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Cuando Martín irrumpió en la casa acompañado de la policía, sus ojos estaban llenos de una rabia contenida, casi inhumana. Su presencia parecía oscurecer el ambiente, y su voz resonó como un trueno.—¡Este hombre secuestró a mi esposa y a mi hijo! —gritó, señalando con un dedo acusador a Rafael.Aimé, temblando, pero decidida, se adelantó. Sus ojos, enrojecidos por las lágrimas, enfrentaron a Martín con valentía.—¡Mientes! —su voz se quebró, pero logró imponerse—. Este hombre es mi esposo… pronto exesposo. Él intentó golpearme y amenazó con llevarse a nuestro hijo. Por favor, ¡no le crean! Me escapé porque no me dejaba salir, ¡porque me estaba matando!Los policías se miraron entre sí, desconcertados, pero cuando volvieron sus ojos hacia Martín, su actitud agresiva los alertó.—¡Es mentira! ¡Todo es una mentira! —rugió Martín, perdiendo el control. En un arrebato de furia, intentó lanzarse sobre Aimé.Los agentes lo sujetaron con fuerza, sus gritos resonaban en toda la casa.Aimé retr
—¡No te atrevas a tocarme! ¡Suéltenme! —gritó Selene, luchando por liberarse de los hombres que la arrastraban escaleras arriba. Su voz se quebraba por el miedo, pero también por la rabia que sentía al ser tratada como un objeto. Gustavo, parado al pie de las escaleras, sonrió de manera arrogante, disfrutando de la humillación de la mujer a la que pensaba someter.La puerta se abrió con estrépito y, de repente, una sombra oscura apareció en el umbral. Era Ónix. En un movimiento rápido y preciso, tomó a Gustavo del cuello, levantándolo del suelo con una fuerza sobrehumana y lo apuntó con el cañón de una pistola en la sien.—¡Suelten a mi mujer, o lo mataré! —su voz estaba cargada de una furia contenida, y sus ojos reflejaban la decisión inquebrantable de hacer lo que fuera necesario para protegerla.Ónix no estaba solo. A su alrededor, un ejército de guardias alineados como sombras vigilantes rodearon a Gustavo, sin que el hombre pudiera moverse. El terror se apoderó de él. Había escuch
Aimé entró en la habitación del hospital con el corazón apesadumbrado. Ver a su padre así, tan vulnerable, tan frágil, le rompía el alma. Cada paso que daba hacia su cama parecía alargarse, como si el aire estuviera más denso y difícil de respirar.Se acercó con delicadeza, el dolor en su pecho se intensificó al ver a Rodolfo acostado, con los ojos cerrados y la piel pálida. Con manos temblorosas, tomó su mano, esa mano que siempre había sido firme y protectora, pero ahora se sentía tibia y débil en la suya.Rodolfo abrió los ojos lentamente, como si tardara en reconocerla, y cuando finalmente sus miradas se cruzaron, un brillo de sorpresa, y quizás un poco de miedo, pasó por sus ojos.—Hija... —murmuró, su voz quebrada por el cansancio y la preocupación.Aimé trató de disimular su propio miedo, aunque su corazón latía con fuerza. Le sonrió, buscando transmitirle tranquilidad, pero por dentro sentía que se desmoronaba.—Estoy bien, padre —dijo con una voz que intentó ser firme, pero te
Gustavo Street estaba en su sala, su rostro hinchado y marcado por el golpe que había recibido. La habitación estaba en un silencio pesado, como si las paredes mismas pudieran sentir la furia que se desbordaba en su interior. Se frotaba la herida con una toalla, pero ni siquiera eso lograba calmar la rabia que se acumulaba en su pecho. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, y al girar, vio a Ana aparecer en el umbral de la puerta. Su presencia, de alguna manera, solo aumentaba la tensión que ya habitaba en la habitación.Ana se acercó lentamente, sus pasos calculados, sus ojos fijos en el hombre que ya no parecía tan invulnerable. La tensión entre ellos era palpable, como si cada uno estuviera a punto de saltar hacia el otro en un duelo emocional.—A cualquier otra que te hubiese hecho sufrir como Selene, la hubieses derrotado —dijo Ana, su tono cargado de desdén, casi como un desafío.Gustavo la miró, su mirada era dura, casi hiriente. Algo en su expresión cambió, y no pudo e
La puerta resonó con un golpe firme, rompiendo la calma que reinaba en el cuarto. Rafael giró la cabeza hacia el sonido, pero no antes de ver la alarma en los ojos de Aimé. Ella se puso de pie de inmediato, buscando refugio como un animal herido.—Es Zafiro —dijo en un susurro tembloroso.Rafael frunció el ceño, percibiendo la oleada de vergüenza que cruzaba el rostro de Aimé.—Aimé… no necesitas hacer esto.—Por favor… —suplicó ella, antes de apresurarse hacia el armario. Sus manos temblorosas cerraron la puerta del closet tras de sí, dejando solo un hilo de oscuridad para observar lo que sucedería.Rafael respiró hondo y abrió la puerta. El perfume dulce de Zafiro llenó el aire al instante, pero su expresión no tenía nada de cálida.—¿Te molesta que haya venido? —preguntó ella con un deje de irritación, ladeando la cabeza como si desafiara su paciencia.—¿Qué necesitas, Zafiro? —respondió Rafael, su tono seco.Zafiro alzó una ceja, herida por su frialdad.—¿Por qué estás tan distante
Cuando Rodolfo se enteró de lo que estaba pasando, su corazón parecía estallar en su pecho. La impotencia lo consumía. Había pasado noches sin dormir, imaginando el futuro de su nieto en manos de un hombre como Martín. No podía permitirlo, no lo soportaría. En un arrebato de desesperación, convocó a Joaquín, Ónix y Rafael a su despacho, un lugar que ahora se sentía más frío y vacío que nunca.—¡No pueden permitir que ese desgraciado se quede con mi nieto! —bramó Rodolfo, golpeando con fuerza el escritorio—. Es un hombre miserable. ¡Es un monstruo! —Cálmate, Rodolfo —suplicó Joaquín, acercándose para tratar de calmar al anciano—. Te prometo que Martín no se saldrá con la suya. Tenemos un plan, pero necesitas confiar en nosotros.Rodolfo, con los ojos inyectados de rabia y lágrimas contenidas, suplicó:—Dime qué van a hacer. ¡Necesito saberlo! Joaquín sonrió levemente, en un intento por transmitir calma.—No te preocupes. Haré lo que sea necesario para que nuestra familia esté bien.La
—¿Me darán la empresa? ¿De verdad? —preguntó Martín, su mirada brillando con una mezcla de ambición y resentimiento.Aimé sintió cómo un profundo odio brotaba desde su pecho. No podía creer que aquel hombre, el mismo al que alguna vez entregó su amor, ahora se mostrara tan frío y despiadado.—Sí, es lo que acordamos —respondió Joaquín con firmeza.Martín giró hacia Aimé, y sus ojos estaban cargados de un desprecio que la atravesó como un puñal.—Está bien, acepto.Joaquín asintió, con una expresión de indiferencia que contrastaba con la tensión del momento.—Mañana nos veremos en mi oficina para formalizar los papeles.Sin más, Martín dio media vuelta y salió con Lola del brazo, dejando tras de sí un aire pesado y opresivo. Aimé se quedó inmóvil, tocándose el pecho como si intentara contener un vacío que amenazaba con consumirla. Había perdido a un mal esposo, sí, pero lo que más la destrozaba era pensar que Marcus había perdido a su padre para siempre. Por un instante, una pequeña chi
Joaquín y Aimé regresaron a la casa, pero ella no podía quitarse la ansiedad de encima.—¿De verdad se quedará con la empresa y todo lo que construyó mi padre? —preguntó Aimé, su voz temblando con la mezcla de preocupación y rabia contenida.Joaquín la miró, sus ojos oscilando entre la preocupación por su sobrina y la firmeza de su experiencia.—Tranquila, mi niña —respondió con calma, intentando infundirle algo de paz—. Confía en tu tío y en tu padre, recuerda que más sabe el diablo por viejo que por diablo. La felicidad de ese hombre no durará mucho, lo siento en el aire.Aimé sintió un pequeño alivio al escuchar sus palabras, pero la sombra de la traición seguía anclada en su pecho.—Gracias, tío —dijo con voz quebrada, intentando sonreír, pero los sentimientos de desesperación no la dejaban descansar. Lo miró y asintió, buscando fuerza en sus palabras.***Mientras tanto, Martín llegó a casa con un brillo extraño en los ojos. La botella de licor en su mano parecía pesar menos de lo