Eliana sintió que la ira y el dolor la golpeaban al mismo tiempo. Su cuerpo se tensó, y su respiración se volvió inestable. Miró a José Manuel con los ojos ardiendo en lágrimas contenidas.—Tú también has sido el único hombre en mi vida —susurró con la voz temblorosa, pero llena de verdad—. Siempre lo has sido.José Manuel soltó una carcajada amarga, incrédula.—No mientas, Eliana —dijo con dureza, su mandíbula marcada por la rabia contenida—. Sé que perdiste un hijo… y estoy más que seguro que ese hijo que perdiste era de Isaac.Eliana sintió cómo esas palabras la atravesaban como un cuchillo. Su cuerpo se estremeció, y la furia le nubló la razón.—¿De verdad piensas eso? —preguntó con voz rota, mirándolo con una mezcla de dolor y decepción—. ¿De verdad crees que yo te habría engañado con Isaac?José Manuel desvió la mirada, pero su expresión seguía fría, distante.—¿Qué otra explicación hay? —preguntó con amargura—. Tú perdiste un hijo y yo ni siquiera sabía que estabas embarazada.
José Manuel sintió cómo esas palabras lo golpeaban con una brutalidad inesperada. Su corazón latía con violencia, con un peso insoportable de culpa. De repente, se sintió pequeño, insignificante frente a todo el daño que había causado.—Lo siento… —susurró con la voz temblorosa, y la angustia lo atravesó como un cuchillo—. Dios, Eliana, lo siento tanto.Sus labios temblaron al hablar. Nunca en su vida había sentido algo así. Había enfrentado negocios millonarios, tomado decisiones que afectaban a cientos de personas, pero nada, absolutamente nada, lo había preparado para este momento.—Tú estabas sola… y yo… yo te dejé sola —continuó, su voz cargada de un peso insoportable—. Cuando más me necesitabas, cuando más debí haber estado a tu lado…Se llevó las manos a la cara, intentando contener las lágrimas que amenazaban con caer. No recordaba la última vez que había llorado. Quizás nunca lo había hecho de verdad. Pero ahora, en este instante, todo dentro de él se derrumbaba.—Perdóname…
Eliana despertó con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Se removió en la cama, aún sintiendo el peso de la conversación de la mañana en su pecho. Su mirada recorrió la habitación hasta que percibió un aroma delicioso en el aire.Frunció el ceño y se incorporó rápidamente. ¿Era eso… caldo recién hecho? ¿Tostadas y pasta?Se levantó de la cama con el corazón latiéndole rápido. Su mente aún estaba nublada por los recuerdos de su discusión con José Manuel, pero la preocupación la golpeó de inmediato. ¡La empresa!Con pasos apresurados salió de la habitación y se detuvo en seco al ver la escena en la cocina.José Manuel estaba allí, con las mangas de su camisa arremangadas, sirviendo el almuerzo en la mesa. Había preparado caldo, jugo de naranja y una variedad de pastas y tostadas con mantequilla. Su expresión era tranquila, casi serena, como si todo lo que habían hablado la noche anterior no pesara sobre sus hombros.Eliana sintió que el aire se le atascaba en la garganta
Eliana seguía sentada en el comedor, con la mirada fija en la comida que José Manuel le había preparado. El aroma seguía en el aire, tentador, pero ella no tenía hambre. Su mente estaba en otro lugar, enredada en el pasado y el presente, en lo que fue y en lo que nunca pudo ser.¿Por qué él era así? ¿Por qué nunca le había creído?Si aquella vez José Manuel hubiera confiado en ella, todo habría sido diferente. Tal vez seguirían juntos, tal vez su hijo estaría vivo, tal vez no tendría que vivir con este peso en el pecho que parecía ahogarla cada vez que lo veía.Cerró los ojos con fuerza, sintiendo la punzada de dolor que siempre la acompañaba cuando pensaba en su bebé.No. No iba a volver a llorar.Se levantó de la silla de golpe, sintiendo cómo la determinación se apoderaba de ella.—No voy a llorar más —murmuró, casi como una promesa.No le daría a José Manuel el poder de verla débil. No otra vez. Si él nunca le creyó, si nunca confió en ella, entonces no merecía ver cuánto la había
Eliana estaba sentada en su oficina, revisando algunos informes en su computadora, cuando un ligero golpeteo en la puerta la sacó de sus pensamientos.—Adelante —dijo sin apartar la vista de la pantalla.Andrea, su asistente, entró con expresión seria y una carpeta en las manos.— Eliana, ya tengo la información que me pidió sobre las fotografías.Eliana levantó la vista de inmediato. Durante tanto tiempo había esperado respuestas, pero ahora que finalmente las tenía al alcance, no estaba segura de querer escucharlas.Andrea avanzó unos pasos y colocó la carpeta sobre el escritorio.—Descubrimos quién fue la persona que entró a ese hotel y se hizo pasar por usted.Eliana respiró hondo antes de preguntar:—¿Quién fue?Andrea la miró fijamente y dijo con voz firme:—Samantha.Eliana cerró los ojos por un momento y luego esbozó una sonrisa amarga.—Lo sabía…Andrea la observó con cierta cautela.—¿No le sorprende?Eliana negó con la cabeza.—Siempre lo sospeché. Samantha era la única que
Eliana despertó con el peso cálido de Samuel acurrucado contra su costado. Había pasado la noche con él en su departamento, asegurándose de que durmiera tranquilo después del incidente. Aunque su cuerpo estaba agotado, su mente no había descansado ni un segundo.Miró al niño, que dormía profundamente, con su manita aferrada a la tela de su blusa. Samuel no era su hijo, pero su corazón no hacía diferencia.Con cuidado, se deslizó fuera de la cama sin despertarlo. Se dirigió a la cocina y comenzó a preparar el desayuno. Mientras batía los huevos, escuchó pasos pequeños detrás de ella.—¿Eli?Eliana se giró y sonrió al ver a Samuel en la puerta, restregándose los ojitos.—Buenos días, dormilón.—¿Hice algo mal?Su vocecita temblorosa la desconcertó.—¿Por qué dices eso?—Porque papá estaba enojado ayer en el hospital —murmuró, bajando la mirada.Eliana suspiró y se agachó para quedar a su altura.—No hiciste nada malo, mi amor. Solo quieres sentirte seguro, y eso está bien.Samuel la abr
Isaac ajustó el cinturón de seguridad mientras observaba a Gabriel en el asiento trasero. El niño iba emocionado, moviendo los pies con impaciencia.—¿Falta mucho para llegar, mami? —preguntó con entusiasmo.María José sonrió mientras conducía.—No, en cinco minutos estaremos en tu jardín.Isaac, en el asiento del copiloto, miraba distraídamente por la ventana. Aún no asimilaba del todo la nueva realidad en la que vivía. Apenas unos días antes, había descubierto que tenía un hijo y ahora estaba en Nueva York con ellos.Llegaron al jardín infantil y bajaron del auto. María José ayudó a Gabriel con su mochila y lo llevó hasta la puerta, mientras Isaac los seguía en silencio. Observaron juntos cómo el pequeño se integraba rápidamente con los demás niños.—Se adapta rápido —comentó Isaac.—Sí —asintió María José—. Gabriel siempre ha sido un niño fuerte.Un silencio incómodo se instaló entre ellos. Isaac metió las manos en los bolsillos, sin saber muy bien qué decir.—¿Ahora qué? —preguntó
María José se sentó frente al doctor Rivas, con las manos entrelazadas sobre su regazo. Sentía el latido acelerado de su corazón en los oídos, pero intentó mantener la calma.—Señorita María José —comenzó el doctor, con un tono sereno pero firme—, recibimos los resultados de sus exámenes y… quiero que sepa que hablaremos con total sinceridad.Ella asintió lentamente, apretando los dedos contra su piel.—Dígame.El doctor tomó una carpeta y la abrió.—Los análisis indican que padece la misma condición que su padre. Es una enfermedad progresiva y degenerativa, pero si se trata a tiempo, podemos hacer mucho para mejorar su calidad de vida.María José sintió que el aire se volvía pesado. Su respiración se volvió superficial, y el eco de aquellas palabras la llevó de inmediato al recuerdo de su padre. A su lento deterioro, a su dolor, a la impotencia de verlo apagarse día tras día sin poder hacer nada.El doctor siguió hablando, pero ella dejó de escucharlo. Su mente estaba atrapada en aqu