Tristán se dirigió a la biblioteca municipal de Cuñera guiado por las indicaciones de la señora Carmen. Tenía tiempo de sobra hasta las dos de la tarde que regresara a la pensión para esperar a Sara.
El edificio que albergaba la biblioteca era una casa que había sido un antiguo palacete y a Tristán le asombró la belleza del mismo. Apenas abrió la puerta le recibió el olor a papel, a libros, a prensa y se quedó allí plantado a la entrada inspirando con ansiedad.
Un hombre, tras una mesa de madera maciza se le quedó observando.
—¿Buscaba algo?
Tristán avanzó hacia él. Era un hombre bajito, muy flaco, con un enorme bigote y unas gafas redondas de montura metálica que le miraba por encima de los cristales, como si estos más que ayudarle le estorbasen.
—Hola, estoy buscando información sobre el in
Tristán regresó a la pensión, pero no llegó a entrar porque Sara se encontraba en la puerta hablando con la señora Carmen.El cielo se había nublado y amenazaba con comenzar a llover, así que fue la excusa perfecta para que Sara se despidiera con prisa de la dueña de la pensión y sujetara a Tristán de un antebrazo para guiarle a través de la estrecha acera en la dirección que llevaba a su casa.Pasaron frente a la confitería en la que habían desayunado por la mañana y aquello pareció recordarle algo a Sara.—¿Cómo es eso de que no tienes móvil? No conozco a nadie, pero a nadie, ni al más viejo de los habitantes de Cuñera que no tenga móvil hoy día.Tristán se encogió de hombros.—Bueno, no sé, supongo que nunca lo necesité.Sara le pegó
Los dos muchachos se quedaron sentados a la mesa, en silencio, hasta escuchar cómo se cerraba la puerta de entrada de la casa. Entonces Sara se dirigió a Tristán.—¿Postre?El chico se había quedado azorado con la repentina marcha del padre de Sara tras hacer aquel comentario. Sara se sirvió más vino y le hizo un gesto invitándole que Tristán negó con la cabeza.—¿Qué quiso decir tu padre con lo de no hagamos nada peligroso?Sara se encogió de hombros.—Supongo que es su forma de decir que no quiere que entremos en el orfanato.—Si es un lugar tan peligroso ¿por qué no lo echan abajo?—Es caro, y Cureña no cuenta con un presupuesto holgado como para permitírselo.Sara se levantó y comenzó a recoger los platos. Tristán se puso en pie inmediatamente y la ayud&oac
Camino hacia la casa del antiguo director del orfanato pasaron frente a un local cerrado que se veía abandonado desde hacía tiempo. Sara se lo señaló a Tristán.—Era una tienda de aparejos de pesca. La abrió el director un par de años después del incendio, pero no le duró demasiado. Tal vez estuvo abierta unos cinco años, después cerró y el director no volvió a trabajar. Supongo que vive del dinero de ese seguro.—¿Le conoces bien?—Tengo más relación con el jefe y su esposa, Aurora, pero aquí todos nos conocemos. ¿Piensas que fuera él quien lo incendió?Tristán se encogió de hombros. No sabía qué pensar. Solo sabía que era una locura contarle a aquella chica que un grupo de fantasmas le asediaban día y noche y le habían dirigido hasta ese lugar, aunqu
Tristán se quedó dormido en seguida, después de cenar un plato de chuletas de cordero con patatas que la señora Carmen se esmeró en prepararle. Era su único huésped en aquel momento y su actitud hacia él había cambiado bastante desde la conversación que mantuvieron sobre el orfanato.—¿Ya tienes la información que necesitas? —le preguntó mientras cenaba. Ella ya lo había hecho y se sentó frente a él observándolo mientras comía.—He hablado con el jefe de policía y con el antiguo director. Ellos me han hecho una especie de retrato sobre lo sucedido. Supongo que ahora podré preguntar a algunos de los vecinos cómo lo vivieron ellos, ah, y que me cuenten alguna de esas leyendas que circulan sobre el lugar.Tenía la esperanza de que la señora Carmen lo hiciera, pero esta llevaba la conversac
A las cinco de la tarde del día siguiente, Sara acudió a la pensión a buscar a Tristán. El muchacho se puso la cazadora y salió al encuentro de la muchacha alejándose de la pensión mientras la señora Carmen les observaba desde una de las ventanas de la planta baja.—¿Qué has hecho toda la mañana?—He estado socializando con los vecinos —bromeó Tristán.—¿Y cómo te ha ido?—Está claro que solo le gusto a las viejas —sonrió el chico.Sara se rio a carcajadas.—Puede que sea porque te pareces a ellas.Tristán le echó una mirada rápida y luego bajó la vista al suelo.—¿Tanto se nota?—¿El qué?—Que no soy como los demás.Sara le observó sin disimulo. Era cierto que el compo
Sentados en el despacho del jefe de policía, Sara y Tristán solo esperaban a quedarse solos para poder hablar entre ellos. En cuanto el jefe salió a la recepción se volvieron el uno hacia el otro.—Tú también sentías el temblor ¿verdad? —preguntó Tristán de inmediato, no muy seguro de no haber sufrido alguna de sus alucinaciones.El rostro de Sara le demostraba que no, que esta vez no había sido su mente la que se había inventado lo sucedido.—¿Qué ha sido eso? Comenzaste a hablar solo —soltó.Tristán tragó saliva. Había olvidado aquella parte, la de tener que dar una explicación a sus respuestas a Josué en voz alta cuando Sara no estaba viendo a nadie.—Fue el pánico.El gesto de Sara se tornó serio. Entrecerró los ojos y su voz sonó decepcionada
Tristán se volvió directo a la pensión dispuesto a seguir las instrucciones del jefe. A fin de cuentas ya no tenía ninguna razón para continuar en Cuñera. No había logrado nada, no había descubierto el porqué los fantasmas parecían dirigirle a aquel lugar. Todo había sido una tontería, una jugada más de su cabeza trastornada.Se quitó la ropa sucia y la metió en una bolsa de plástico, ya no necesitaría que se la lavara la señora Carmen, al día siguiente cogería ese autobús de vuelta a casa.Después de ducharse se recostó en la cama y cogió la libreta en la que había ido apuntando cada dato que había obtenido del orfanato. Las declaraciones del bibliotecario, de los vecinos, del jefe, del director…Poco a poco el sueño le fue acogiendo mientras la libreta se resbalaba de
Tristán recogió la mochila de su habitación y dejó la pensión. Era su última noche, su última oportunidad. Pasara lo que pasara a la mañana siguiente tomaría ese autobús de vuelta a casa.Caminaba a paso rápido por la carretera, iluminado con su pequeña linterna, sorteando el miedo y el frío. Atravesó el bosquecillo silencioso y se plantó frente al edificio del orfanato. En ningún momento se percató de la sombra que le seguía desde que saliera de la pensión.Tiró la mochila al otro lado del muro y escaló por la parte más baja, donde este se hallaba semiderruido. Observó que en la puerta de entrada desencajada había colocado una cinta policial y un cartel de prohibido el paso, como si algo así pudiera detenerle.Se introdujo en el orfanato con la seguridad de que esa noche encontraría