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—¡¿Qué has dicho?! —exclamó Ónix, dando un golpe feroz que hizo que el hombre casi aullara de dolor. Su cuerpo tembló, la sangre dejó de circular a la velocidad normal mientras su rostro se distorsionaba por el dolor agudo de la bofetada.—¡Tengo un video donde puedo probarlo todo! Por favor… —imploró el hombre, con una desesperación palpable en su voz, sus ojos rojos por las lágrimas y el miedo.Ónix y Rafael se miraron en silencio, la tensión entre ellos se acumulaba, como si pudieran sentir lo que el otro pensaba sin necesidad de palabras. Tras unos segundos, la desconfianza se desvaneció y el instinto de obtener justicia prevaleció.—¿Dónde está el video? —preguntó Rafael, su voz grave, decidida.—En mi teléfono, lo tengo en la nube, déjenme entrar, por favor... —suplicó el hombre, sus manos temblaban mientras intentaba calmarlas para no hacer más evidente su miedo.Ónix no dudó ni un segundo. Pidió a un guardia que le ayudara a acceder al teléfono, con el rostro impasible mientras
—Está bien, si quieres una noche con mi mujer, te la daré.Ónix colgó la llamada, dejando un silencio tenso que parecía llenar toda la habitación. Selene se llevó las manos al rostro, su expresión llena de pánico.—¿De verdad, Ónix? ¿Harás algo tan cruel? —preguntó con la voz temblorosa, sus ojos húmedos brillando bajo la tenue luz.Ónix, que hasta ese momento parecía tranquilo, se levantó con determinación y la miró directamente a los ojos. —¿Tú crees que soy capaz de entregarte a otro hombre? —su voz era grave, cargada de una mezcla de furia y dolor.Selene negó con un movimiento casi imperceptible, pero las lágrimas caían de sus mejillas, traicionando sus verdaderos miedos.Ónix avanzó hacia ella, acunó su rostro entre sus manos, y dejó que sus labios se posaran sobre los de ella, uniendo sus mundos rotos en un beso que sabía a lágrimas y deseo.—Jamás haría algo así. Tú eres mía, Selene, y nadie más puede tocarte. Pero Gustavo... él merece aprender una lección que no olvidará.La
En la fiesta.Martín estaba rodeado de su familia, todos luciendo sonrientes y llenos de orgullo por él. La luz dorada de los candelabros caía suavemente sobre ellos, reflejando la atmósfera lujosa de la fiesta. Su madre lo observaba con admiración, mientras su padre, con una sonrisa contenida, aprobaba la noticia de su próximo matrimonio. Lola, siempre a su lado, lo tomaba de la mano con una sonrisa que no podía ocultar la satisfacción de la victoria.Martín no podía evitar sentirse el centro del mundo, como si todo estuviera a su favor. La subasta de joyas iba a comenzar pronto, y él estaba seguro de que esa noche, todo saldría según lo planeado.Pero cuando Aimé apareció en la sala, de la mano de Rafael, todo cambió. Una oleada de emociones recorrió su cuerpo, un nudo en el estómago, y una rabia que no podía controlar. El collar de diamantes, el que había sido un regalo de su madre en la boda de Aimé, estaba en la mesa de la subasta. La única cosa que quedaba de un pasado que había
El video comenzó a reproducirse.La sala se llenó de un silencio expectante mientras la imagen de un hombre ajustando la cámara apareció en la pantalla. Poco después, se vio a Lola entrando en la habitación. Sus gestos eran seductores, y sus palabras llevaban una carga de intenciones ocultas.—Necesito que me ayudes con algo —dijo ella, mientras rozaba los labios del hombre con los suyos. Su tono era tan dulce como venenoso—. Si no, olvídate de mí.El hombre alzó una ceja, intrigado.—¿Qué quieres, Lola?Ella sonrió, una sonrisa calculadora que no alcanzaba sus ojos.—Traeré a una amiga aquí. Necesito que tú finjas que estuviste con ella. Haremos un video, algunas fotos, lo suficiente para arruinar su matrimonio.El hombre dio un paso atrás, sorprendido.—¿Por qué haría algo así?Lola no tardó en acortar la distancia entre ellos. Lo besó, sus manos recorriendo su pecho.—Porque te daré lo que quieras, y mucho dinero. Todo lo que tienes que hacer es seguir mi plan.El hombre se apartó l
El salón quedó vacío, desierto, pero el eco de las conversaciones aún resonaba en las paredes. Lola permanecía allí, inmóvil, mientras las palabras y los acontecimientos recientes martillaban su mente. Su respiración era errática, y el sudor perlaba su frente. Pero no podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que enfrentarlo, pensó que podía calmarlo, y hacer que él olvidara todo. Subió las escaleras con pasos vacilantes y llegó frente a la puerta de la habitación donde Martín estaba encerrado. Inspiró profundamente antes de abrir. Cuando lo hizo, lo encontró sentado al borde de la cama, las manos enterradas en su cabello, su figura reflejaba un hombre al borde del abismo.—¡Martín! —exclamó ella con voz temblorosa, pero él no levantó la vista al principio.El sonido de su voz lo sobresaltó, y al verla, su rostro se transformó en una mezcla de confusión y furia contenida. Se puso de pie de golpe, con los ojos desorbitados.—¿Qué haces aquí? —espetó, su voz cargada de desdén—. ¡Dime la
—¡Aimé! —gritó Martín, su voz quebrada por la desesperación mientras corría hacia la entrada de la casa.Aimé se detuvo al escuchar su nombre, su cuerpo se tensó y una oleada de rabia y dolor recorrió su pecho.Los guardias de seguridad se posicionaron inmediatamente a su alrededor, atentos ante cualquier movimiento brusco del hombre que se acercaba, pero ella levantó una mano, indicándoles que lo dejaran acercarse.Quería enfrentarlo, mirarlo a los ojos y hacerle saber lo mucho que la había destrozado.Cuando sus miradas se cruzaron, Martín parecía un hombre completamente derrotado.Sus ojos, hinchados y rojos, estaban llenos de lágrimas. Su rostro, marcado por la culpa, mostraba la sombra de un hombre al borde de la locura. Dio un paso hacia ella, levantando una mano en señal de súplica, como si su amor fuera una plegaria que necesitaba desesperadamente responderse.—¡Aimé, mi amor! —dijo con la voz rota—. Escúchame, por favor. Yo… yo creí en las mentiras. Ese video, esas palabras…
Cuando Martín regresó a casa y descubrió que Lola había escapado, un rugido de ira brotó de su garganta. Azotó la puerta detrás de él, sus ojos brillaban de rabia mientras sus manos temblaban. Llamó a gritos a sus guardias.—¡Encuéntrenla! ¡No importa cómo ni dónde, pero tráiganme a esa mujer! Si la encuentran muerta, ¡quiero ser yo quien queme su cadáver! —vociferó, con la voz cargada de odio y desesperación.Los hombres salieron de inmediato, conscientes de que desobedecerlo podía costarles caro. Martín, jadeando por el esfuerzo de su propia furia, se desplomó en el sofá. Su mirada se posó en las fotografías de su boda que aún decoraban el mueble.Tomó una de ellas entre sus manos, donde Aimé sonreía con aquella mirada inocente y radiante. Las lágrimas comenzaron a caer, surcando su rostro con una mezcla de arrepentimiento y dolor.—Perdóname, Aimé... por favor... —susurró, con un nudo en la garganta que parecía asfixiarlo—. ¡No quería esto! ¡Nunca quise lastimarte! —apretó la fotogr
Zafiro tuvo miedo, y decidió alejarse de él. Mientras tanto, Martín, desesperado, intentó llegar a la mansión para hablar con Aimé, pero fue rechazado de inmediato. La sombra de la policía aún lo perseguía, y no podía arriesgarse a ser detenido nuevamente. En su frustración, se enteró de que habría una fiesta el fin de semana en la propiedad de los Rinier.—Debo esperar... Sé que podré hablar con ella allí. Aimé, no puedes permitir que nuestro amor termine por culpa de personas malvadas —murmuró para sí mismo.Antes de que pudiera planear algo más, recibió una llamada de la empresa. Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar la noticia:—¡Señor Alcántara! La empresa está siendo embargada. Al parecer firmó una deuda enorme, y ahora todo será subastado.Martín sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.Decidió ir a la oficina en busca de respuestas, pero cuando llegó, la cruda realidad lo golpeó como una tormenta. Su imperio construido, gracias al esfuerzo y al apoyo de Aimé, est