Capítulo 3
Con razón Sofía había llegado a ese extremo de crueldad, desenterrando la tumba de su propia madre para inculparme.

Resultó que la muerte fue toda una farsa.

Le mandé un mensaje a Ricardo:

[La mamá de Sofía no está muerta. La verdad está en el correo que te envié.]

Si lo leía o no, ya no era asunto mío.

El boleto de avión era para dentro de tres días. Carlos se encargó personalmente de reservarlo.

Cuando Ricardo regresó, me encontró empacando mis cosas.

La mitad de mi ropa la tiré; una pequeña parte la envié a Monterrey.

—¿Por qué estás guardando esa ropa? —la expresión de Ricardo era de duda.

—Porque me voy a mudar —respondí sin darle importancia.

Guardó silencio por un instante, sin captar nada extraño. Siguió hablando solo:

—La Inmobiliaria Zafiro está en Monterrey. Nos vamos a vivir allá después de la boda, así que sí, hay que ir empacando.

Luego, me miró con dureza.

—¿Sabes qué? Discúlpate por lo de la mamá de Sofía lo antes posible. No me compliques más las cosas. Hazlo el día de la boda, ¿te parece?

Dicho esto, dejó el celular a un lado para buscar su identificación. Hoy era el día en que él y Sofía iban al registro civil.

No regresó en toda la noche. Al revisar mi celular, salió un mensaje de Sofía.

Era una foto: Ricardo y ella en la cama, vestidos con un set del mismo color, para parejas.

Cerré los ojos. Una punzada inevitable me atravesó el pecho.

Reprimí la emoción y apagué la pantalla del celular.

En la madrugada, el celular junto a mi almohada vibraba cada hora. Cada vibración era una nueva provocación: un video que Sofía me enviaba de ella con Ricardo.

A la mañana siguiente, recibí un mensaje de Carlos.

[Señorita Quiroga, las flores ya despliegan su esplendor. Ya puede volver a casa con calma.]

Adjuntaba una foto de dos actas de matrimonio. Y una maceta con una espléndida rosa roja.

No imaginé que aún conservara aquella planta que le regalé sin pensar años atrás.

Una sensación extraña, indefinible, surgió en mi interior.

Respondí con una sola palabra:

[De acuerdo.]

Dejé el celular y empecé a organizar los archivos de trabajo en la computadora. No sé en qué momento regresó Ricardo.

Estaba haciendo una maleta con ropa de diario.

—Me voy a quedar unos días con Sofía —dijo—. Se quedó sola con los preparativos de la boda y no da abasto. Acuérdate de llegar puntual a la ceremonia pasado mañana, no vayas a tardar.

Después añadió un montón de explicaciones; en resumen, que solo iba a ayudarla con lo normal y que, por favor, yo no fuera a hacer un escándalo otra vez.

—Sí... no voy a ir —dije, con la vista baja.

Después de lo de anoche, el último rastro de afecto que sentía por él se había esfumado por completo.

Ricardo me observó, vio mi calma, y un pánico que no puedo comprender lo recorrió. Titubeó un instante.

Pero entonces recordó los ruegos incesantes de Sofía, y la mano con la que sujetaba el celular se relajó un poco.

«Daniela no podría vivir sin mí», pensó. «¿Qué podría salir mal?»

Al pensar esto, respiró aliviado. Dejó de insistir y desapareció de mi vista.

Observé cómo se marchaba y entonces hice una llamada.

Esa misma noche, un helicóptero aterrizó en la plaza.

Un hombre se acercó.

—Señorita Quiroga, el helicóptero que solicitó ya está aquí. En media hora la llevaremos a Monterrey, llegará sin contratiempos.

Asentí y le entregué un sobre manila.

—Mañana entrega esto en la boda. Es mi regalo para los novios.

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