La decisión

Betty estaba bastante incómoda; ella no quería estar en esa situación. No estaba acostumbrada a ser la tercera en discordia, ya había pasado por ese papel de esposa engañada y no estaba dispuesta a ser la amante de nadie. Estaba muy contrariada; solo se había dejado llevar por la misma situación de inconformidad que tenía en su vida, pero no estaba dispuesta a poner en riesgo su empleo y, encima, tener que soportar vivir a escondidas como si ella fuera una delincuente.

Ella quería vivir, pero al mismo tiempo ser libre, y con Iván no iba a poder experimentar esa sensación; sino todo lo contrario, se estaba metiendo en medio de un matrimonio que ni ella misma sabía si estaba destruido o no, y en ese momento pensó que tampoco se iba a quedar a esperar para averiguarlo.

Iván le insistió a Betty que no se fuera, pero la decisión de ella fue un rotundo no, y enseguida salió del bar y se subió a un taxi que la llevaría rumbo a su casa, donde la esperaba su triste realidad.

Por supuesto, para Iván fue un momento bastante incómodo porque tenía toda la intención de seducir esa misma noche a Betty, y todos sus planes se habían venido abajo gracias a la llamada inoportuna que le había hecho Rebeca. Eso ocasionó que enseguida saliera furioso del bar y se fuera directo a su casa porque, de alguna manera, quería desquitarse de esa rabia que sentía por culpa de Rebeca. Esa era una razón de sobra para terminar con esa relación definitivamente; ya no la soportaba, nunca la había querido y, encima, era inaguantable poder estar cerca de ella.

Iván llegó al apartamento donde vivía con Rebeca, abrió la puerta de la calle y entró. Todo estaba oscuro; ya era más de la medianoche. Caminó unos pasos y luego encendió la luz de la cocina. Se percató de que Rebeca no le había guardado la cena como siempre lo hacía, cosa que empeoró aún más su coraje, porque encima estaba hambriento. No había probado bocado en todo el día y, además, su velada con Betty había sido un desastre. De cualquier forma, tenía que desquitarse esa rabia que llevaba acumulada por dentro.

Caminó hacia la habitación y, cuando encendió la luz, lo primero que vio fue a Rebeca sentada en un sillón que se encontraba a mano derecha de la puerta. Cuando la miró, pegó un grito asustado al ver a Rebeca con una bata de casa blanca, el cabello suelto y sin peinar, además de unas ojeras que casi traspasaban su rostro. Se veía realmente espantosa.

— ¡Ay, Dios mío! La llorona en persona. ¿Cómo se te ocurre echarme este susto? Me vas a matar de un infarto. ¿Es que no puedes, al menos, ponerte una bolsa en la cabeza para no tener que soportar ver tu cara de espanto? Es que no entiendo cómo te permiten la entrada en los sitios públicos; asustas a cualquiera con ese cuerpo de ballena descompuesta.

Rebeca, al escuchar la forma tan despectiva como le hablaba Iván, enseguida le corrieron las lágrimas por su rostro. Luego le dijo:

— ¿Pero por qué tienes que tratarme así como si yo fuera la peor cosa del mundo? No sabes lo que me duele tu maltrato, cuando lo único que he hecho es quererte y cuidarte durante toda mi vida. Nunca te ha faltado nada a mi lado; te he complacido cuanto he podido.

Iván comenzó a quitarse la ropa violentamente mientras la tiraba al piso. Luego tomó una toalla y se la colocó alrededor de la cintura mientras le decía:

— No me vengas con tu melodrama de nuevo, Rebeca. Estoy cansado de tus berrinches; ya déjame en paz. Además, me voy a dar una ducha a ver si se me quita el coraje que tengo. ¿Se puede saber para qué carajos me estabas llamando? Me interrumpiste en medio de un negocio que estaba cocinando y que ya estaba a punto de concretar, pero como siempre, tenías que ser inoportuna y me estropeaste todo.

Rebeca lo miraba indignada, pero al mismo tiempo tenía miedo de acercarse a él y decirle todo lo que le había pasado durante el día.

— ¿Por qué me miras con esa cara de idiota? Es que no sirves para nada, Rebeca. Pareces un barril, estás horrible. No me dejaste ni siquiera la cena preparada. ¿Cómo quieres que esté de buen humor? Eres una desconsiderada; lo único que haces es molestarme, y encima ya no te aguanto. ¿Se puede saber dónde está Ivana?

Rebeca, secándose las lágrimas, le respondió:

— ¿Dónde crees que esté la niña a esta hora? Acabas de llegar y son más de la medianoche. ¿Qué pretendías? ¿Qué la niña te esperara despierta? Tu hija ha estado con fiebre y, justamente por esa razón, te estaba llamando. No sabía qué hacer, no tenía nada que darle y estaba demasiado asustada.

Iván era muy insolente; él definitivamente no quería a nadie que no fuera él mismo. Enseguida le contestó:

— ¿Y qué querías que yo hiciera? ¿Acaso soy médico o qué? — Rebeca no podía creer lo que estaba escuchando; cada día que pasaba Iván la sorprendía aún más con su actitud. Ella se acercó a él y le dijo de la forma más sumisa:

— ¿Pero por qué me tienes que tratar así, Iván? Yo soy tu esposa, ¿acaso no te das cuenta de eso? Y esa niña que está allí en esa habitación con fiebre también es tu hija; tienes el deber de estar pendiente de ella, de velar por su bienestar. ¿Pero qué clase de hombre eres tú? Parece que no tuvieras sangre en las venas.

Rebeca no salía de su asombro. Cuando pensó que ya lo había escuchado todo, Iván la volvió a sorprender diciéndole:

— Mira, adefesio mal hecho, yo no te pedí que te embarazaras. Tú quisiste hacerlo nada más con la finalidad de que yo estuviera atado a tu lado, pero te salió mal el chistecito, porque no pienso vivir atado a ti para siempre. Estoy cansado de vivir al lado de una ballena y no de una mujer de verdad. ¿Ya te miraste al espejo?

Le dijo mientras la tomaba con violencia y la hacía mirarse al espejo para burlarse de ella.

—¡Oh no! Claro que no te has mirado al espejo ¿Y sabes por qué? Porque ni tú misma te soportas. Es que no existe un espejo que sea lo suficientemente grande para que puedas verte completa; estás acabada. Ningún hombre va a querer estar cerca de ti; eres una mujer que me da asco.

— Ya basta, Iván, por favor. No me sigas ofendiendo de esa forma tan cruel. —decía llorando con amargura. —Yo no tengo la culpa de no tener un cuerpo de modelo de pasarela. Tú te casaste conmigo aún sabiendo mi problema de obesidad; lo sabías de siempre y, sin embargo, aceptaste casarte y pasar el resto de tu vida conmigo.

— ¡Error! No me casé contigo por gusto y lo sabes. Todo fue una presión de tu parte; te me insinuaste hasta que lograste que yo te hiciera el favor de hacerte mujer. Estaba muy ebrio, no sabía lo que estaba haciendo; cuando me di cuenta, ya había cometido el peor de mis errores.

Rebeca no paraba de llorar; estaba totalmente devastada. Se sentía tan débil ante Iván que, en vez de defenderse, lo único que hacía era ponerse aún más por debajo de él.

— Iván, por favor, ya no sigas insultándome de esa forma. No sabes el daño que esto me hace. Yo te amo; eres el amor de mi vida y me casé contigo totalmente enamorada. No es justo que me trates como si yo fuera un coleto; no es justo lo que me estás haciendo.

Ella se estaba acercando a Iván, pero en ese momento él la empujó, haciendo que Rebeca cayera sentada en la cama, mientras le gritaba con odio:

— Ya no quiero seguir en esta farsa de matrimonio; quiero el divorcio. No quiero estar casado contigo ni un solo día más.

Rebeca, al escuchar la decisión de Iván, enseguida se levantó de la cama y se arrodilló ante él suplicándole:

— Por favor, Iván, no me hagas esto. Tú no puedes dejarme; yo te amo. Tenemos una hija; no puedes hacerme esto y menos ahora que he pedido mi empleo. No sé qué voy a hacer. Dios mío, no seas injusto; no puedes hacerme esto — repetía sin parar mientras lloraba amargamente ante la mirada fría e insolente de Iván.

Iván, al escuchar que Rebeca había quedado sin empleo, se puso peor:

— ¿Cómo? ¿Es que encima has quedado sin empleo? Jajajaja, no puedo creerlo. Es que esto sí que es el colmo de mi mala suerte. ¿Cómo pretendes que yo me quede a tu lado cuando ni siquiera tienes cómo mantenerme? ¿Se puede saber de qué vamos a vivir? Estás loca si piensas que yo me voy a quedar con una mujer que ni siquiera puede darme algún beneficio a cambio.

Rebeca seguía arrodillada en el piso llorando; ella definitivamente había perdido por completo la poca dignidad que tenía, estaba totalmente devastada.

— Por favor, Iván, hazlo por tu hija Ivanita. Tienes que ayudarme; además, ella también es tu hija. No puedes dejarme así en estos momentos; no tengo cómo sacar todos los gastos de la casa.

— Yo no puedo hacer nada más en este momento; sabes muy bien que no tengo un empleo fijo. Soy un artista y sabes perfectamente cómo es la vida de nosotros los artistas. Tengo que aspirar a tener un empleo que sea de acuerdo a mi categoría; yo no puedo meterme a trabajar haciendo cualquier cosa, entiéndelo.

— Por favor Iván, hazlo por nuestra hija.

— Y, por cierto, la maestra de Ivanita habló conmigo esta mañana y me dijo que la niña está sufriendo bullying en el colegio y todo por tu culpa. Los niños se burlan de ella por tener una madre que parece una ballena y eso ha ocasionado que la niña esté totalmente deprimida y distraída en el salón de clase.

Rebeca estaba completamente sorprendida; no podía creer que, cuando pensaba que ya las cosas eran suficientes, entonces llovía sobre mojado.

— ¿Pero de qué me estás hablando? ¿Cómo que le están haciendo bullying a mi hija? ¡Dios mío, no puede ser! Es que esto es lo que me faltaba. Ahora entiendo lo que me estaba pidiendo Ivana. Qué horror me da todo esto; hasta mi propia hija me rechaza por mi aspecto físico. Dios, no puedo creerlo.

Iván recalcó para herir aún más a Rebeca:

— Pues sí, como te lo acabo de decir, esta mañana, cuando la fui a llevar al colegio, la maestra de la niña, esté… ay, ya no recuerdo cómo se llama porque casi ni me fijé en ella, pero bueno, el punto está en que me dijo que la niña está sufriendo bullying porque los compañeritos se burlan de ella cada vez que la llevas al colegio, lo que ha hecho que la niña esté algo retraída.

A Iván no le interesaba en lo absoluto el dolor por el que estaba pasando Rebeca, como tampoco le importaba lo que estaba pasando con su propia hija; él solo pensaba en su bienestar.

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