—Siempre me has gustado, desde el primer momento en que te vi, supe que tu eres para mí, pero me eres prohibida porque eres la esposa de mi hermano ——¿Lo que dices es verdad? Siempre te vi como algo más que solo mi cuñado, realmente cuando te conocí, sentí esa conexión especial como si te conociera de toda la vida, pero desvié mi mirada porque soy la esposa de tu hermano, esto no puede ser, aunque sintamos lo que sintamos, sabemos que nuestro amor está prohibido ——Huye conmigo, vámonos lejos de toda esta gente que jamás podría comprender lo nuestro, si tu sientes lo mismo que yo, bésame ahora y seré solo tuyo, bésame ahora y me tendrás para siempre —Elena miraba como aquella pareja se besaba apasionadamente. El bote de helado estaba casi vacío, y ella, se sentía tan sensible que aquella cursi escena la había hecho llorar.Sus hijos estaban ya durmiendo tranquilamente a su lado en aquella enorme cama que, aunque los pequeños tenían su propia habitación, compartían con ella casi cada
—En los hospitales Salvatore, garantizamos la vida de tus seres amados —Elena casi quería reír con aquel comercial que miraba dentro del noticiero matutino. Resultaba demasiado obvio que Daniel y su padre, estaban realmente desesperados por atraer a más personas ofreciendo beneficios descabellados viniendo de ellos.Recordaba los tiempos en que había sido la señora de Daniel Salvatore, y como este le llegaba a platicar sobre algunas de sus estrategias comerciales. Recapitulando, realmente en sus hospitales nunca buscaban dar algún beneficio a sus pacientes, si no que se aprovechaban de lo desesperados que estaban algunos de ellos.Mirando el comercial, Elena frunció el ceño; estaba segura de que aquello era tan solo una estrategia que pensaban en utilizar para conseguir clientes, pero después, volverían a sus elevados costos de siempre. Tomando su maletín, guardo algunas de sus cosas para irse a su trabajo. Ella no era una maldita insensible al sufrimiento de las personas, y aun cuan
El sonido de la alarma rezumbó en sus oídos esa mañana. Levantándose con pesades, tomaba su celular y apagaba aquel molesto sonido que lo había arrebatado de sus sueños. Caminando al baño, abría la regadera que dejaba salir el agua caliente; hacia solo un poco de frío, normal en los meses que anunciaban una próxima llegada del otoño.Los pensamientos de Damon, sin embargo, no se despegaban de Elena y sus hijos…los hijos de su hermano. ¿Ella había dado a luz sola? ¿Qué tan mal la había realmente pasado cargando en sus brazos a dos niños que alimentar? Aquellas preguntas que por su mente viajaban sin cesar, le hacían admirarla todavía más, y su oposición ante Daniel y su padre se había reafirmado mil veces más durante su noche meditando todo aquello.Sus ojos azules admiraban las nubes que se apreciaban fuera de la ventana de su baño, y cerrando la regadera, Damon salía envuelto en una toalla aun meditando todos esos pensamientos que le robaban la calma. Elena quería mantener a sus hijo
El canto de los pájaros esa mañana era realmente hermoso. A pesar de aquella ligeramente fría brisa, el cielo estaba despejado mostrando un hermoso cielo celeste con algunas nubes blancas que se hallaban dispersas. La emoción de un par de niños que desde temprano se hallaban despiertos, podía notarse en aquellas risitas juguetonas e inocentes que se escuchaban por toda la casa de Elena Mikaelson, y que llenaban de alegría el corazón de la mujer. Era fin de semana, y desde luego, aquel par de traviesos gemelos añoraban salir de paseo como hacían antaño a los parques; en esta nueva ciudad aún no lograban salir de paseo— Mami, mami, ¡Queremos ir al parque! —Gritaron al unisono los niños de cabellos negros y ojos azules, que hiperactivos brincoteaban por aqui y por allá. Elena se rió junto a ellos; era imposible no contagiarse de su alegría, y sintiéndose un poco más tranquila, después de varios meses de haber llegado a California, decidió sacar a pasear a sus pequeños.La feria del
— Damon...yo, puedo explicarlo, solo te lo ruego, no debes decírselo a nadie —Elena miraba con verdadera ansiedad a Damon Salvatore quien la miraba a cambio con extrañeza al comprobar que aquellos niños, efectivamente eran los hijos de la mujer…sus hijos con Daniel, eso era fácil deducirlo.—Mami, ¿Quién es el señor? —Aiden, miraba al extraño hombre que estaba platicando con su madre momentos atrás, aquel señor tenia ojos azules, iguales a los de su hermana y el, ¿Acaso?—Hola amiguito, soy Damon, trabajo en el hospital de su madre, tienes unos lindos ojos — dijo Damon mirando al pequeño, y luego a Elena.Elena sentía que su vida se había terminado en ese momento, pero, siendo la mujer inteligente que era, sabía que no tenía ningún caso escapar de Damon sin explicación alguna, aquello solo serviría para despertar dudas y curiosidades que era mejor cortar de tajo hablando con la verdad.—Celia, ¿Podrías llevar a Aiden y Addison al área de comidas? Los alcanzare en un minuto. Aiden, A
—Listo señora Salvatore, que tenga un buen día —El sabor del café despertaba sus sentidos, al menos aquello era un pequeño gusto personal que ahora mismo podía darse con libertad, pues ya hacia un tiempo no le hacia falta el dinero. Katherine caminaba con aquella altivez típica de una mujer adinerada, mientras gastaba y gastaba en casi cada tienda de ropa que había en ese lujoso centro comercial.Últimamente todo le iba muy bien; había hecho el amor con Daniel casi diariamente, y él la había estado tratando como debía haberlo hecho siempre. Su esposo no había vuelto a beber como un loco, y para nada había salido el nombre de Elena Mikaelson en ninguna conversación, era como si repentinamente aquella mujer hubiera dejado de existir. Por supuesto, no comprendía la razón de aquello, pero estaba aprovechando la oportunidad que tenia para dejar en claro que ella era la única esposa de ese hombre, y reafirmar su territorio sobre el mismo.Sentándose en aquel restaurante, esperaba a su info
La vida era simplemente perfecta; se decía así misma Elena Mikaelson. Tenia un esposo amoroso y perfecto, Daniel Salvatore; multimillonario farmacéutico y cirujano plástico, una enorme casa en uno de los suburbios más exclusivos de California: Portola Valley, un pequeño pekinés de nombre Armand, y una vida llena de lujos y comodidades, quizás, lo único que le hacía falta, era tener hijos con el amor de su vida para que esta terminara de ser perfecta.—Cariño, ¿Qué vestido crees que debo de usar para la fiesta de esta noche? ¿El azul oscuro? ¿O el rojo pasión? — decía la mujer de apenas 22 años y cabello castaño oscuro, que miraba con total adoración a su esposo, tal cual lo haría cualquier joven realmente enamorada.—Creo que el rojo te lucirá mejor, aunque, eres hermosa Elena, cualquier cosa luce magnifica en ti — aseguraba Daniel Salvatore, segundo hijo de su multimillonaria familia, y quien simplemente amaba a su esposa.No llevaban mucho tiempo de casados, apenas cumplirían un año
—Daniel, por favor, ¡Te juro que no paso nada! ¡No entiendo que es lo que esta pasando! — gritaba Elena intentando comprender lo que ocurría.Furioso, con el corazón roto y sintiéndose traicionado, Daniel tomaba a su esposa por las muñecas con violencia cuando esta apenas había alcanzado a ponerse su ropa interior.—¡Detengan la fiesta! — ordenaba Daniel lleno de furia.—¡Harpía, puta, mentirosa! ¡Te acostaste con mi hermano! ¿Cómo pudiste? ¡Eres una perra y una zorra! — decía Daniel jalando a Elena fuera de la habitación, arrastrándola luego por las escaleras apenas vestida y ante la vista de todos los invitados y sus suegros.Nadie podía creer lo que estaba pasando, sin embargo, era un hecho que Elena Mikaelson se había acostado con Damon.—Por favor, te lo juro Daniel, yo te amo, te amo con toda mi alma, jamás te traicionaría y menos con tu hermano — decía y juraba Elena llorando y sintiéndose completamente humillada mientras notaba a todas las miradas juiciosas y morbosas que no d