No obstante, tuvo que detener el auto de forma repentina haciendo patinar el vehículo sobre el asfalto varios metros, hasta detenerse a pocos centímetros de un hombre alto, que estaba inmóvil en medio de la vía, con el torso desnudo empapado de sudor y sangre y marcado con heridas de garras.La adrenalina casi logró que el corazón se le saliera por la boca.Gra
No soportaba tanta incertidumbre. La espera nunca había sido una de sus mejores virtudes.Con la mirada fija en el sendero que comunicaba la casa del líder Pablo con la carretera que atravesaba la cosecha, Rebeca no hacía otra cosa que esperar. En algún momento tendría que aparecer alguien para dar razón de lo sucedido.El líder, un hombre alto, de contextura delgada y con el cuerpo curvado y arrugado por los años, se paseaba por el porche atendiendo las incontables llamadas telefónicas que le hacían los miembros de la sociedad.Desde la noche anterior el lugar se había transformado en un caos por el violento enfrentamiento producido por las bestias. Sin embargo, ellos estaban preparados para evadir cualquier situación que amenazara con descubrir su secreto.Habían esquivado el acoso de los curiosos y de las autoridades de la región difundiendo noticias sobre el avistamiento de felinos salvajes en las montañas que circundaban la cosecha.En la antigüedad, en esa región solían vivir ja
Corría con rapidez por la tupida selva. Los obstáculos no eran impedimentos para él. La agilidad que le concedía la bestia le permitía atravesar kilómetros de indómita vegetación en solo segundos.Su cuerpo, marcado por cientos de heridas, comenzaba a sanar. Se regeneraba con sorprendente velocidad.Agudizó los sentidos para buscar la fuente del olor que lo perturbaba. Era sangre y carne humana. La bestia enloquecía al sentirla.Sin embargo, no era común captar esa fragancia en ese sector de la montaña, que por sus escarpados riscos y profundas depresiones, no era apto para el senderismo u otro deporte extremo.En una zona rocosa y junto a un gran peñasco, Gabriel halló un nicho formado con troncos y ramas. Tuvo que agacharse para entrar. La sangre se le congeló al ver lo que había dentro.En medio de un triángulo de cal se encontraba una calavera hecha trizas y los restos estaban cubiertos por sangre y hollín.Trozos de órganos se hallaban dispersos por el lugar, junto a pedazos de v
Rebeca cruzaba de nuevo los terrenos de la sociedad, pero en esta ocasión, en dirección a la selva. El sol de la tarde abrazaba sin contemplaciones a la vegetación y calentaba la brisa impregnada de salitre.Tenía que encontrar a Gabriel. Solo él podía aclararle las dudas. Su madre estaba empeñada en marcharse de la región y olvidarse para siempre de aquel lugar maldito, pero para ella era demasiado tarde.No podía separarse de esas tierras. Mucho menos, de él.Dejó el auto estacionado a la orilla del camino y se sumergió a pie entre la vegetación. No quería seguir esperando por noticias en la casa del líder Pablo, por eso, se internaba en las profundidades de la montaña.Baudilio, harto de los ruegos de la chica, le confesó en qué zonas los guerreros solían quedarse para serenar a su bestia, regenerar las heridas y calmar su propia ira.El hombre sabía que nada la detendría. Aquel llamado superaba la voluntad de los amantes.Rebeca anduvo por caminos desconocidos dejándose llevar por
Isabel nunca imaginó lo que le depararía el destino al levantarse de la cama la mañana del penúltimo día del mes de mayo.El sol alumbraba con intensidad cada rincón de la congestionada ciudad de Caracas, aunque en el horizonte podían divisarse oscuras nubes de lluvia acompañadas de truenos.El aire resultaba pesado y cálido, como si fuera el vapor de una enorme caldera, que alteraba las emociones de cada ser viviente.Apretó el agarre de los libros que llevaba en el brazo y cerró el puño de su mano libre alrededor de las tiras de su cartera, así podía cruzar a toda prisa la calle. La ansiedad la asfixiaba y ella no comprendía las razones.Caminaba hacia su departamento como si huyera de alguien, o de algo, pero tuvo que detenerse en medio de la vía al escuchar el bocinazo de un auto que de manera imprevista salía de un estacionamiento privado y estuvo a punto de arrollarla.Por instinto, soltó la cartera y se aferró al collar de cadena con dije de cristal transparente, con forma de e
Hundió con energía el machete en la gruesa rama, logrando que esta se partiera de un solo golpe. Los empleados que estaban bajo el árbol corrieron para protegerse.El tronco cayó al suelo con estruendo y salpicó lodo en todas direcciones.Javier se limpió el rostro con el dorso de su muñeca para apartar los hilos de agua que la lluvia le dejaba. Se incorporó y saltó al vacío.Su cuerpo cruzó en segundos los casi cuatro metros que lo separaban del piso, hasta caer de pie, como los gatos.Risas toscas y gritos autoritarios se escucharon en los alrededores mientras los empleados corrían para cortar en pedazos la rama y llevar los restos al camión apostado a un costado del camino.Nadie hacía algún comentario por la forma física o las proezas sobrenaturales de los seis hombres encargados de dirigir las labores en la cosecha de cacao donde laboraban.Aquellos sujetos altos, de contextura recia y musculosa, con una fuerza y agilidad superior a la de cualquier ser humano, administraban con j
Isabel gritó al despertar. En su mente aún se reflejaba la imagen de unos ojos enrojecidos similares al de los felinos, que la observaban con furia.Se levantó nerviosa y con la frente perlada de sudor. Las manos le temblaban de forma casi imperceptible. Para calmarse decidió ir a la cocina en busca de un botellín de agua.El departamento donde vivía con su hermano era extremadamente pequeño, las habitaciones eran chicas y la sala, cocina y comedor se encontraba en un mismo espacio, pero no podían aspirar a más.Sus posibilidades económicas eran precarias y su hermano era el único que trabajaba porque ella se encontraba en el último año de la carrera, por eso Aarón buscaba mejores opciones laborales.Regresó a su dormitorio bebiéndose el agua y dejando la botella sobre una mesita de noche para atarse con una goma los largos y suaves rizos castaños de su cabellera. Se sentía agotada.Esos ojos enrojecidos la habían despertado en más de una ocasión desde hacía semanas y cada vez que lo