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La desesperación se apodera de mí de una forma extraña, nunca antes me había sentido tan desesperado y lleno de impotencia. Ante mis ojos está el cuerpo de la mujer que amo, en el suelo, yaciendo probablemente herida y nuestro bebé debe de estar en un eminente riesgo. Camino hacia ella con miedo de que ella ya no esté respirando, me arrodillo a su lado miedoso y aterrado, tomo su mano débil. Se desmayó, respira, pero no está consciente.

—Maxine... no me vayas a dejar, por favor... no...— susurro desesperado por ayudarla, no quiero moverla. Siempre es mala idea hacerlo, pero tampoco puedo esperar más tiempo y ponerla en peligro. Pues no sé cuanto tiempo pueda tardar una maldita ambulancia. —¿Qué hago?— asustado de herirla un poco más, la cargo en mis brazos y la llevo hacia la salida. Está tan delgada y liviana, que muero de miedo al pensar que ella pueda estar mal.— No te atrevas a dejarme, por favor.

—¡Oye!— ignoro esa voz, no ahora mismo lo que menos me interesa son las personas,
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