Ana
—No debiste de ser tan grosero, John. —le comento a John cuando pasa a mi lado, cierro la puerta y él no dice nada. — ¿Sabes que no ser por él, Santiago…? —mi voz se rompe.
John se gira.
—Lo sé, también por tu terquedad, creo que ya basta de estarte arriesgando, tienes una hija, ¡Por Dios, santo! Por más que se contrata personal siempre tiendes a desvanecerte entre mis manos, sabes que Santiago está afuera, esperando el maldito momento y tú no dejas de ponerte en bandeja de plata para él. ¡Vas a seguir mis indicaciones y si no lo haces, contrata a otro jefe de seguridad! No he dejado Italia para venir a ver como mueres en las manos de Santiago. —Estoy atónita en la forma que John me ha hablado, es la primera vez que lo hace. Trago saliv
Hudson—Tenemos que hablar. —dice Caleb, mi hermano mayor. Puedo ver que no luce contento. — ¿Qué haces aquí? Sí, pasa. ¿Por qué no avisaste que vendrías a New York? ¿Estás bien? —puedo ver en su rostro preocupación. —Sí, estoy bien. Vamos…—veo como se desajusta su corbata y deja la maleta en el recibidor. — ¿Sabes que existe el correo, el WhatsApp, Messenger de Facebook, el celular…? —me extraña tanto su presencia en la ciudad. Él sonríe a medias. Vaya, debe de ser algo importante. —Deja cancelo la comida que he ordenado. —subo a mi habitación y me pongo algo deportiv
Hudson — ¿Dónde tiene planeado mudarse? —le pregunto a toda prisa a Caleb, él pone los ojos en blanco, niega y suelta un gruñido, puedo ver la vena resaltar en el cuello. — ¡No te voy a ayudar! ¡Tienes que sacarla de tu cabeza! —Mía se acerca e intenta tranquilizarlo. — ¡No somos unos adolescentes, Caleb! Si no me vas a ayudar, yo mismo lo haré, así que no te metas en mi camino. —lo esquivo y camino por el parque en dirección contraria de dónde venimos, por un momento pienso que hemos llegado juntos, pero luego pienso que nuestra hermana puede llevarlo. Suelto un gruñido cuando recuerdo su maleta en mi recibidor, detengo mi huida, me giro y veo a Caleb con las manos en la cintura mirando en mi dirección, Mía tiene los brazos cr
Ana —Estas cajas son de Gia, van en el primer auto. —le digo a mi asistente. Ella asiente y etiqueta con la primera inicial sobre la misma. Reviso el resto, se termina de etiquetar, miro de nuevo el primer piso para confirmar que nada se ha quedado. —Está todo listo. —dice John cuando se asoma a mi habitación. —Gracias, solo deja reviso por una última vez. Creo que algo se me olvida. —Ya has revisado cuatro veces todo el departamento, Ana, si no salimos en diez minutos, llegaremos al anochecer. —Lo sé, lo sé, espera dos minutos más. —John sonríe al ver que no ganará. —Está bien, te espero en el pasillo, Gia ya salió con Estefany, están
Ana Lloro, lloro sin dejar de mirar la fotografía que tengo en mis dedos, apenas puedo controlarme. —No saben de la existencia de Gianella. —levanto la mirada y me limpio mis mejillas. — ¿Ellos…ellos saben que soy la mujer de Italia? —digo balbuceando. —Sí. Por eso es la razón que ha comprado la finca, parece ser que Caleb, el hermano mayor de Hudson, tiene miedo de que Hudson haga algo y se exponga delante de Santiago. Nos ha investigado al igual que nosotros a ellos… Me cubro mi rostro, el resto del llanto queda solo en sollozos cortos. —Así que sabe que soy yo…—John asiente. —Estoy sorprendido igual que tú, cuando me con
HudsonAna duda al ver mi mano, puedo ver como su respiración se agita más e intenta controlarlo delante de mí, sus ojos me miran de una manera extraña, ¿Cómo no pude darme cuenta de que ella es mi mujer misteriosa? Desde el primer día hubo ese tipo de electricidad, una familiar que ignoré. — ¿Vas a bajar? He preparado algo para…—ella levanta su mano en el aire en señal de que me detenga. —Creo que ha sido un…—ahora es mi turno de detener las siguientes palabras que saldrán de su boca. —No es un error, Ana. —ella toma aire bruscamente y no sabe que más decir. —Así qué, ven, —le extiendo la mano de nuevo para que la tome y ayudarla a bajar del auto, sus mejillas pálidas se sonrojan a mi i
Ana Entro al auto a toda prisa, mis manos tiemblan, estoy a punto de llamar a John para que venga por mí, estoy en un modo que no puedo controlarme, la llave entra finalmente y antes de arrancar levanto la mirada al retrovisor y Hudson está bloqueando mi paso. El corazón late desbocado, me agito aún más. ¿Qué no le quedó claro lo de hace unos momentos? Entre más lejos esté de nosotras mejor. “Nosotras” ¡Mierda! ¡Mierda! Hudson da un manotazo en la cajuela para que no arranque el auto. Intento pensar en algo para cubrir el error que ha salido de mi boca, “Nosotras” quiere decir que… La puerta del lado del copiloto se abre y Hudson entra a toda prisa. —
HudsonDesde aquí miro como Ana se marcha, el auto derrapa contra la tierra dejando una larga estela de polvo, mi corazón sigue latiendo frenéticamente, hay algo más, hay algo que se me está ocultado y tengo que descubrirlo.Le hago señas a los de seguridad vestidos de civil, asienten sin decir más, después de unos momentos, mi auto es aparcado frente a mí, uno de mi escolta se acerca y me entrega las llaves de mi deportivo. —No necesito que me sigan, dile a mi hermano que regreso en un momento. —el hombre de traje asiente dudando mi petición. Rodeo el auto, entro y arranco en dirección a la hacienda de Ana, la estela de polvo sigue en el aire cuando paso por el mismo camino. Se disparan muchos pensamientos intento concentrarme en lo que haré a continuación. Veo a lo lejos com
Ana Entro a la casa, mi cuerpo tiembla, cuando voy a subir las escaleras, mi móvil suena, contesto y cuando escucho a mi asistente del otro lado de la línea me detengo. —El señor Burj ha llamado, ha informado que no volverá a surtir más los lotes de telas y ha retirado la oferta de la mesa del quinto lote de mercancía. — ¿Cómo? —mi voz es de histeria. —intento pensar fríamente. — ¿Cómo que no podrá surtirnos más? ¿Qué ha pasado? —Señora Lombardi, el señor Burj, quiere que haga usted misma una propuesta, no aceptará a nadie en su nombre. —Mierda, doble mierda. Tener que viajar a Abu Dabi y hacer el trato personalmente me ata de manos, no puedo arriesgarme a que