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Cuando era una niña, la abuela se encontró con un conejo de campo que tenía una herida gigante en la pata. Lo trajo a casa y lo cuidamos por semanas, me encariñe tanto con él que yo soñaba con que encontraríamos una coneja para que fuera su novia. Me gustaba jugar con él e intentar confeccionarle ropa, pero un día simplemente murió. Le llore por varias noches y no quería ni siquiera comer, porque estaba demasiado triste como para levantarme de la cama y probar bocados. Fue muy difícil superar la muerte de mi conejo... y tan solo tenía siete años. Ahora tengo más de veinte y siento que nunca voy a poder superar la muerte de mi bebé y eso que ni siquiera lo conocí.

No puede pasar tiempo con él, no pude verlo a los ojos o jugar... no pude hacer nada con ese pequeño que tenía la sangre de Max y mía. Y creo que eso es lo que más me duele, saber que nunca voy a poder hacer nada de eso, porque el ya no está en mi vientre. Y tal y como está mi útero, me siento yo... estoy vacía, tengo un cue
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