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A la mañana siguienteEl sol apenas asomaba en el horizonte cuando Zafiro fue llevada al quirófano. Diana y Joaquín no se separaron ni un momento; estaban sentados en la sala de espera, abrazados, rezando con fervor, sus manos entrelazadas como un ancla en medio de la tormenta. Cada segundo que pasaba era una prueba más de su fortaleza, pero también del inmenso miedo que los consumía.—Tiene que salir bien, Joaquín —susurró Diana con la voz quebrada, mirando el reloj como si las manecillas avanzaran demasiado lento—. Ella es nuestra niña, no podemos perderla.Joaquín apretó las manos de su esposa con fuerza, intentando contener el temblor en las suyas.—Dios nos está escuchando, Diana. Tiene que escuchar nuestras súplicas.A unos metros de ellos, Opal permanecía en silencio, su rostro pálido y las manos tensas descansando sobre sus rodillas. No se atrevía a moverse ni a mirar a nadie, como si cualquier movimiento pudiera romperla. Su corazón estaba dividido entre la preocupación por su
—¡¿De qué estás hablando, Mauricio?! —exclamó Ónix, mirando al hombre con estupor y una rabia contenida que empezaba a hervir.Opal dio un paso hacia atrás. Sus piernas temblaron al ver cómo todo se desmoronaba ante ella. No podía hablar, las palabras se atascaban en su garganta mientras su respiración se aceleraba.—Soy el padre del hijo de tu hermana —repitió Mauricio, su voz llena de una mezcla de dolor, incredulidad y algo más profundo, un deseo reprimido de saber la verdad.El impacto fue inmediato. Ónix miró a Opal con el ceño fruncido, su rostro pasando de la sorpresa al enojo en un abrir y cerrar de ojos.—¡¿Eso es cierto?! —gritó, su voz quebrándose al final, como si temiera la respuesta.Opal, con los ojos llenos de lágrimas, miró a Mauricio, luego a su hermano, pero no dijo nada. Su silencio lo confirmó todo.Ónix perdió el control. Se lanzó hacia Mauricio con una furia desbordada.—¡¿Así que fuiste tú?! ¡El que abandonó a mi hermana embarazada y no quiso hacerse cargo del b
Al día siguienteOpal despertó sobresaltada, jadeando en medio de un sudor frío. Había tenido una pesadilla que la había dejado temblando, el eco de sus propios gritos resonando en su mente. Soñó que alguien le arrebataba a Richi, lo desaparecía de sus brazos, dejándola vacía y desesperada.Con el corazón desbocado, se levantó de un salto y corrió hacia la habitación del pequeño.Sus manos temblaban mientras empujaba la puerta. Al verlo en su cuna, tan tranquilo, tan ajeno al caos que revoloteaba en su interior, una oleada de alivio la invadió. Se arrodilló junto a él, acariciándole con suavidad las mejillas redondas y sonrosadas.—Gracias… —susurró, dejando que unas lágrimas de alivio escaparan de sus ojos.Cuando bajó al comedor, aun con el peso del mal sueño oprimiendo su pecho, se encontró de frente con una escena que parecía salida de otra pesadilla: Mauricio Gaston, sentado en la sala, esperándola. El mundo se detuvo. Su cuerpo se paralizó por el miedo, y su aliento quedó atrapad
En el hospitalAimé tomó la mano de Zafiro con una mezcla de compasión y tristeza. Las lágrimas amenazaban con brotar, pero se mantuvo firme, tratando de ofrecerle el consuelo que ella misma deseaba recibir.—Zafiro, por favor, no pienses más en eso. Te perdono, de verdad. Sé que te confundiste... pero dime, ¿de verdad amas a Rafael?Zafiro no pudo sostenerle la mirada. Bajó la cabeza lentamente, y sus hombros comenzaron a temblar.—Sí, Aimé... lo amo. Pero no importa. Él te ama a ti, y me alegra que sea así. Lo único que deseo es que lo hagas feliz... por favor, no permitas que sufra.Las palabras de Zafiro perforaron el corazón de Aimé como dagas. Se sintió atrapada en un dilema, entre la lealtad hacia una amiga y los sentimientos que creían haber sido enterrados hace tiempo. Finalmente, se levantó y acarició el hombro de Zafiro.—Descansa, Zafiro. Esto es mucho para ambas.Salió de la habitación, pero su mente era un torbellino de emociones. Al llegar al pasillo, Rafael la esperaba
—Tienes razón... Tienes todo el derecho de conocerlo. Ricardo es tu hijo, Mauricio. Nunca debí alejarlo de ti.La tensión en el rostro de Mauricio se suavizó por un momento, y su agarre en sus brazos se relajó. Aun dolido, alzó una mano para secar con delicadeza las lágrimas que caían por el rostro de Opal.—¿Por qué lo hiciste? —preguntó con un tono más bajo, pero igualmente cargado de emociones—. ¿Por qué me alejaste de él, Opal?Opal bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de sus ojos.—Estaba asustada... me sentí humillada cuando no luchaste por mí, cuando pensé que no significaba nada para ti. Quería escapar, alejarme de todo, pero al hacerlo, fui egoísta. Pensé que estaba protegiendo a Ricardo, pero... ahora veo que solo estaba pensando en mí misma.Mauricio suspiró profundamente.Durante años había soñado con verla de nuevo, enfrentarse a ella y exigirle respuestas, pero ahora que la tenía frente a él, rota y arrepentida, algo en su interior se quebró.Sus miradas se encontr
Opal sintió el frío cañón del arma presionando su espalda. Su corazón latía con fuerza, y aunque su instinto la empujaba a gritar o resistirse, el llanto de Richi en sus brazos le recordó que no podía arriesgarse. Tragó saliva y obedeció las órdenes, descendiendo del auto con pasos temblorosos.—Camine —ordenó el hombre con voz grave.Con Richi llorando en su pecho, Opal apenas lograba calmarlo mientras era escoltada a un vehículo diferente.El nuevo auto era más oscuro, con cristales polarizados que bloqueaban cualquier rastro de luz del exterior. Su mente intentaba procesar lo que estaba sucediendo, pero el miedo se mezclaba con la incertidumbre, dejándola paralizada.—¿Qué quieren de mí? —preguntó, tratando de mantener la compostura, pero el silencio fue su única respuesta.Richi sollozaba, su pequeño cuerpo temblaba. Opal lo sostuvo con más fuerza, acariciándole la espalda con movimientos circulares.—Todo está bien, amor, mamá está aquí —susurró, aunque no estaba segura de a quién
Opal miró a Mauricio con el corazón en un puño, su respiración entrecortada mientras él la levantaba con firmeza del sillón donde estaba sentada. El sonido de un disparo retumbó en el aire como un eco siniestro, haciendo que se aferrara aún más al bebé que lloraba desconsolado en sus brazos.—¿Qué está pasando, Mauricio? —preguntó con un hilo de voz, sintiendo que el miedo le atenazaba la garganta.Mauricio negó con la cabeza, con el rostro tenso, los ojos brillando con una mezcla de furia y preocupación. Apenas logró murmurar:—Quédate detrás de mí.Un nuevo golpe resonó en la puerta, esta vez acompañado de una voz conocida que llamaba con urgencia:—¡Señor Gastón! ¡Abra la puerta!Mauricio reconoció la voz y tomó una pistola que tenía guardada cerca.—Quédate aquí —ordenó con firmeza, mientras Opal sujetaba al bebé que seguía llorando, intentando calmarlo con suaves caricias y susurros, aunque su propio cuerpo temblaba.Al abrir la puerta, se encontraron con Ónix, quien estaba jadean
El hospital estaba sumido en un inquietante silencio, interrumpido solo por el sonido de pasos apresurados y murmullos de doctores que iban y venían. Ónix se paseaba de un lado a otro, con el corazón acelerado y el rostro pálido. Emilia había sido trasladada de urgencias a una habitación privada, y la falta de información lo estaba consumiendo. Su mente se llenaba de posibilidades, cada una más aterradora que la anterior. ¿Qué le estaba pasando a su esposa?—¿Quizá está embarazada? —exclamó Diana, tratando de suavizar la tensión que se palpaba en el aire.La idea parecía tan luminosa, tan esperanzadora, que por un instante Ónix sintió cómo su corazón recuperaba algo de fuerza. Sus ojos se iluminaron con una chispa de emoción.—¡Sería maravilloso! —dijo, casi aferrándose a esa idea como si fuese un salvavidas.Pero los minutos se transformaron en horas, y cada segundo que pasaba sin noticias era una agonía. Ónix apretaba los puños, clavándose las uñas en las palmas, mientras su mente ju