Era un centro comercial. Ese era el lugar donde me quería traer tan desesperadamente. ―¿Qué necesitamos comprar con tanta urgencia que no se lo puedes pedir a alguien más? Por más que no me provocaba salir el día de hoy, me imaginaba que era algo muy importante y por eso se encontraba tan irritante. Pensé que había planeado una cita; una cena, a la luz de las velas, un picnic frente al atardecer, un paseo en globo aerostático. Pero no, era un maldito centro comercial. ―Algo muy valioso. Me tomó de la mano y avanzamos entre la multitud. Lo obligaba a detenerse cada vez que pasábamos frente a una tienda, lo que significa que era cada dos minutos. Debía admitirlo, tenía un problema que dudaba que existiera cura. No importaba si era una tienda de ropa o de utensilios de cocina; necesitaba urgentemente ver el precio, el diseño, el color, el tamaño. Cualquier cosa que se apareciera en la vitrina, quería verla. ―Mira esa podadora, ¿crees que sea más potente que la que tenemo
Mi humor se había desvanecido. Sé que Austin no me encontraba responsable de todo lo que había pasado tiempo atrás y al día de hoy ha tenido una paciencia extraordinaria conmigo pese a que es notorio que en su corazón quiere que yo recuerde aquellos momentos tan bello que nos llevó a enamorarnos. Una variedad de anillos con joyas preciosas y reluciente fue presentada frente a nosotros. Austin hizo que me probara cada una de ellas y yo no opuse resistencia. No era problema para mí, pero por más que me enseñaran diamantes y rubíes, no era capaz de sentirme satisfecha. Además, de que mi mente estaba dispersa en la habitación, intentando recordar al menos el color de las paredes.―Este te queda hermoso, ¿no crees? Austin acariciaba mis dedos, con delicadeza.―Sí… está hermoso. Me mira
Eran los empleados del hotel, usaron su tarjeta para acceder y verificar lo que estaba ocurriendo. Nos encontraron a los dos acurrucados, echados en el suelo. Oculté mi rostro en su pecho mientras nos interrogaban.“Estamos bien, solo fue una discusión”. Era lo que repetía Austin constantemente. Ellos intentaban hablar conmigo, pero me rehusé abrir la boca, principalmente porque estaba haciendo un esfuerzo para contener las lágrimas. Tras varios intentos fallidos de comunicarse y conseguir una respuesta más detallada de lo ocurrido, se fueron y nos dejaron a solas.―Trajeron tu comida. ¿Quieres comer? Con el rostro aún enterrado en su pecho, me negué. No sé por cuanto tiempo estuvimos así, pero me encontraba extremadamente cansada. Me ayudó a ponerme de pie y me metió a la cama. Se d
―Todo comenzó en un día lluvioso, el cielo tronaba y las ventanas retumbaban debido al inestable clima, en esa fría noche de otoño…―¡Maya! ―Advertí.―Okey, okey, hablemos directo ―Sus manos se movían animadamente, como si estuviera contando la historia más interesante y divertida. Pero esa historia destruyó cinco años de mi vida―. Lo de la noche lluviosa y fría era verdad. A mitad de una cena familiar, Williams llegó, yo lo invité sin que mis padres ni Austin lo supieran. Lo presenté con normalidad como un invitado sorpresa y ellos lo aceptaron gustosos. Hasta que la cena terminó y solté el plato fuerte. Por decirlo así. Tenía que admitirlo, la forma en que lo relataba me hacía sentir como si fuera un cuero antes de dormir.―¿Y qué pasó? ―hablé, angustiada.
Apreté los dientes y oculté las manos debajo de la mesa para que no viera como me enterraba las uñas en la carne.―Austin habló con nuestros padres, les suplicó que aceptarán la oferta para que se pudiera casar contigo. Pero mis padres no aceptaron, porque las condiciones que ofrecía tu padre eran absurdas. Y los intereses entre sus empresas chocaban ―Algo se tensó en el rostro de Maya y su postura se volvió rígida―. Tu padre era… es… Ya sabes, no es alguien de confianza. Y mis padres no pasaron eso por alto. Grave error. Cuando pensé que me iba a contar algo más sobre mi progenitor, se detuvo. Eché a un lado las cosas que me había hecho a mí y recordé la acusación de mi esposo, que ellos han sido enemigos durante muchos años. Que mi propio padre ha intentado matarlo repetidas veces. Y cada d&
Esas palabras estuvieron flotando en el aire hasta acabar con el oxígeno de la habitación. Austin continuó comiendo como si nada y yo no podía articular ni la más simple oración.MiPadreEraUnHomicida. Lo que más me dolió en el fondo de mi corazón, era que digerí la noticia muy rápido. Porque algo dentro de mí se lo esperaba. No necesitaba que Austin me echara todo el cuento, yo creía en él.Tenía muchas dudas y sé que involucraba a mi padre y eso me daría algo de derecho a preguntar sobre los hechos, pero me sentiría como una mierdecilla si le hiciera revivir a mi esposo esos días oscuros. Después de todo, mi padre era el villano y Austin el joven que perdió a las dos personas que más amaban en el mundo. Y yo, yo era solo
No podía escuchar nada más aparte de los disparos, los gritos y los cristales rompiéndose. Me paralicé. Austin me cubrió con su cuerpo hasta que estuvimos tirados en el suelo. Era como un escudo sólido.―Arrástrate hasta el muro ―Me exigió con dureza. El dulce y encantador Austin que me sonreía hace unos segundos se desvaneció para darle la bienvenida al hombre que se ha pasado la mitad de su vida escapando de la muerte. A pesar de la severidad en su voz, no estaba entrando en pánico, estaba calmado. Divisé el muro a pocos metros de mí. Se veía tan cerca, pero cuando tienes que pasar por una lluvia de balas lo hacía parecer muy lejano.―Levantate con la cabeza agachada y corre hasta el muro. Yo te cubro ―Me ordenó.―¿Qué? Con las balas cayendo como confeti, se me difi
Mi esposo había desaparecido. Me quedé anonadada. Mi mente no procesaba lo ocurrido y las palabras se me atoraban en la garganta. ―¿Y el paciente? ―preguntó el doctor, inquieto. Giré sobre mis talones, lentamente, hasta ver al doctor con poca paciencia. Me encontraba desorientada. ―Él.. él no está. Se lo llevaron. El doctor negó con la cabeza, exasperado y viéndome como si fuera una perdida de tiempo. Chasqueó la lengua. Se dio media vuelta, pero no le solté la mano. Si no fuera porque era un profesional ya me hubiera empujado contra el piso y maldecido. ―Señorita, hubo un tiroteo y varios de mis compañeros resultaron heridos. Nos encontramos con poco personal. Déjeme trabajar. Se zafó de mi agarre. Comenzó a caminar sin titubeos. Y de pronto, me percaté. Había otra mancha de sangre en el suelo, una más grande y espesa, a pocos metros de donde estaba anteriormente mi esposo. ―El tirador ha desaparecido ―susurré para mí misma. ―¿Cómo? ―habló el doctor, pero no me atreví a v