Capítulo 2

ELIZABETH

Desperté en la cama de Miriam abriendo los ojos de golpe. Por la ventana se podían observar rayos de sol y se sentía como si hubiera dormido una eternidad lo que hacía que mis ojos dolieran. Me paré de inmediato, no quería ser una carga, con pasos ligeros y pesados me acerqué a la puerta para encontrarme a Miriam preparando el almuerzo. Pude ver mi reflejo en la ventana y no pude ver una hermosa princesa, en cambio solo parecía aquellas personas mendigas de la calle. 

Mis ojos cafés estaban tan hinchados que raíces rojizas se extendían y unas grandes bolsas que jamás había visto en mi cara se depositaban debajo de mis ojos con descaro. Ignoré mi lamentable apariencia y recordé "Una princesa nunca deja de sonreir". 

Si quería dejar de considerarme una mendiga debería comenzar a subir algunos escalones. 

- ¿Puedo ayudar? -  Miriam quien no había notado mi presencia, me miro horrorizada, pero disimuló su expresión y me dió una tierna sonrisa. 

- Mi señora por favor sólo descanse, si necesita algo pídamelo. No puedo atreverme a fatigarla. - Ella estaba nerviosa y habían algunas pizcas de respeto aún en su voz. Oh.. cuan lamentable me hacia la escena a mis ojos. 

- Yo deseo ayudarle, se lo ruego - tragué saliva - yo quiero hacerlo. - Decidida me acerqué a la cocina y la miré expectante. Ella buscó con la mirada algo y después delicadamente depositó un cuchillo en mis manos. 

- Si insiste de esa manera yo no podría negárselo, pero aún creo que esto es muy vulgar para sus delicadas manos.

- Era muy cercana a la servidumbre de la cocina, así que no me subestime de esa forma for favor. -  Me acerqué a la tabla de picar con unos ojos llenos de determinación, mis manos temblorosas tomando el cuchillo, el afilado metal cortando rápidamente el jugoso tomate. Sentía como una gota de sudor rodaba por mi frente. 

Cuando menos lo esperé ya me había cortado muchísimas veces 

Miriam quien quería revisar mi trabajo se dio cuenta de algunas gotas gruesas resbalando por la parte superior de mi mano.

- Mi señora! Mi señora! Reconozco su determinación, pero.. no creo que usted tenga estos conocimientos. - dijo lastimosa abriendo sus ojos asustada por la escena. 

- Quiero ayudarle! ¿No lo estoy haciendo bien?  - Me sentía estúpida, quizás mi cuerpo me pedía a gritos que escapará por la puerta y me perdiera en el bosque esperando mi muerte, pero aun no. No puedo rendirme sin antes intentarlo y decidida corté de nuevo el tomate haciendo que escurriera su contenido a mi ropa. 

Miriam tomó mi mano y la limpio curando las heridas como si fuera una pequeña niña haciendo travesuras. No podía hacer nada, era tratada como una princesa sin ni siquiera ser una. Podría sentir mis labios arder con lo fuerte que los mordía por mi impotencia y al ver Miriam mi estado hablo lentamente.

- ¿Qué le parece ir a comprar un poco de hierbas para sazonar? - Sonrió.

Asentí, yo en serio quería ayudar por lo que enterré todo aquel orgullo de princesa y estuve dispuesta a todo. 

- No quiero que se encuentre con la gente del pueblo todavía mi señorita, son personas regularmente amables. Pero son muy leales al reino por lo que aún no creo que sea tiempo. 

- Quiero ir, por favor al menos concédeme esto. - Ella mordió sus labios y lo pensó algunos segundos, asintió con una mirada triste. 

- Ande por los callejones más concurridos con una capucha para que así se pierda en ellos. 

- De acuerdo, seguiré tus palabras completamente. 

- Es amable señorita Elizabeth. - Una sonrisa calurosa se extendió en su cara.

¿Amable? No era amable, yo sólo quería pagar de alguna forma aquel aprecio y sustento que me está dando. Dejar de ser una inútil buena para nada, así que no me ofrezcas tan vanal ofrenda. 

Caminé hacia la puerta dándome así el exterior una ráfaga de aire haciendo volar mis cabellos rubios castaños. Apreté los dientes, toda mi vida ni siquiera agradecí a las personas que me servían la comida. Me sentía superior para decirlo sin notar que aquellas personas se esforzaba en darme sus mejores platillos y levantarse muy temprano para así darme un buen desayuno en la mañana. No soy para nada amable.

Caminé paciente por las calles evitando contacto directo con la gente y pronto en un pequeño letrero leí "Víveres". Entré a la pequeña tienda escondiendo mi cara de cualquier persona. 

- Me puede dar hierbas para sazonar por favor? - dije tapándome cada vez más con mi velo. 

El hombre dubitativo me entregó el pedido mientras pagaba con las monedas de Miriam.

- acaso... ¿Usted?  - Dijo con una voz extrañada. Me tapé más con el velo y salí de aquel lugar. ¿Por qué se había dado cuenta? Y no sólo él sino que al pasar voces se escucharon a lo lejos como cuchillas traspasándome.

- ¿Ella es la reina? 

- Sí! ella es! No que la iban a botar? Solo la botaron a nuestra villa para maldecirnos! 

- Deberiamos apredearla. - ¿Qué? No es ese el castigo por adulterar? Desde cuándo soy peor que una prostituta? 

- No! Ella sigue siendo de la familia real. - Aquellas palabras me hicieron tranquilizar pero nuevamente hubieron más comentarios negativos. 

- Es una embustera deberían matarla en sacrificio al reino.

- O venderla como esclava!!

Habían más y más personas que se reunían sólo para contemplarme, me veían y murmuraban a sus oídos lo pagana que era mi existencia , aprete los dientes mientras mis ojos se cristalizaban. Yo era su reina hace una semana me alababan y decían lo bella que era su heredera, hace una semana me miraban como el ejemplo de la nobleza y ahora entre sus murmullos no se oye más que odio hacia mi sólo por tener una sangre maldita, ¡¿Cuál sangre?! ¡¿De qué hablan?! Las lágrimas corrían por mis mejillas no podía detenerlas y mis piernas no se movían del centro de atención, seguramente ahí mismo me matarían, algunas personas comenzaron a alzar las piedras de la tierra. 

Una que otra piedra rebotaba en el suelo cerca de mi, hasta que por fin una me atinó en un costado de la cabeza. Sentí la sangre escurrir hasta mi cuello. Mi respiración se entrecortaba, podía escuchar mis latidos rápidos en mi oido. Mi vista comenzaba a nublarse. Gracias a la vista de sangre manchando mi velo algunas personas se alejaron para no resivir un castigo, cuando mis piernas comenzaron a fallar una mano me jaló de ese centro de atención y dejé que me llevase a su voluntad. Cuando mis ojos se enfocaron me di cuenta que estaba en la misma tienda que antes. 

- Qué rayos hace la princesa aquí !? Deberías irte!  el pueblo está muy enojado contigo! ¿Es que acaso no tienes amor por tu vida? 

- Y?! Que lo hagan ya no tengo a nadie - Comenté sin mirar a los ojos a quien sea que me dirigía la palabra.

- Oye.... ¿Aquella herida a hecho que tus neuronas mueran?  Sé que es difícil  que te saquen de tu nube de sueños en el Palacio para tu tonta cabeza de mazorca pero ya hecho está,el pueblo no está enojado contigo simplemente creen en todo lo que dice la nobleza porque dependen de ella y es todo lo que pueden creer, entiéndelos de alguna manera. Solo una estúpida se queda parada en medio de la estatua del rey, dónde la gente sube sus ojos a contemplarlo. - Un niño rubio con más o menos 10 años me miraba como si realmente fuera una clase de enfermo mental. 

- Y lo soy.... soy una fornicacion un adulterio!

Su sonrisa se extendió. 

- Al menos el setenta por ciento de esta población viene de una madre protituta, asi que ese no es el principal problema de tu desgracia. Pero quizás en tu palacio el adulterio es como un tabú ¿No? Te enseñaron sobre la familia feliz ? Es realmente ridículo.

No podía creer que este pequeño niño me hablaba tan superiormente, como si el mundo fuera suyo desde que nació. Las lágrimas y mi estado de encierro dió un paro. 

- L-lo siento, yo enserio he caído en una fosa de lamento constante. Te agradezco por sacarme de allí he Sido muy inmadura. 

Una pequeña risa quiso escapar pero se la aguantó. 

- Wow, en serio eras aquella chica que parecía tener treinta años? Ahora realmente eres decepcionante. - tragué saliva - Al menos muestra un poco de orgullo, ya que hasta ahora ese es tu mayor atractivo. 

- Yo ... Esto.. 

- Juanito que haces aquí! ¡Es tu turno en la tienda pequeño malnacid... Oh? La encontraste, mi reina- se inclinó ante mi lo que provocó que  retrocediera aturdida.

- oh! señor no haga esa reverencia, yo sólo soy una campesina ahora.

- Por favor Reina, pase a mi morada por favor, la gente podría alterarse - su mirada era amable como cuando Miriam me había hablado por primera vez, aunque este pueblo me odiaba, algunas personas me guardaban en su corazón como su reina, me hacía sentir más engañada, ¿Cómo pueden tratarme así cuándo yo ni siquiera los volteaba a ver? Es algo difícil de entender.

- El problema es que la gente tiene miedo, confían fielmente en su reinado ya que no pueden hacer nada más que cooperar... Y solamente cayeron a rumores.

- ¿Rumores? - dije intrigada. ¿Qué es lo que no me dijeron aquella ves?. 

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