Capítulo 3

En su camino, se encargó de recoger todos los billetes que le lanzaban. Y no eran pocos; ellos la adoraban. Y ella adoraba la atención casi con la misma intensidad, por lo que con sonrisas agradecidas y algo coquetas, subió nuevamente hacia su lugar para terminar su número.

Un sacudón de caderas llenas de brillo y un control admirable de sus zapatos altos. Sentía ya no sólo el calor de los reflectores en su cara, sino también el del público observándola danzar.

Nuevamente su mirada se cruzó con la del misterioso donjuan que había decidido visitar el bar. Era la primera vez que le veía, eso era seguro.

Mientras seguía su número, se dedicó a mirarle entre paso y paso, observando como él no quitaba su mirada penetrante de ella ni un solo segundo.

A la joven Myles nunca le habían interesado realmente los hombres más que por el peso de sus billeteras. Y es que así había sido siempre. “No hay hombre más apuesto que aquél que tiene seis cifras en su cuenta de banco”es lo que siempre dictaba su hermana mayor, y ella lo había tomado muy en serio. Sin embargo, mentiría si no dijera que aquel varón de traje mirándole lascivamente no despertaba ciertas cosquillas en ella.

El show finalmente termina con una gran ovación, y una ola de billetes lanzados al escenario. Alanna desaparece de la vista y las demás chicas ayudan a juntar todo el dinero esparcido por el lugar antes de que comience el siguiente número.

La joven entra tras bambalinas, observando el caos detrás: mujeres corriendo de un lado para el otro. Algunas maquillándose, otras peinándose y otras vistiéndose. Asi era su noche a noche.

Caminó hasta el final del pasillo esquivando la nube de polvo compacto y fijador de cabello, para poder llegar a su camerín personal. Sin embargo, su hermana la detuvo antes de acercarse al pestillo.

_Estuviste genial hoy.

Alanna sonrió, sorprendida por el cumplido inesperado.

_Gracias.

_Ahora quítate esos zapatos, que a Lola se le ha roto uno de los suyos.

La joven rodó sus ojos mientras escuchaba las órdenes alteradas de su hermana.

Entró a su camerín y sentándose en la silla, se quitó los zapatos para entregárselos a su hermana quien esperaba mirándole impaciente. Esta actitud molestó un tanto a la joven, que necesitaba cinco minutos en paz para seguir el número final.

No obstante, tras cinco minutos, tocan a su puerta nuevamente. Había pasado tan poco tiempo que siquiera había tenido el tiempo suficiente de quitarse el antifaz.

Abrió la puerta de forma brusca, esperando encontrarse a su hermana mayor como sucedía la mayoría de las veces.

_Qué es lo que quieres ahor...-bajó el tono de voz poco a poco hasta cortar su oración.

Lejos de ser su hermana, frente a ella se encontraba aquel empresario al cuál le había bailado encima hacia unos momentos atrás. Ella sintió el aire entrecortarse en su pecho mientras le miraba atónita.

Además, era mucho más alto de lo que le recordaba sentado, por lo que tenía que levantar su cabeza para verle a los ojos.

_Lo siento, no es mi intención molestarte...

_¿Qué haces aquí? ¿Quién te ha dejado pasar?

El empresario miró hacia atrás, volviendo su mirada mientras negaba nervioso con su cabeza.

_Nadie, de hecho. Me he colado.- Confesó aclarando su garganta con algo de incomodidad. Alanna levantó sus cejas, ante la sorpresiva honestidad de su parte.-Sólo quería saber si me aceptas una cita.

La joven sintió el calor subir por sus mejillas mientras aguantaba una sonrisa.

_¿Hablas de una cita romántica? ¿Nosotros dos?

Él asintió reiteradas veces con su cabeza.

_Sí. Sólo necesito una. Realmente me pareces muy bonita. Te prometo que no te haré perder el tiempo.

Alanna dejó salir una media sonrisa mientras pensaba en el doble sentido de aquella última oración.

_De acuerdo, sólo déjame una tarjeta y te llamaré luego.-Respondió levantando sus hombros.

_¿Por qué no mejor me anotas tu número?

Habiendo dicho esto, Thomas sacó del bolsillo de su saco un bolígrafo y una servilleta de tela, extendiéndoselos a la joven. Alanna no pudo evitar sonreír ante su astucia. Quitándole el bolígrafo de las manos anotó su número, y dejó un beso marcado con labial final de éste.

Rodeando uno de sus brazos por su torso, dejó la servilleta en el bolsillo de su pantalón sin perder el contacto visual con él, quien parecía haber entrado en trance en cuanto ella posó una mano sobre su cuerpo. Ella aprovechó la cercanía de ambos para captar cada detalle de él, desde el fuerte aroma de su colonia hasta como sus músculos se tensaban bajo su camisa al sentir el contacto de ella. Esto dejó salir una juguetona sonrisa por parte de la joven.

Antes de que ella diera un paso atrás para alejarse del todo, él tomó rápidamente su muñeca recibiendo una mirada confusa de parte de ella.

_Lo siento de antemano. No puedo irme de aquí sin probar un beso tuyo.

Alanna frunció su ceño confundida, antes de sentir como sus labios eran estampados contra los del candente empresario, que con fuerza rodeaba sus brazos para sostenerla inclinada en el aire, cual cliché de película romántica.

Al principio ella se encontraba sorprendida por el gesto, aunque su cuerpo pareció poco a poco dejarse ceder ante sus aterciopelados y carnosos labios.

_¡Hey! ¡Tú! ¡No puedes estar aquí!

La voz de su hermana mayor se podía oír sonando a lo lejos, regañando al joven Thomas. En cuánto se separaron Alanna tuvo que aguantar su sonrisa divertida al verle sus labios y parte del rostro manchado con su labial carmesí. Pero él no parecía importarle en absoluto, siendo escoltado por gente de los camerines y la mayor de las Myles, quien miró a su hermana entre una mezcla de diversión y confusión al mismo tiempo. La joven levantó sus hombros, demostrándole que tampoco tenía mucha conciencia de qué había pasado durante esos minutos.

El tiempo pasó y fue momento de su último número de baile, junto a otras tres chicas más. Al salir al escenario su mirada fue directamente hacia la mesa de su galán, aunque para su mal sabor de boca, él ya no se encontraba allí.

Jamás nadie se había atrevido a buscarle de la manera tan atrevida en la que él lo había hecho, mirándola con unos ojos casi suplicantes de su atención.

En cuánto volvía a rememorar aquél momento en su cabeza, sentía la necesidad de morder sus labios casi de forma inconsciente. No supo si fue la manera en la que sus grandes manos la sostuvieron firme o sus ojos de cachorro mirándola de la forma más candente posible lo que la dejó sin aire, provocando que cada vez que pensara en ello sintiera un escalofrío recorrerle la espalda dorsal.

Esa noche volvió al departamento más callada de lo usual. Se preguntaba asi misma hacía cuánto tiempo que no tenía una cita. Mucho menos una así de particular.

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