Capítulo 145: Presente ausente

Dos semanas.

Catorce amaneceres con olor a café sin compartir, a desayuno preparado para tres, pero con una silla que seguía vacía. El reloj avanzaba, los días transcurrían, y aunque la vida seguía su curso, para María José, todo parecía detenido en una pausa tensa y dolorosa.

Isaac no había vuelto a dormir en casa.

Sus visitas eran breves, medidas. Llegaba como una sombra, saludaba a los niños con cariño el que nunca perdía, pero esquivaba su mirada. María José lo observaba desde la cocina o desde la sala, fingiendo ocuparse en cualquier cosa, esperando quizás que un día él le dijera: “Hoy sí me quedo.” Pero eso no pasaba. Al contrario, parecía que cada día era más difícil acercarse.

—¿Papá va a venir esta noche? —preguntó Gabriel mientras lavaba sus manitas después de cenar.

—No lo sé, mi amor —respondió María José, acariciándole el cabello. Esa frase se había vuelto una letanía repetida, tan vacía como necesaria.

Samuel la miraba desde la mesa. Él no preguntaba. Ya no lo hacía. Sol
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