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Zafiro tuvo miedo, y decidió alejarse de él. Mientras tanto, Martín, desesperado, intentó llegar a la mansión para hablar con Aimé, pero fue rechazado de inmediato. La sombra de la policía aún lo perseguía, y no podía arriesgarse a ser detenido nuevamente. En su frustración, se enteró de que habría una fiesta el fin de semana en la propiedad de los Rinier.—Debo esperar... Sé que podré hablar con ella allí. Aimé, no puedes permitir que nuestro amor termine por culpa de personas malvadas —murmuró para sí mismo.Antes de que pudiera planear algo más, recibió una llamada de la empresa. Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar la noticia:—¡Señor Alcántara! La empresa está siendo embargada. Al parecer firmó una deuda enorme, y ahora todo será subastado.Martín sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.Decidió ir a la oficina en busca de respuestas, pero cuando llegó, la cruda realidad lo golpeó como una tormenta. Su imperio construido, gracias al esfuerzo y al apoyo de Aimé, est
Aimé siguió a Zafiro hasta el jardín, sus pasos resonaban con fuerza sobre las piedras mientras trataba de calmar su corazón acelerado. Las luces suaves de la noche iluminaban el espacio, pero no lograban disipar la sombra que parecía envolverlas.Zafiro se detuvo junto a un banco de madera y se giró hacia Aimé, tomándola de las manos con firmeza, como si tratara de evitar que huyera.—Aimé, escúchame... —dijo con un tono suplicante, sus ojos brillando de preocupación—. ¿Sabes lo que es correcto? Tienes un hijo de Martín. Él merece una segunda oportunidad. Ambos fueron engañados. Esto no fue culpa de él, y tú lo sabes. Por favor, entiende...Aimé la miró con incredulidad, como si estuviera frente a una desconocida. Una mezcla de furia y desdén se apoderó de su rostro.—¿De verdad, Zafiro? ¿De verdad crees que puedes decirme esto? ¡Basta ya! ¿Entiendes lo que estás diciendo? ¡Estás lastimándome con tus palabras! Martín destruyó mi vida, y no voy a perdonarlo. ¡Jamás!—Aimé... —intentó Z
Opal observaba a ese hombre con incredulidad, como si su mente estuviera jugando con ella. Por un instante pensó que se trataba de una alucinación, pero cuando él dio un paso hacia ella, el peso de la realidad la golpeó. No había duda: era él.—Opal... —murmuró Mauricio, su voz grave, cargada de una mezcla de sorpresa y algo más que ella no quiso identificar.Ella retrocedió instintivamente, sintiendo un nudo en el estómago.—¿Qué haces aquí? —logró preguntar, su voz apenas un susurro, tratando de mantener el control.Mauricio entrecerró los ojos, confundido.—La pregunta es, ¿y tú?Antes de que pudiera responder, otra voz irrumpió en la conversación.—Mauricio, ya conociste a mi otra hermana —intervino Ónix con su característico tono confiado mientras se acercaba—. Es mi melliza, Opal Andrade.Mauricio parpadeó, visiblemente sorprendido.—¿Hermana?Ónix sonrió, ajena a la tensión que emanaba de Opal.—Así es. Mauricio Gastón, te presento a Opal Andrade. Hermana, él es nuestro nuevo so
A la mañana siguienteEl sol apenas asomaba en el horizonte cuando Zafiro fue llevada al quirófano. Diana y Joaquín no se separaron ni un momento; estaban sentados en la sala de espera, abrazados, rezando con fervor, sus manos entrelazadas como un ancla en medio de la tormenta. Cada segundo que pasaba era una prueba más de su fortaleza, pero también del inmenso miedo que los consumía.—Tiene que salir bien, Joaquín —susurró Diana con la voz quebrada, mirando el reloj como si las manecillas avanzaran demasiado lento—. Ella es nuestra niña, no podemos perderla.Joaquín apretó las manos de su esposa con fuerza, intentando contener el temblor en las suyas.—Dios nos está escuchando, Diana. Tiene que escuchar nuestras súplicas.A unos metros de ellos, Opal permanecía en silencio, su rostro pálido y las manos tensas descansando sobre sus rodillas. No se atrevía a moverse ni a mirar a nadie, como si cualquier movimiento pudiera romperla. Su corazón estaba dividido entre la preocupación por su
—¡¿De qué estás hablando, Mauricio?! —exclamó Ónix, mirando al hombre con estupor y una rabia contenida que empezaba a hervir.Opal dio un paso hacia atrás. Sus piernas temblaron al ver cómo todo se desmoronaba ante ella. No podía hablar, las palabras se atascaban en su garganta mientras su respiración se aceleraba.—Soy el padre del hijo de tu hermana —repitió Mauricio, su voz llena de una mezcla de dolor, incredulidad y algo más profundo, un deseo reprimido de saber la verdad.El impacto fue inmediato. Ónix miró a Opal con el ceño fruncido, su rostro pasando de la sorpresa al enojo en un abrir y cerrar de ojos.—¡¿Eso es cierto?! —gritó, su voz quebrándose al final, como si temiera la respuesta.Opal, con los ojos llenos de lágrimas, miró a Mauricio, luego a su hermano, pero no dijo nada. Su silencio lo confirmó todo.Ónix perdió el control. Se lanzó hacia Mauricio con una furia desbordada.—¡¿Así que fuiste tú?! ¡El que abandonó a mi hermana embarazada y no quiso hacerse cargo del b
Al día siguienteOpal despertó sobresaltada, jadeando en medio de un sudor frío. Había tenido una pesadilla que la había dejado temblando, el eco de sus propios gritos resonando en su mente. Soñó que alguien le arrebataba a Richi, lo desaparecía de sus brazos, dejándola vacía y desesperada.Con el corazón desbocado, se levantó de un salto y corrió hacia la habitación del pequeño.Sus manos temblaban mientras empujaba la puerta. Al verlo en su cuna, tan tranquilo, tan ajeno al caos que revoloteaba en su interior, una oleada de alivio la invadió. Se arrodilló junto a él, acariciándole con suavidad las mejillas redondas y sonrosadas.—Gracias… —susurró, dejando que unas lágrimas de alivio escaparan de sus ojos.Cuando bajó al comedor, aun con el peso del mal sueño oprimiendo su pecho, se encontró de frente con una escena que parecía salida de otra pesadilla: Mauricio Gaston, sentado en la sala, esperándola. El mundo se detuvo. Su cuerpo se paralizó por el miedo, y su aliento quedó atrapad
En el hospitalAimé tomó la mano de Zafiro con una mezcla de compasión y tristeza. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero se mantuvo firme, tratando de ofrecerle el consuelo que ella misma deseaba recibir.—Zafiro, por favor, no pienses más en eso. Te perdono, de verdad. Sé que te confundiste... pero dime, ¿de verdad amas a Rafael?Zafiro no pudo sostenerle la mirada. Bajó la cabeza lentamente, y sus hombros comenzaron a temblar.—Sí, Aimé... lo amo. Pero no importa. Él te ama a ti, y me alegra que sea así. Lo único que deseo es que lo hagas feliz... por favor, no permitas que sufra.Las palabras de Zafiro perforaron el corazón de Aimé como dagas. Se sintió atrapada en un dilema, entre la lealtad hacia una amiga y los sentimientos que creían haber sido enterrados hace tiempo. Finalmente, se levantó y acarició el hombro de Zafiro.—Descansa, Zafiro. Esto es mucho para ambas.Salió de la habitación, pero su mente era un torbellino de emociones. Al llegar al pasillo, Rafael la esperaba
—Tienes razón... Tienes todo el derecho de conocerlo. Ricardo es tu hijo, Mauricio. Nunca debí alejarlo de ti.La tensión en el rostro de Mauricio se suavizó por un momento, y su agarre en sus brazos se relajó. Aun dolido, alzó una mano para secar con delicadeza las lágrimas que caían por el rostro de Opal.—¿Por qué lo hiciste? —preguntó con un tono más bajo, pero igualmente cargado de emociones—. ¿Por qué me alejaste de él, Opal?Opal bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de sus ojos.—Estaba asustada... me sentí humillada cuando no luchaste por mí, cuando pensé que no significaba nada para ti. Quería escapar, alejarme de todo, pero al hacerlo, fui egoísta. Pensé que estaba protegiendo a Ricardo, pero... ahora veo que solo estaba pensando en mí misma.Mauricio suspiró profundamente.Durante años había soñado con verla de nuevo, enfrentarse a ella y exigirle respuestas, pero ahora que la tenía frente a él, rota y arrepentida, algo en su interior se quebró.Sus miradas se encontr