—¿Quieres ir a otra parte?—la invito aquel joven de cabellos castaños y ojos marrones. Era alto, de sonrisa amable y de una mano que se extendía hacia ella en una muestra de caballerosidad innegable.—Sí—dijo con cierto temblor en su voz.Era la primera vez que aceptaba la invitación de alguien. Luego de salir de su trabajo en aquella cafetería, y de una semana plagada de exámenes, lo único que le apetecía era un tiempo de relajación. Ese chico estaba dispuesto a dárselo, aunque la imagen de Alexander no dejaba de aparecer en su mente como una insistente alarma que no debía ser olvidada.Habían pasado tres años desde su partida, tres años en los que no había tenido ninguna noticia suya. Lo único que sabía de él era lo que se podía apreciar en las revistas. Su madre Sophie siempre posaba a su lado, sonriendo a la cámara y colgada de su brazo, como si quisiera decirle al mundo: “es mío”.Y en cierta manera lo era, después de todo, era ella quien lo tenía las veinticuatro horas del día.
Luego del incidente, la rutina volvió a tomar el control de su vida. Día a día, Hazel asistía a la universidad y luego a su trabajo. No había nada de extraordinario en todo eso, era simplemente más de lo mismo.—Hola, cariño, ¿qué tal estuvo tu día?—su madre solía llamarla todas las noches, de una manera casi religiosa.—Bien, mamá. Un poco cansado.—Me imagino, cariño. ¿Cuándo vendrás a visitarnos?La idea de ir a la casa de sus padres no le causo ninguna gracia. Las cosas con James Miller seguían siendo muy tensas, el hombre amoroso que alguna vez fue desapareció por completo, para dejar en su lugar a un sujeto amargado y vicioso.Su madre había tratado de llevar a su marido a un centro de rehabilitación, pero el hombre tan terco como siempre se rehusó completamente. A su parecer, se encontraba en perfectas condiciones y su esposa únicamente exageraba.—Eh, no sé, mamá. Estamos en exámenes finales, ya sabes cómo son esas cosas—se negó nuevamente.Amelia suspiró ante la negativa. De
—No llores, mi amor—le dijo acercándose para abrazarla. Hazel no podía contenerse, era simplemente demasiadas emociones a la vez. Se sintió como en un sueño, un bonito sueño del cual no quería despertarse. —Ya estoy aquí, no volveré a irme nunca más—continuó él como si de alguna forma pudiese adivinar sus pensamientos. Ese era su mayor temor, despertar de ese hermoso sueño para descubrir que estaba nuevamente sola, que el Alexander que tenía al frente no era más que un espejismo producto de su triste mente. —Alex… Levantó su mirada, viéndolo con sus ojos encharcados en lágrimas. La respuesta de él, fue una caricia delicada en su mejilla, mientras asentía como diciendo: "Si, mi amor, soy yo, estoy aquí". Alexander siempre había odiado verla llorar, realmente ver el dolor y la emoción con la que lloraba le perturbaba en sobremanera. Su intención nunca fue causar ese nivel de sufrimiento en ella, todo lo contrario, quería que fuera feliz siempre. —¡Feliz cumpleaños!—la felicito de
—¡Voy a casarme!—chilló Hazel cuando vio a su amiga Emma, un par de días después. —¿Casarte? ¿Pero cómo?—la muchacha se quedó con la boca ligeramente abierta—. Ni siquiera sabía que tenías un novio. —Sé que puede parecerte un poco extraño, pero voy a casarme con Alexander. El rostro de Emma perdió el color al instante. —¿Alexander?—Sí—asintió Hazel, negándose a ocultarlo por más tiempo. Lo amaba, ambos se aman y no eran hermanos, así que no había ningún delito en su unión. —Pero… —No somos hermanos de sangre, Emma. ¿Lo recuerdas? Ya te lo había mencionado. —Sí, pero es decir, ustedes crecieron juntos ¿no? —La verdad es que no. Alexander se la pasó más tiempo viviendo con su madre, era muy poco lo que nos veíamos. —Oh, ¿y qué opina tu familia sobre esto? —No lo sé, seguramente pondrán el grito en el cielo cuando se enteren. ¿Pero sabes qué? Ya no me importa la opinión de los demás, pienso quitarme el apellido Miller, y adoptar el de mi madre biológica, después de todo, pap
—James, ¿por qué tratas así a tu hijo? —Déjame en paz, Amelia. El hombre salió de su despacho, tomó un abrigo y se dispuso a marcharse de la casa. Estaba cansado de las cantaletas de su mujer. —¡Eres tan terco!—se exasperó Amelia—. ¿Acaso no te das cuenta de que estás perdiendo a tus hijos por tu necedad? —Ellos ya no son mis hijos, al parecer el único que me queda es Lucas y estoy bien con eso. —¡Por favor, James, no cometas un error del que no podrás arrepentirte! —¡El error lo cometieron ellos, no yo, Amelia! Dicho aquello salió de la casa, dando un sonoro portazo. Su esposa se quedó viendo el espacio vacío por donde se había marchado. No podía creer el nivel de insensatez que manejaba su esposo, sus argumentos eran simplemente absurdos. […] —Gracias mamá, por acompañarme a comprar el vestido. —No hay de qué, cariño. Ambas mujeres entraron a una lujosa tienda de novias. El desfile de vestidos que se mostraban ante sus ojos era simplemente espectacular, todos eran increíbl
—Estoy nerviosa, mamá–confeso Hazel a su madre, mientras se contemplaba en el espejo de su dormitorio. Estaba casi lista para el matrimonio y aquello la tenía feliz y ansiosa en partes iguales. –Todo saldrá bien, cariño. Tranquila. —Lo sé, pero eso no evita que sienta un hormigueo en el estómago. —Es normal, hija, son los nervios propios de un momento tan importante. Después de todo, casarse no es cualquier cosa, es unir por siempre tu vida a la persona que amabas. Amelia dio un beso a su hija en la frente y trato de trasmitirle confianza y seguridad. —Con permiso, ¿puedo pasar?—alguien había tocado a la puerta, se trataba de Mabel, quien venía acompañando de su hija menor, Annie. —Por supuesto, adelante—sonrió Hazel al ver a su madre biológica. En esos años le había dado la oportunidad a la mujer de involucrarse en su vida. Habían coincidido en algunas salidas e incluso se había interesado por la condición de su hermana, la cual a pesar de todo se mostraba como una niña muy i
Siguiendo con el mismo ambiente playero, alquilaron una cabaña frente al mar. Aquel sería el lugar donde su unión se concretaría. Hazel entró primero al modesto sitio, maravillándose de la hermosa decoración que había realizado. Había flores en todas partes: rosas, orquídeas, tulipanes. El aroma que fluía de cada una de ellas llenaba la estancia, haciéndola sentir como en un cuento de hadas. —Es hermoso—murmuro. Alexander se acercó y se dirigió al pequeño balcón. —¿Y qué te parece esta vista? Los ojos de la chica se cerraron para percibir la suave brisa. Al frente se alzaba un mar que se veía imponente y cálido en partes iguales. A esa hora de la tarde, las gaviotas se arremolinaban en torno a él. —Preciosa—contesto, ganándose un beso en la coronilla de su cabeza. Su esposo la abrazó por la espalda y la estrechó más en contra de su cuerpo, firme y reconfortante. Hazel sonrió a la par, sintiéndose por fin plena luego de tantos inconvenientes. Sentía que la vida al fin les sonreí
Hazel se removió en la cama sintiendo su cuerpo pesado. El sol de un nuevo día se colaba fugazmente por la ventana, haciendo que una sensación de molestia se instalara en sus ojos. Con parsimonia los fue abriendo, acostumbrándose apenas a la luz del nuevo día. —Buenos días—escucho la voz de su esposo, quien entraba en la habitación con una bandeja de desayuno. —Buenos días—sonrió al verlo y recordó la magnífica noche que habían compartido juntos. —Pensé que no despertarías—se burló de ella, señalando la hora en el reloj de pared. La muchacha se sorprendió al divisar que faltaba solo una hora para que fuese mediodía. ¿Cómo pudo haber dormido tanto? Rápidamente, recordó lo cansada que se había sentido, a la vez de todas las veces en que se habían unido. Alexander no se conformó con solo una vez, entre besos y caricias repitió el acto un par de veces más. Había quedado exhausta luego de tanta actividad. —Ten, tienes que comer algo—le acerco la bandeja y ella se acomodó para que se