Esa tarde, fuimos directo a la casa de Austin. El camino fue largo. O al menos lo sentí así porque tenía muchas ganas de orinar y me daba vergüenza decirlo mientras estábamos en el coche. Nos detuvimos frente a una mansión. Esperé ver muros alto y electrificados como en la casa madre, pero fue todo lo contrario. Era una mansión moderna, no había portón, solo un camino de piedra lisa que nos conducía a través de un césped bien cuidado. El coche se estacionó frente a la casa que estaba hecha principalmente de paredes de vidrio. Estábamos cien por ciento expuestos. Para llegar aquí tuvimos que subir una montaña. No había portón, ni paredes, ni sistemas de seguridad avanzada cuando entramos, tampoco quedaba cerca de otra casa que podría ser el centro de control de los guardias. Creía que lo único que nos iba a proteger eran la docena que guardias que nos siguieron en unas minivan. Dentro de la casa, ellos estaban unos pasos detrás de nosotros. En estos momentos, no me podía perm
El restaurante era ostentoso, con música ranchera, no de las que se utilizaría en una fiesta para emborracharse, estas eran más suaves. Tomamos asiento y debía admitirlo, estaba nerviosa. ―¿Cómo te sientes? ―preguntó Austin a los pocos minutos. ―Bien ―dije sin más, no sabía cómo seguir la conversación. Un mesero intervino para tomar nuestra orden. ―Unos tacos al pastor y para la señorita… ―Me miró por pocos segundos, con diversión―, lo más picante que tengas en el menú. Me sonrojé y el mesero se fue. La sonrisa pícara de Austin se expandió. ―Esperemos que no te dé dolor de estómago esta noche, reservé un hotel―Me guiñó el ojo. Sí, la parte negativa de comer picante es el dolor de estómago que este causa. ―No quiero saber lo que tienes planeado ―respondí riéndome. ―Oye, estoy intentando actuar sensual y tú lo arruinas riéndote de esa forma ―Me siguió el juego. Me carcajee con ganas. ―Lo siento, pero es muy difícil que me tome el comentario seriamente si hablas de las
Por suerte, el hotel tenía una sección de tiendas de ropa. En el ascensor no dejé de arremeter contra él por su pésima elección y él no paró de replicar. ―¿Quién fue el de la idea? ¿Quién escogió ese traje de baño? ―Mandé a alguien a comprarlo ―dijo de mala gana. ―¿Quién fue? ¿Cómo pudo escoger esa aberración? ¿No le dijiste que era para tu esposa? ―Sí, y tal vez le dije que escogiera el traje de baño más cubierto que encontrara. Mi cabeza casi da la vuelta como si fuera la niña del exorcista. ―¿¡Que tú qué!? ―grité dentro del rectángulo de metal llamado ascensor. Me desafió con la mirada, cabreado. ―Fácil: no quería que otros hombres te vieran en bikini. ―¡No puedo creerlo! ―exclamé. ―Créelo, y aún sigo creyendo que es una mala idea. ¿Por qué quieres ir en bikini? ¿Sabes lo que va a pasar si otros hombres ven tus tetas? Yo si sé lo que se imaginarán y no quiero. A punto de un colapso de rabia, le hablé con firmeza. ―Lo que se les pase por la cabeza me vale mierda. T
Salí sin mirar atrás, caminando a paso rápido para no darme chance arrepentirme. Prefería salir con mis nalgas marcadas que hacerle caso a las demandas machistas de Austin. Honestamente, me tomó por sorpresa. Él no será el hombre más liberal y moderno, pero no pensé que llegara a este punto. No le presté atención a las miradas de las personas, ni siquiera estaba segura que me miraban, estaba muy concentrada en estar molesta. Reclamé la primera camilla que encontré. Dejé las cosas en la camilla y me metí de un chapuzón. Esperaba que el agua enfriará mi cuerpo. Estuve un rato nadando, flotando, despejando mi mente. Austin no apareció. Cuando el sol se estaba poniendo insoportable, salí. Me apliqué un poco de bloqueador solar y me recosté en la camilla. Estuve cambiando de posición constantemente. Estaba echada de lado, observando el panorama cuando una figura masculina demasiado atractivo para ignorar, se acostó en la camilla junto a la mía. No me dirigió la palabra, pero alarg
―¿Qué haces?―¿Qué haces tú? ―contraataqué―. ¿Vas a arruinarles el futuro a dos niños solo porque te llamaron pobre? Me sentí muy rara al llamar niños a unos jóvenes de dieciocho años cuando solo tengo veinticinco años. Pero, en mi defensa, a mi edad ya experimenté lo que es casarse, divorciarse, tener un amante y estar embarazada. ―Y por estar coqueteando contigo e intentar pasarse de la raya ―Añadió. Respiré profundo. ―Seremos padres, Austin. ¿Y si fuera nuestro hijo al que intentan arruinar la vida con tanta facilidad? Resopló.―Primero: no educaría a mi hijo para que se comporte como un idiota. Segundo: podríamos tener una linda princesa ―dijo meloso, acariciando mi vientre. Luego de unos segundos, volvió a comportarse con frialdad―. Así que, dame el celular, amor. ―No. Necesito que actúes como un adulto y digieras lo sucedido. No uses tu dinero para salirte con la tuya. ―Si esa es la parte divertida de tener dinero. Esto no estaba yendo a ningún lado. Tenía que cam
Era un centro comercial. Ese era el lugar donde me quería traer tan desesperadamente. ―¿Qué necesitamos comprar con tanta urgencia que no se lo puedes pedir a alguien más? Por más que no me provocaba salir el día de hoy, me imaginaba que era algo muy importante y por eso se encontraba tan irritante. Pensé que había planeado una cita; una cena, a la luz de las velas, un picnic frente al atardecer, un paseo en globo aerostático. Pero no, era un maldito centro comercial. ―Algo muy valioso. Me tomó de la mano y avanzamos entre la multitud. Lo obligaba a detenerse cada vez que pasábamos frente a una tienda, lo que significa que era cada dos minutos. Debía admitirlo, tenía un problema que dudaba que existiera cura. No importaba si era una tienda de ropa o de utensilios de cocina; necesitaba urgentemente ver el precio, el diseño, el color, el tamaño. Cualquier cosa que se apareciera en la vitrina, quería verla. ―Mira esa podadora, ¿crees que sea más potente que la que tenemo
Mi humor se había desvanecido. Sé que Austin no me encontraba responsable de todo lo que había pasado tiempo atrás y al día de hoy ha tenido una paciencia extraordinaria conmigo pese a que es notorio que en su corazón quiere que yo recuerde aquellos momentos tan bello que nos llevó a enamorarnos. Una variedad de anillos con joyas preciosas y reluciente fue presentada frente a nosotros. Austin hizo que me probara cada una de ellas y yo no opuse resistencia. No era problema para mí, pero por más que me enseñaran diamantes y rubíes, no era capaz de sentirme satisfecha. Además, de que mi mente estaba dispersa en la habitación, intentando recordar al menos el color de las paredes.―Este te queda hermoso, ¿no crees? Austin acariciaba mis dedos, con delicadeza.―Sí… está hermoso. Me mira
Eran los empleados del hotel, usaron su tarjeta para acceder y verificar lo que estaba ocurriendo. Nos encontraron a los dos acurrucados, echados en el suelo. Oculté mi rostro en su pecho mientras nos interrogaban.“Estamos bien, solo fue una discusión”. Era lo que repetía Austin constantemente. Ellos intentaban hablar conmigo, pero me rehusé abrir la boca, principalmente porque estaba haciendo un esfuerzo para contener las lágrimas. Tras varios intentos fallidos de comunicarse y conseguir una respuesta más detallada de lo ocurrido, se fueron y nos dejaron a solas.―Trajeron tu comida. ¿Quieres comer? Con el rostro aún enterrado en su pecho, me negué. No sé por cuanto tiempo estuvimos así, pero me encontraba extremadamente cansada. Me ayudó a ponerme de pie y me metió a la cama. Se d