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—Tienes razón... Tienes todo el derecho de conocerlo. Ricardo es tu hijo, Mauricio. Nunca debí alejarlo de ti.La tensión en el rostro de Mauricio se suavizó por un momento, y su agarre en sus brazos se relajó. Aun dolido, alzó una mano para secar con delicadeza las lágrimas que caían por el rostro de Opal.—¿Por qué lo hiciste? —preguntó con un tono más bajo, pero igualmente cargado de emociones—. ¿Por qué me alejaste de él, Opal?Opal bajó la mirada, incapaz de sostener el peso de sus ojos.—Estaba asustada... me sentí humillada cuando no luchaste por mí, cuando pensé que no significaba nada para ti. Quería escapar, alejarme de todo, pero al hacerlo, fui egoísta. Pensé que estaba protegiendo a Ricardo, pero... ahora veo que solo estaba pensando en mí misma.Mauricio suspiró profundamente.Durante años había soñado con verla de nuevo, enfrentarse a ella y exigirle respuestas, pero ahora que la tenía frente a él, rota y arrepentida, algo en su interior se quebró.Sus miradas se encontr
Opal sintió el frío cañón del arma presionando su espalda. Su corazón latía con fuerza, y aunque su instinto la empujaba a gritar o resistirse, el llanto de Richi en sus brazos le recordó que no podía arriesgarse. Tragó saliva y obedeció las órdenes, descendiendo del auto con pasos temblorosos.—Camine —ordenó el hombre con voz grave.Con Richi llorando en su pecho, Opal apenas lograba calmarlo mientras era escoltada a un vehículo diferente.El nuevo auto era más oscuro, con cristales polarizados que bloqueaban cualquier rastro de luz del exterior. Su mente intentaba procesar lo que estaba sucediendo, pero el miedo se mezclaba con la incertidumbre, dejándola paralizada.—¿Qué quieren de mí? —preguntó, tratando de mantener la compostura, pero el silencio fue su única respuesta.Richi sollozaba, su pequeño cuerpo temblaba. Opal lo sostuvo con más fuerza, acariciándole la espalda con movimientos circulares.—Todo está bien, amor, mamá está aquí —susurró, aunque no estaba segura de a quién
Opal miró a Mauricio con el corazón en un puño, su respiración entrecortada mientras él la levantaba con firmeza del sillón donde estaba sentada. El sonido de un disparo retumbó en el aire como un eco siniestro, haciendo que se aferrara aún más al bebé que lloraba desconsolado en sus brazos.—¿Qué está pasando, Mauricio? —preguntó con un hilo de voz, sintiendo que el miedo le atenazaba la garganta.Mauricio negó con la cabeza, con el rostro tenso, los ojos brillando con una mezcla de furia y preocupación. Apenas logró murmurar:—Quédate detrás de mí.Un nuevo golpe resonó en la puerta, esta vez acompañado de una voz conocida que llamaba con urgencia:—¡Señor Gastón! ¡Abra la puerta!Mauricio reconoció la voz y tomó una pistola que tenía guardada cerca.—Quédate aquí —ordenó con firmeza, mientras Opal sujetaba al bebé que seguía llorando, intentando calmarlo con suaves caricias y susurros, aunque su propio cuerpo temblaba.Al abrir la puerta, se encontraron con Ónix, quien estaba jadean
El hospital estaba sumido en un inquietante silencio, interrumpido solo por el sonido de pasos apresurados y murmullos de doctores que iban y venían. Ónix se paseaba de un lado a otro, con el corazón acelerado y el rostro pálido. Emilia había sido trasladada de urgencias a una habitación privada, y la falta de información lo estaba consumiendo. Su mente se llenaba de posibilidades, cada una más aterradora que la anterior. ¿Qué le estaba pasando a su esposa?—¿Quizá está embarazada? —exclamó Diana, tratando de suavizar la tensión que se palpaba en el aire.La idea parecía tan luminosa, tan esperanzadora, que por un instante Ónix sintió cómo su corazón recuperaba algo de fuerza. Sus ojos se iluminaron con una chispa de emoción.—¡Sería maravilloso! —dijo, casi aferrándose a esa idea como si fuese un salvavidas.Pero los minutos se transformaron en horas, y cada segundo que pasaba sin noticias era una agonía. Ónix apretaba los puños, clavándose las uñas en las palmas, mientras su mente ju
—Los dejaré a solas —dijo el médico, con voz grave, y salió de la habitación, dejando a los tres en un silencio espeso, cargado de tensión.Ónix se giró hacia Ana, su mirada fría y dura como el acero, sus ojos oscilando entre la incredulidad y la rabia.El aire se volvió denso, como si el mismo ambiente supiera que algo terrible estaba a punto de suceder.—¿Qué quieres para aceptar ser la donadora? —preguntó, su voz tensa, una mezcla de amenaza y desafío.Ana le respondió con una sonrisa cruel que desbordaba malicia. Sus ojos brillaban con una satisfacción inquietante mientras observaba a Selene, quien estaba al borde del abismo emocional, luchando contra las lágrimas que amenazaban con caer.—Déjame hablar a solas con mi hermana, Ónix Andrade —dijo Ana, con una calma fría, tan calculada como peligrosa—. Después de eso, sabrás exactamente lo que quiero.Ónix apretó los dientes, su rostro reflejaba un disgusto palpable, pero Selene, con una mirada de angustia, asintió débilmente, señala
Ónix salió de la habitación con pasos pesados, cada músculo de su cuerpo tenso como un resorte a punto de estallar. Al mirar hacia el pasillo, la figura de Ana apareció, altiva, casi esperando su llegada. Su sola presencia encendió un fuego abrasador en su interior, un odio tan visceral que se sintió incapaz de contenerse.Sin pensarlo dos veces, se acercó a ella y la tomó del brazo con fuerza, obligándola a girar hacia él.—Entonces, ¿quieres decir que salvarás a Selene solo si la dejo y me caso contigo? —espetó con una furia helada en su voz, la mirada clavada en ella como un puñal.Ana no se inmutó. Al contrario, una sonrisa audaz se dibujó en sus labios.Con una lentitud calculada, alzó una mano y acarició su rostro. Ónix sintió el asco treparle por la piel como un veneno, un rechazo tan profundo que casi retrocedió instintivamente.—Exactamente. —Ana dejó que su respuesta resonara en el aire como un desafío—. Pero no será tan fácil, querido.Ónix dio un paso atrás, liberándose de
Mansión AndradeCuando Zafiro anunció a sus padres que, ahora que su salud había mejorado, planeaba realizar un viaje con sus amigos, la noticia no fue bien recibida.Diana frunció el ceño, y Joaquín apretó los labios en señal de desaprobación, pero finalmente, ella consiguió convencerlo.—Es mayor de edad, Joaquín. No podemos retenerla aquí para siempre. Además, un poco de distancia será bueno para todos. —Diana posó una mano en el brazo de su esposo, intentando suavizar su expresión severa.Él suspiró profundamente, asintiendo con resignación. Aunque amaba a su hija, sabía que era momento de dejarla tomar las riendas de su vida.Además, la idea de que Zafiro estuviera lejos de Rafael y Aimé lo convenció un poco más; esa cercanía no hacía más que avivar sentimientos que ella debía superar.Esa misma tarde, Joaquín y su equipo de guardias llevaron a Zafiro al aeropuerto. Antes de partir, ella pidió un momento a solas con Aimé y Rafael.—Gracias por venir a despedirme. —Su voz tembló li
La noche envolvía la ciudad en una calma inquietante, mientras Ana caminaba hacia la habitación de hotel donde Ónix la había citado.Llevaba un vestido negro que abrazaba su figura, segura de que aquella noche sería diferente, que Ónix por fin cedería a sus deseos.Al entrar, su sonrisa era radiante, casi confiada.Pero algo en la mirada fría de Ónix la detuvo en seco.Sin previo aviso, Ana comenzó a desvestirse, dejando caer su vestido al suelo con un aire de coquetería estudiada. Ónix no reaccionó como esperaba.En lugar de acercarse, sacó una pistola de su chaqueta, el clic metálico del arma llenando el silencio de la habitación. Apuntó directamente a su rostro.El aire pareció detenerse. Ana retrocedió un paso, tropezando con el borde de la cama. El terror le inundó el rostro, su respiración se volvió errática.—¡No me mates, por favor! —suplicó, su voz quebrándose en cada palabra.Ónix esbozó una sonrisa cruel, sus ojos brillando con desprecio.—Arrodíllate, mujer —ordenó con un t