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Aimé entró en la habitación del hospital con el corazón apesadumbrado. Ver a su padre así, tan vulnerable, tan frágil, le rompía el alma. Cada paso que daba hacia su cama parecía alargarse, como si el aire estuviera más denso y difícil de respirar.Se acercó con delicadeza, el dolor en su pecho se intensificó al ver a Rodolfo acostado, con los ojos cerrados y la piel pálida. Con manos temblorosas, tomó su mano, esa mano que siempre había sido firme y protectora, pero ahora se sentía tibia y débil en la suya.Rodolfo abrió los ojos lentamente, como si tardara en reconocerla, y cuando finalmente sus miradas se cruzaron, un brillo de sorpresa, y quizás un poco de miedo, pasó por sus ojos.—Hija... —murmuró, su voz quebrada por el cansancio y la preocupación.Aimé trató de disimular su propio miedo, aunque su corazón latía con fuerza. Le sonrió, buscando transmitirle tranquilidad, pero por dentro sentía que se desmoronaba.—Estoy bien, padre —dijo con una voz que intentó ser firme, pero te
Gustavo Street estaba en su sala, su rostro hinchado y marcado por el golpe que había recibido. La habitación estaba en un silencio pesado, como si las paredes mismas pudieran sentir la furia que se desbordaba en su interior. Se frotaba la herida con una toalla, pero ni siquiera eso lograba calmar la rabia que se acumulaba en su pecho. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, y al girar, vio a Ana aparecer en el umbral de la puerta. Su presencia, de alguna manera, solo aumentaba la tensión que ya habitaba en la habitación.Ana se acercó lentamente, sus pasos calculados, sus ojos fijos en el hombre que ya no parecía tan invulnerable. La tensión entre ellos era palpable, como si cada uno estuviera a punto de saltar hacia el otro en un duelo emocional.—A cualquier otra que te hubiese hecho sufrir como Selene, la hubieses derrotado —dijo Ana, su tono cargado de desdén, casi como un desafío.Gustavo la miró, su mirada era dura, casi hiriente. Algo en su expresión cambió, y no pudo e
La puerta resonó con un golpe firme, rompiendo la calma que reinaba en el cuarto. Rafael giró la cabeza hacia el sonido, pero no antes de ver la alarma en los ojos de Aimé. Ella se puso de pie de inmediato, buscando refugio como un animal herido.—Es Zafiro —dijo en un susurro tembloroso.Rafael frunció el ceño, percibiendo la oleada de vergüenza que cruzaba el rostro de Aimé.—Aimé… no necesitas hacer esto.—Por favor… —suplicó ella, antes de apresurarse hacia el armario. Sus manos temblorosas cerraron la puerta del closet tras de sí, dejando solo un hilo de oscuridad para observar lo que sucedería.Rafael respiró hondo y abrió la puerta. El perfume dulce de Zafiro llenó el aire al instante, pero su expresión no tenía nada de cálida.—¿Te molesta que haya venido? —preguntó ella con un deje de irritación, ladeando la cabeza como si desafiara su paciencia.—¿Qué necesitas, Zafiro? —respondió Rafael, su tono seco.Zafiro alzó una ceja, herida por su frialdad.—¿Por qué estás tan distante
Cuando Rodolfo se enteró de lo que estaba pasando, su corazón parecía estallar en su pecho. La impotencia lo consumía. Había pasado noches sin dormir, imaginando el futuro de su nieto en manos de un hombre como Martín. No podía permitirlo, no lo soportaría. En un arrebato de desesperación, convocó a Joaquín, Ónix y Rafael a su despacho, un lugar que ahora se sentía más frío y vacío que nunca.—¡No pueden permitir que ese desgraciado se quede con mi nieto! —bramó Rodolfo, golpeando con fuerza el escritorio—. Es un hombre miserable. ¡Es un monstruo! —Cálmate, Rodolfo —suplicó Joaquín, acercándose para tratar de calmar al anciano—. Te prometo que Martín no se saldrá con la suya. Tenemos un plan, pero necesitas confiar en nosotros.Rodolfo, con los ojos inyectados de rabia y lágrimas contenidas, suplicó:—Dime qué van a hacer. ¡Necesito saberlo! Joaquín sonrió levemente, en un intento por transmitir calma.—No te preocupes. Haré lo que sea necesario para que nuestra familia esté bien.La
—¿Me darán la empresa? ¿De verdad? —preguntó Martín, su mirada brillando con una mezcla de ambición y resentimiento.Aimé sintió cómo un profundo odio brotaba desde su pecho. No podía creer que aquel hombre, el mismo al que alguna vez entregó su amor, ahora se mostrara tan frío y despiadado.—Sí, es lo que acordamos —respondió Joaquín con firmeza.Martín giró hacia Aimé, y sus ojos estaban cargados de un desprecio que la atravesó como un puñal.—Está bien, acepto.Joaquín asintió, con una expresión de indiferencia que contrastaba con la tensión del momento.—Mañana nos veremos en mi oficina para formalizar los papeles.Sin más, Martín dio media vuelta y salió con Lola del brazo, dejando tras de sí un aire pesado y opresivo. Aimé se quedó inmóvil, tocándose el pecho como si intentara contener un vacío que amenazaba con consumirla. Había perdido a un mal esposo, sí, pero lo que más la destrozaba era pensar que Marcus había perdido a su padre para siempre. Por un instante, una pequeña chi
Joaquín y Aimé regresaron a la casa, pero ella no podía quitarse la ansiedad de encima.—¿De verdad se quedará con la empresa y todo lo que construyó mi padre? —preguntó Aimé, su voz temblando con la mezcla de preocupación y rabia contenida.Joaquín la miró, sus ojos oscilando entre la preocupación por su sobrina y la firmeza de su experiencia.—Tranquila, mi niña —respondió con calma, intentando infundirle algo de paz—. Confía en tu tío y en tu padre, recuerda que más sabe el diablo por viejo que por diablo. La felicidad de ese hombre no durará mucho, lo siento en el aire.Aimé sintió un pequeño alivio al escuchar sus palabras, pero la sombra de la traición seguía anclada en su pecho.—Gracias, tío —dijo con voz quebrada, intentando sonreír, pero los sentimientos de desesperación no la dejaban descansar. Lo miró y asintió, buscando fuerza en sus palabras.***Mientras tanto, Martín llegó a casa con un brillo extraño en los ojos. La botella de licor en su mano parecía pesar menos de lo
—¡¿Qué has dicho?! —exclamó Ónix, dando un golpe feroz que hizo que el hombre casi aullara de dolor. Su cuerpo tembló, la sangre dejó de circular a la velocidad normal mientras su rostro se distorsionaba por el dolor agudo de la bofetada.—¡Tengo un video donde puedo probarlo todo! Por favor… —imploró el hombre, con una desesperación palpable en su voz, sus ojos rojos por las lágrimas y el miedo.Ónix y Rafael se miraron en silencio, la tensión entre ellos se acumulaba, como si pudieran sentir lo que el otro pensaba sin necesidad de palabras. Tras unos segundos, la desconfianza se desvaneció y el instinto de obtener justicia prevaleció.—¿Dónde está el video? —preguntó Rafael, su voz grave, decidida.—En mi teléfono, lo tengo en la nube, déjenme entrar, por favor... —suplicó el hombre, sus manos temblaban mientras intentaba calmarlas para no hacer más evidente su miedo.Ónix no dudó ni un segundo. Pidió a un guardia que le ayudara a acceder al teléfono, con el rostro impasible mientras
—Está bien, si quieres una noche con mi mujer, te la daré.Ónix colgó la llamada, dejando un silencio tenso que parecía llenar toda la habitación. Selene se llevó las manos al rostro, su expresión llena de pánico.—¿De verdad, Ónix? ¿Harás algo tan cruel? —preguntó con la voz temblorosa, sus ojos húmedos brillando bajo la tenue luz.Ónix, que hasta ese momento parecía tranquilo, se levantó con determinación y la miró directamente a los ojos. —¿Tú crees que soy capaz de entregarte a otro hombre? —su voz era grave, cargada de una mezcla de furia y dolor.Selene negó con un movimiento casi imperceptible, pero las lágrimas caían de sus mejillas, traicionando sus verdaderos miedos.Ónix avanzó hacia ella, acunó su rostro entre sus manos, y dejó que sus labios se posaran sobre los de ella, uniendo sus mundos rotos en un beso que sabía a lágrimas y deseo.—Jamás haría algo así. Tú eres mía, Selene, y nadie más puede tocarte. Pero Gustavo... él merece aprender una lección que no olvidará.La