La cabeza me daba vueltas, ese olor dulce y la amargura en mi lengua seguían presente. Sentía el rostro adormecido. Abrí los ojos y la luz me cegó. Pude mover las extremidades, pero me sentía fuera de mí, como si mi alma estuviera residiendo en un cuerpo ajeno. Estaba en el suelo, sucio y polvoriento. Me levanté con dificultad y analicé mis alrededores. Por lo grande que era, parecía un depósito, un almacén. Lo que estaba segura es que llevaba años abandonado. Todo estaba cubierto de mugre y tierra. Miré mi cuerpo, sucio. Mi vestido estaba manchado y mis pies descalzo. Sentía hasta la mas pequeña piedra enterrarse en mi piel. Las ventanas estaban como a cuatro metros de altura y no había ninguna escalera o máquina que me pudiera elevar lo suficientemente. Y tampoco podía ver el exterior porque los vidrios estaban grises. No podía diferenciar si era de día o de noche. Caminé hasta un gran portón metálico. Por más que tiraba y tiraba, el portón no se movía. Entre más me esforzaba
La historia se repetía. La cabeza me daba vueltas y una vez más mi rostro estaba adormecido, mis ojos ardían y mi nariz aún podía olfatear ese olor tan familiar. Nunca me acostumbraría a ese líquido. Mis extremidades fueron despertando y me levanté. Observé el lugar y estaba en el mismo almacén, sola. Williams ya no se encontraba por ningún lado, ni mi prueba de embarazo. Pero había una diferencia significativa, el portón estaba abierto. ―¿Hola? ¿Williams? ―Esta vez sí estaba muy interesada en verlo, él tenía a Austin. No podía dejarlo marcharse. Ignoré el portón abierto y fui por la salida de emergencia, por el mismo lugar por el que había aparecido Williams. Al salir, todo era tierra infértil y abandonada. No se veía nada más que la fábrica por la que había salido. No había casas, negocios, personas; ni siquiera pájaros. Este era el lugar perfecto para cometer un crimen, nadie escucharía las llamadas de auxilio. Había una escalera en el exterior del almacén que llevaba al
Mis muslos lo rodeaban con fuerza y su mano bajaba y subía por mi espalda. Me sacó del lugar. Unas personas se nos acercaron pero yo no estaba viéndolos. Mi cabeza estaba enterrada en su cuello. ―Señor, déjenos revisarla. Necesitamos ver su estado. ¿Paramédicos?―Sí, solo denos un segundo ―Pasos se alejaron y Austin carraspeó. Sentía su pecho subiendo y bajando, el movimiento de su garganta, oía los latidos de su corazón. Era real―. Kari, los paramédicos necesitan ver que estás bien. ―¡Estoy bien!―Tus pies no parecen estarlo. Hace más de una hora que dejaron de doler, ya ni los sentía. Me erguí, desenterrando mi cabeza de su cuello. Lo miré a los ojos. ―¿Cómo escapaste? ―Le pregunté. Aún no podía creer que fuese mentira. La foto era muy real, su voz a través del celular. Me negaba a creer que mi mente me estuviera haciendo esto, no podría vivir así, no podría resistirlo. ¡Esos malditos efectos secundarios! Si son capaces de hacerme alucinar de tal manera, me volvería loca.
Fui dada de alta rápidamente, esa misma tarde estaba en la casa, con ánimos de hacer nada. Por la falta de apoyo de las unidades de justicia ciudadana, Austin movió a su propio equipo, contrató investigadores privados. Estaba tendida en la cama mientras mi esposo estaba caminando en la habitación, en medio de una llamada telefónica. Colgó y se sentó a mi lado.―Ya hay personas rastreando tu celular y otros están esperando que la policía se vaya de la fábrica para hacer sus propios análisis. Con suerte, no se habrán llevado la evidencia ya que no se veían muy partidarios en participar y descubrir lo que pasó. Lo miré con vergüenza. ―¿Y si en realidad me lo imaginé? Ya he tenido recuerdos vividos que he llegado a pensar que estaba pasando en la actualidad. ―¡Ey, ey! Tú misma lo has dicho: “recuerdos”. Esto no fue un recuerdo bloqueado de tu pasado, jamás ocurrió. Mira tus rodillas. ¿En verdad piensas que eso fue un recuerdo? Inconscientemente, llevé mi mano a las vendas que c
Esas palabras me cayeron como un balde de agua fría. No sabía en que país vivía Austin, pero sabía que estaba muy lejos de aquí. Yo me iba a quedar en esta gran casa encerrada mientras él estaría a miles de kilómetros de distancia. Me tragué la tristeza al tiempo que la habitación caía en un rotundo silencio. ―Hablemos en otro lado ―sentenció el hombre que era mi esposo. Me besó en la frente con un mensaje parecido a: “no te preocupes”. Salieron de la habitación, dejándome sola con muchos pensamientos cruzando mi mente. ¿Cuánto tiempo estará afuera? ¿Qué tanto nos podremos ver? ¿Y si tengo una emergencia y no está aquí? ¿Y si me abandona? ¿Haremos video llamadas juntos todos los días? ¿Me olvidará? Pasó una hora y una sirvienta trajo mi comida balanceada en proteínas, cereales y minerales. Me encantaría actuar como en las películas dramáticas, dónde la mujer al estar deprimida no puede ni pensar en comer por la tristeza. Ese no era mi caso. En estos momentos, el bebé
Esa tarde, fuimos directo a la casa de Austin. El camino fue largo. O al menos lo sentí así porque tenía muchas ganas de orinar y me daba vergüenza decirlo mientras estábamos en el coche. Nos detuvimos frente a una mansión. Esperé ver muros alto y electrificados como en la casa madre, pero fue todo lo contrario. Era una mansión moderna, no había portón, solo un camino de piedra lisa que nos conducía a través de un césped bien cuidado. El coche se estacionó frente a la casa que estaba hecha principalmente de paredes de vidrio. Estábamos cien por ciento expuestos. Para llegar aquí tuvimos que subir una montaña. No había portón, ni paredes, ni sistemas de seguridad avanzada cuando entramos, tampoco quedaba cerca de otra casa que podría ser el centro de control de los guardias. Creía que lo único que nos iba a proteger eran la docena que guardias que nos siguieron en unas minivan. Dentro de la casa, ellos estaban unos pasos detrás de nosotros. En estos momentos, no me podía perm
El restaurante era ostentoso, con música ranchera, no de las que se utilizaría en una fiesta para emborracharse, estas eran más suaves. Tomamos asiento y debía admitirlo, estaba nerviosa. ―¿Cómo te sientes? ―preguntó Austin a los pocos minutos. ―Bien ―dije sin más, no sabía cómo seguir la conversación. Un mesero intervino para tomar nuestra orden. ―Unos tacos al pastor y para la señorita… ―Me miró por pocos segundos, con diversión―, lo más picante que tengas en el menú. Me sonrojé y el mesero se fue. La sonrisa pícara de Austin se expandió. ―Esperemos que no te dé dolor de estómago esta noche, reservé un hotel―Me guiñó el ojo. Sí, la parte negativa de comer picante es el dolor de estómago que este causa. ―No quiero saber lo que tienes planeado ―respondí riéndome. ―Oye, estoy intentando actuar sensual y tú lo arruinas riéndote de esa forma ―Me siguió el juego. Me carcajee con ganas. ―Lo siento, pero es muy difícil que me tome el comentario seriamente si hablas de las
Por suerte, el hotel tenía una sección de tiendas de ropa. En el ascensor no dejé de arremeter contra él por su pésima elección y él no paró de replicar. ―¿Quién fue el de la idea? ¿Quién escogió ese traje de baño? ―Mandé a alguien a comprarlo ―dijo de mala gana. ―¿Quién fue? ¿Cómo pudo escoger esa aberración? ¿No le dijiste que era para tu esposa? ―Sí, y tal vez le dije que escogiera el traje de baño más cubierto que encontrara. Mi cabeza casi da la vuelta como si fuera la niña del exorcista. ―¿¡Que tú qué!? ―grité dentro del rectángulo de metal llamado ascensor. Me desafió con la mirada, cabreado. ―Fácil: no quería que otros hombres te vieran en bikini. ―¡No puedo creerlo! ―exclamé. ―Créelo, y aún sigo creyendo que es una mala idea. ¿Por qué quieres ir en bikini? ¿Sabes lo que va a pasar si otros hombres ven tus tetas? Yo si sé lo que se imaginarán y no quiero. A punto de un colapso de rabia, le hablé con firmeza. ―Lo que se les pase por la cabeza me vale mierda. T