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El salón quedó vacío, desierto, pero el eco de las conversaciones aún resonaba en las paredes. Lola permanecía allí, inmóvil, mientras las palabras y los acontecimientos recientes martillaban su mente. Su respiración era errática, y el sudor perlaba su frente. Pero no podía quedarse de brazos cruzados. Tenía que enfrentarlo, pensó que podía calmarlo, y hacer que él olvidara todo. Subió las escaleras con pasos vacilantes y llegó frente a la puerta de la habitación donde Martín estaba encerrado. Inspiró profundamente antes de abrir. Cuando lo hizo, lo encontró sentado al borde de la cama, las manos enterradas en su cabello, su figura reflejaba un hombre al borde del abismo.—¡Martín! —exclamó ella con voz temblorosa, pero él no levantó la vista al principio.El sonido de su voz lo sobresaltó, y al verla, su rostro se transformó en una mezcla de confusión y furia contenida. Se puso de pie de golpe, con los ojos desorbitados.—¿Qué haces aquí? —espetó, su voz cargada de desdén—. ¡Dime la
—¡Aimé! —gritó Martín, su voz quebrada por la desesperación mientras corría hacia la entrada de la casa.Aimé se detuvo al escuchar su nombre, su cuerpo se tensó y una oleada de rabia y dolor recorrió su pecho.Los guardias de seguridad se posicionaron inmediatamente a su alrededor, atentos ante cualquier movimiento brusco del hombre que se acercaba, pero ella levantó una mano, indicándoles que lo dejaran acercarse.Quería enfrentarlo, mirarlo a los ojos y hacerle saber lo mucho que la había destrozado.Cuando sus miradas se cruzaron, Martín parecía un hombre completamente derrotado.Sus ojos, hinchados y rojos, estaban llenos de lágrimas. Su rostro, marcado por la culpa, mostraba la sombra de un hombre al borde de la locura. Dio un paso hacia ella, levantando una mano en señal de súplica, como si su amor fuera una plegaria que necesitaba desesperadamente responderse.—¡Aimé, mi amor! —dijo con la voz rota—. Escúchame, por favor. Yo… yo creí en las mentiras. Ese video, esas palabras…
Cuando Martín regresó a casa y descubrió que Lola había escapado, un rugido de ira brotó de su garganta. Azotó la puerta detrás de él, sus ojos brillaban de rabia mientras sus manos temblaban. Llamó a gritos a sus guardias.—¡Encuéntrenla! ¡No importa cómo ni dónde, pero tráiganme a esa mujer! Si la encuentran muerta, ¡quiero ser yo quien queme su cadáver! —vociferó, con la voz cargada de odio y desesperación.Los hombres salieron de inmediato, conscientes de que desobedecerlo podía costarles caro. Martín, jadeando por el esfuerzo de su propia furia, se desplomó en el sofá. Su mirada se posó en las fotografías de su boda que aún decoraban el mueble.Tomó una de ellas entre sus manos, donde Aimé sonreía con aquella mirada inocente y radiante. Las lágrimas comenzaron a caer, surcando su rostro con una mezcla de arrepentimiento y dolor.—Perdóname, Aimé... por favor... —susurró, con un nudo en la garganta que parecía asfixiarlo—. ¡No quería esto! ¡Nunca quise lastimarte! —apretó la fotogr
Zafiro tuvo miedo, y decidió alejarse de él. Mientras tanto, Martín, desesperado, intentó llegar a la mansión para hablar con Aimé, pero fue rechazado de inmediato. La sombra de la policía aún lo perseguía, y no podía arriesgarse a ser detenido nuevamente. En su frustración, se enteró de que habría una fiesta el fin de semana en la propiedad de los Rinier.—Debo esperar... Sé que podré hablar con ella allí. Aimé, no puedes permitir que nuestro amor termine por culpa de personas malvadas —murmuró para sí mismo.Antes de que pudiera planear algo más, recibió una llamada de la empresa. Un escalofrío recorrió su cuerpo al escuchar la noticia:—¡Señor Alcántara! La empresa está siendo embargada. Al parecer firmó una deuda enorme, y ahora todo será subastado.Martín sintió cómo el suelo desaparecía bajo sus pies.Decidió ir a la oficina en busca de respuestas, pero cuando llegó, la cruda realidad lo golpeó como una tormenta. Su imperio construido, gracias al esfuerzo y al apoyo de Aimé, est
Aimé siguió a Zafiro hasta el jardín, sus pasos resonaban con fuerza sobre las piedras mientras trataba de calmar su corazón acelerado. Las luces suaves de la noche iluminaban el espacio, pero no lograban disipar la sombra que parecía envolverlas.Zafiro se detuvo junto a un banco de madera y se giró hacia Aimé, tomándola de las manos con firmeza, como si tratara de evitar que huyera.—Aimé, escúchame... —dijo con un tono suplicante, sus ojos brillando de preocupación—. ¿Sabes lo que es correcto? Tienes un hijo de Martín. Él merece una segunda oportunidad. Ambos fueron engañados. Esto no fue culpa de él, y tú lo sabes. Por favor, entiende...Aimé la miró con incredulidad, como si estuviera frente a una desconocida. Una mezcla de furia y desdén se apoderó de su rostro.—¿De verdad, Zafiro? ¿De verdad crees que puedes decirme esto? ¡Basta ya! ¿Entiendes lo que estás diciendo? ¡Estás lastimándome con tus palabras! Martín destruyó mi vida, y no voy a perdonarlo. ¡Jamás!—Aimé... —intentó Z
Opal observaba a ese hombre con incredulidad, como si su mente estuviera jugando con ella. Por un instante pensó que se trataba de una alucinación, pero cuando él dio un paso hacia ella, el peso de la realidad la golpeó. No había duda: era él.—Opal... —murmuró Mauricio, su voz grave, cargada de una mezcla de sorpresa y algo más que ella no quiso identificar.Ella retrocedió instintivamente, sintiendo un nudo en el estómago.—¿Qué haces aquí? —logró preguntar, su voz apenas un susurro, tratando de mantener el control.Mauricio entrecerró los ojos, confundido.—La pregunta es, ¿y tú?Antes de que pudiera responder, otra voz irrumpió en la conversación.—Mauricio, ya conociste a mi otra hermana —intervino Ónix con su característico tono confiado mientras se acercaba—. Es mi melliza, Opal Andrade.Mauricio parpadeó, visiblemente sorprendido.—¿Hermana?Ónix sonrió, ajena a la tensión que emanaba de Opal.—Así es. Mauricio Gastón, te presento a Opal Andrade. Hermana, él es nuestro nuevo so
—No debiste casarte con él, debiste ser mi esposa; ¡Ese hombre no te ama, Diana! ¡Nunca te amó!Diana Larson esperaba en el jardín, y sintió las manos fuertes de su exnovio Ronald, que la llevaron a un lado y la apartaron del salón donde estaban todos celebrando que se había casado.—¡Ya basta! Ronald, hoy es el día de mi boda y no quiero que digas nada malo de mi esposo.Estaba a punto de marcharse cuando el hombre tiró de su brazo con fuerza.—¡Espera! Hay algo que debes saber sobre ese hombre; ¡Escúchame, Diana!, todo fue un plan de venganza contra tu padre porque èl dejó en la ruina a su familia, ¡Joaquín Andrade no te ama, solo quiere vengarse de ti!Diana estaba perpleja, de todas las cosas que Ron hizo para separarla de su prometido, esta era la peor de todas.Ella abofeteó su rostro, el hombre le miró incrédulo.—¡Mientes!Ron tomó su móvil y le mostró una grabación.«Ahí podía ver con claridad a Joaquín Andrade frente al padre de Diana Larson, discutiendo.—¡Arruinaste a mi
Cuando Diana abrió los ojos, observó el lugar donde estaba. Por un instante no recordó nada, pero luego, los recuerdos vinieron de golpe.Enderezó su postura, miró a todos lados.—¡¿Dónde estoy?! — Recordó la explosión, las lágrimas corrieron por su rostro como una cascada. Pensó en sus padres, quería negar que su muerte era verdad.Alzó la vista y vio a ese hombre de pie frente a ella. La mirada de Joaquín era devastadora, había compasión y dolor en ella.—¡Dime que no es cierto! —exclamó—. Dime que mis padres no murieron, ¡todo es una pesadilla! ¿Verdad que sí?Joaquín hundió la mirada, sintió mucha tristeza, negó.Tragó saliva.—Lo siento mucho, mi amor, no sé cómo ocurrió, hubo una explosión, no pudimos salvar a nadie… Lo siento tanto…—¡No! —exclamó—. ¡No! —gritó hundiendo su rostro entre sus manos.Joaquín intentó acercarse, de pronto, Diana lo empujó, se levantó de la cama, lo apuntó con el dedo.—¡Fuiste tú! ¡Tú los mataste! Eres un ¡Asesino! —gritó con rabia.Joaquín estaba p