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El doctor miró a Aimé con seriedad, su expresión reflejaba la gravedad de la situación.—Lamento informarles que Rodolfo está en estado delicado —anunció, sus palabras eran como cuchillos cortando el aire.Aimé sintió el peso de esa declaración en el pecho, una opresión que apenas le dejaba respirar. Su mente se llenó de imágenes de su padre, de la vida que le había arrebatado la paz, y el miedo se transformó en desesperación. Sin decir una palabra, se dio media vuelta y salió del hospital, sus pasos apresurados la alejaban de todo y de todos. Necesitaba espacio, necesitaba pensar... o tal vez solo necesitaba escapar del dolor.Rafael, que había estado observándola en silencio, no pudo ignorar su partida. Sin pensarlo dos veces, la siguió hasta el estacionamiento. Justo cuando iba a subir a su auto, Zafiro apareció, deteniéndolo.—¿Vas a perseguir a Aimé? —preguntó, con una mezcla de incredulidad y súplica.Rafael asintió, su mirada decidida.—Lo siento, Zafiro. Pero tengo que estar co
—No, Zafiro, no vuelvas a besarme, por favor. —Rafael apartó su rostro, pero no pudo evitar que el dolor en sus ojos fuera evidente.Zafiro bajó la mirada, herida, como si ese rechazo le quemara el alma. Había esperado tanto que Rafael finalmente viera en ella lo que nunca podría tener con Aimé.—Lo siento, Zafiro, pero no puedo amarte. Ella… —Rafael desvió la vista al horizonte, ahogado en un silencio denso y lleno de angustia.Ambos subieron al auto. El trayecto de regreso al hospital fue pesado y amargo, con el eco de las palabras que no se dijeron llenando el espacio entre ellos.***En el hospital, la noticia sobre Aimé corrió rápidamente. Joaquín, al enterarse, maldijo entre dientes, sus palabras llenas de impotencia.Margot estaba destrozada, tratando de hallar consuelo en los brazos de su esposo, mientras las lágrimas caían silenciosamente por su rostro. Diana, sin embargo, apretaba los puños y murmuraba:—¿Qué otra cosa podía hacer? ¡Ese hombre tiene a su hijo! —Su voz temblab
Martín finalmente leyó los resultados. Sus ojos se llenaron de alivio mientras un suspiro se escapaba de sus labios, y una pequeña sonrisa se asomaba en su rostro. Era su hijo. No cabía duda. La verdad estaba allí, en sus manos.—¡Es mi hijo! —dijo con una firmeza que dejó sin aire la habitación.Lola, quien había estado observando con la tensión marcada en sus ojos, sintió cómo la rabia crecía en su pecho. Había confiado en que Martín rechazaría al bebé con solo sus palabras y el video que ella misma había orquestado. Pero ahora, todo ese esfuerzo parecía inútil. Una ola de decepción oscureció su mirada, mientras apretaba los labios, conteniendo el coraje de ver cómo su plan se desmoronaba.Aimé, con los ojos encendidos, sostuvo a su hijo en brazos. Lo acercó a su pecho como si quisiera protegerlo de todo el dolor que la envolvía. Su voz salió cargada de una rabia reprimida, de una herida aún abierta que sangraba con cada palabra.—¡Claro que es tu hijo! —su voz tembló, pero no de deb
—¡Suéltenme! —gritó Selene, con la voz rota, mientras intentaba liberarse de las manos firmes de sus padres. Luchaba, su desesperación llenando el aire, como un grito ahogado que nadie parecía escuchar.Al salir a la luz del patio, vio a los guardias de la mansión Andrade alzar sus armas y apuntar a sus padres con miradas desafiantes y protegidas por la firmeza del deber.—¡Suelten a la señora Andrade o acabaremos con ustedes! —ordenó uno de ellos.El rostro de su padre palideció, y, por un instante, Selene sintió el latido de su corazón resonar en sus oídos. La furia y el pánico se mezclaban en sus ojos mientras su padre, sin alternativa, la soltaba, dejándola en el suelo como si fuera un peso que ya no deseaba cargar.—¡Pagarás por esto, Selene! —gritó su madre, lanzándole una mirada de hielo antes de volver al auto con paso rápido—. Volverás con Gustavo, ¡quieras o no!Selene permaneció inmóvil, viendo cómo el auto arrancaba y se perdía en el horizonte, pero la rabia la invadió como
Lola sonrió con malicia antes de alejarse de la habitación. La puerta se cerró con un suave clic, pero para Aimé, ese sonido resonó como el golpe de una campana, anunciando su condena. Su corazón latía desbocado, las emociones se acumulaban en su pecho, casi aplastándola. El dolor era insoportable, pero el odio, el odio hacia todo lo que había ocurrido, comenzaba a tomar el control.En su mente, un plan empezaba a formarse, oscuro y desesperado. Necesitaba ver a su padre. «¡Él no puede estar muerto!», pensó con angustia, un dolor tan profundo que la hizo tambalear. Sin pensarlo más, se levantó, sus piernas temblorosas pero decididas. Aprovechando que Lola había dejado la puerta entreabierta, Aimé salió al pasillo, su respiración acelerada. Llegó a la habitación que había compartido con Martín, esa que ahora se sentía tan ajena, tan vacía. Y entonces, lo vio: ella. La mujer que había destruido su vida, que había invadido todo lo que una vez le perteneció. La odiaba, la rabia que la cons
Cuando Martín irrumpió en la casa acompañado de la policía, sus ojos estaban llenos de una rabia contenida, casi inhumana. Su presencia parecía oscurecer el ambiente, y su voz resonó como un trueno.—¡Este hombre secuestró a mi esposa y a mi hijo! —gritó, señalando con un dedo acusador a Rafael.Aimé, temblando, pero decidida, se adelantó. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, enfrentaron a Martín con valentía.—¡Mientes! —su voz se quebró, pero logró imponerse—. Este hombre es mi esposo… pronto exesposo. Él intentó golpearme y amenazó con llevarse a nuestro hijo. Por favor, ¡no le crean! Me escapé porque no me dejaba salir, ¡porque me estaba matando!Los policías se miraron entre sí, desconcertados, pero cuando volvieron sus ojos hacia Martín, su actitud agresiva los alertó.—¡Es mentira! ¡Todo es una mentira! —rugió Martín, perdiendo el control. En un arrebato de furia, intentó lanzarse sobre Aimé.Los agentes lo sujetaron con fuerza, sus gritos resonaban en toda la casa.Aimé retr
—¡No te atrevas a tocarme! ¡Suéltenme! —gritó Selene, luchando por liberarse de los hombres que la arrastraban escaleras arriba. Su voz se quebraba por el miedo, pero también por la rabia que sentía al ser tratada como un objeto. Gustavo, parado al pie de las escaleras, sonrió de manera arrogante, disfrutando de la humillación de la mujer a la que pensaba someter.La puerta se abrió con estrépito y, de repente, una sombra oscura apareció en el umbral. Era Ónix. En un movimiento rápido y preciso, tomó a Gustavo del cuello, levantándolo del suelo con una fuerza sobrehumana y lo apuntó con el cañón de una pistola en la sien.—¡Suelten a mi mujer, o lo mataré! —su voz estaba cargada de una furia contenida, y sus ojos reflejaban la decisión inquebrantable de hacer lo que fuera necesario para protegerla.Ónix no estaba solo. A su alrededor, un ejército de guardias alineados como sombras vigilantes rodearon a Gustavo, sin que el hombre pudiera moverse. El terror se apoderó de él. Había escuch
Aimé entró en la habitación del hospital con el corazón apesadumbrado. Ver a su padre así, tan vulnerable, tan frágil, le rompía el alma. Cada paso que daba hacia su cama parecía alargarse, como si el aire estuviera más denso y difícil de respirar.Se acercó con delicadeza, el dolor en su pecho se intensificó al ver a Rodolfo acostado, con los ojos cerrados y la piel pálida. Con manos temblorosas, tomó su mano, esa mano que siempre había sido firme y protectora, pero ahora se sentía tibia y débil en la suya.Rodolfo abrió los ojos lentamente, como si tardara en reconocerla, y cuando finalmente sus miradas se cruzaron, un brillo de sorpresa, y quizás un poco de miedo, pasó por sus ojos.—Hija... —murmuró, su voz quebrada por el cansancio y la preocupación.Aimé trató de disimular su propio miedo, aunque su corazón latía con fuerza. Le sonrió, buscando transmitirle tranquilidad, pero por dentro sentía que se desmoronaba.—Estoy bien, padre —dijo con una voz que intentó ser firme, pero te