—Señor Juez —saludé con un asentimiento y me puse en pie, dejando mi bolso sobre el asiento. Su metro noventa y tanto de altura me hacía sentir diminuta, aunque de pie aún me sobrepasaba por más de veinte centímetros. No voy a negar que, cuando lo vi en persona por primera vez, me pareció un hombre muy atractivo, y seguía pensando igual. Era guapísimo, con unos ojos preciosos y una mirada profunda y misteriosa.
—Un placer verte de nuevo, Ava. —Se acercó un poco más, inclinándose hacia mí para darme un beso rápido en la mejilla, como si fuéramos íntimos. ¿A qué ha venido eso? Me ha dejado boquiabierta –no literalmente, era demasiado orgullosa para dejarlo saber que me había afectado, pero no me lo esperaba–. El hombre es un descarado, pero olía divino, a aire fresco, masculinidad y seducción. Su perfume debía ser costosísimo, como su traje y el precioso Rolex que le adornaba la muñeca. De no saber que amasó una gran fortuna antes de ser Juez, habría pensado que es corrupto—. Soy Jacob, por cierto, lo de juez dejémoslo para los juzgados —añadió sonriendo. Y, juro por Dios, tenía la sonrisa más encantadora del mundo. Él lo sabía, la utilizaba como un arma de persuasión, una infalible, porque si antes pensaba que era atractivo, ahora lo daba por hecho.
—Prefiero seguir llamándolo señor Juez —contradije seria, fingiendo indiferencia. No quería enviarle ninguna señal errada. Que le quedara muy clarito que a mí no me iba a conquistar con su carisma y seducción, si era lo que pretendía, porque no estaba interesada en absoluto. ¿Me atraía? Sí, no era ciega, el tipo era guapo, lo reconocía, pero eso no cambiaba el hecho de que no quería relacionarme con él más allá de los juzgados.
—¿Y también me impedirás tutearte? —preguntó riéndose, el muy imbécil.
¿Quién se cree que es?
—Va a ser que sí, no le di permiso para hablarme de esa manera y tampoco para acercarse a mí con tanta confianza. No soy como las mujeres que acostumbre a seducir. —Le espeté sin moderación. Su actitud arrogante me sacó de mis casillas. Primero se acercó y me besó y, después, se burló de mí.
—¿Y cómo son las mujeres que acostumbro a seducir? —preguntó petulante, con una ceja enarcada.
Fáciles, tontas, necesitadas..., pude decirle, pero no iba a caer en su jueguito. Mejor aún, no iba a seguir hablando con él. Me giré, alcancé mi bolso y caminé en dirección opuesta, situándome en el último asiento de la fila. Estaba malhumorada, ansiosa y, para colmo, por las prisas, no tuve tiempo de obtener mi dosis de café. No era una persona completa si no tomaba café, aunque tuve que reducir los dos vasos que consumía al día por una taza, considerando lo que leí en internet a cerca del consumo de café en el embarazo.
—Es una pena que me tenga en tal mal concepto, señorita Greene —dijo Harris, caminando hacia mí. Lo vi con el rabillo del ojo. Tenía un andar seguro y presumido, como si se creyera el dueño del mundo. Aborrecía a los de su clase, así de… egocéntricos—. Merezco al menos que me conceda El Beneficio de la Duda ¿no cree? ¿O debo recordarle que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario? —señaló, ocupando un asiento a mi lado.
Contuve las ganas de reírme en su rostro ante su descaro. Claro que era culpable, su fama lo antecedía, también su comportamiento. Se acercó a mí con segundas intenciones, no era tonta. Ningún hombre me iba a venir con cuentos a esas altura de mi vida.
Le di la espalda y fingí que no lo había escuchado, era buena pretendiendo; en el mundo del derecho, había que saber actuar o te comían viva, más siendo mujer.
—Nos veremos pronto —murmuró sonriéndome y se levantó de la silla, alejándose. ¡Engreído! Lo observé hasta que desapareció en el umbral, preguntándome, ¿qué hacía un Juez tan conocido como él en una clínica de fertilización?
—Señorita Greene, venga conmigo, por favor —dijo Amy, asomándose a la sala de espera desde el pasillo.
Me levanté del asiento y caminé hacia ella con paso firme. Amy se puso en movimiento en cuanto me aproximé a su posición y me indicó que la siguiera. Cruzamos el vestíbulo y tomamos el ascensor hasta la cuarta planta, donde se hallaban las oficinas. Los consultorios ocupaban la planta baja; las salas de procedimiento, el primer piso; y los laboratorios de preservación de muestra la planta dos y tres. Era un edificio pequeño, con paredes de mármol y pisos de granito pulido, lámparas finas, y grandes ventanales de suelo a techo en la fachada. Era una de las clínicas de fertilización más costosas de Chicago.
Amy fue la primera en salir del ascensor cuando llegamos a destino y se adelantó hasta la segunda puerta a la izquierda. La abrió, se asomó y dijo algo que no logré escuchar. Cuando la alcancé, me invitó a pasar, esbozando una sonrisa nerviosa. Le sonreí cortésmente e ingresé a una sala de conferencia, en lugar de una oficina, como había asumido. La doctora Sara Miller ocupaba un asiento central detrás de una gran mesa ovalada de madera, que contaba con diez puestos. A su derecha, estaba un hombre trajeado que tenía toda la pinta de abogado.
—Buenos días, señorita Greene. Mi nombre es Alexander Bell, soy el representante legal de la Clínica de Fertilización Eva y estaré presidiendo está reunión. Le agradecería que tome asiento, por favor.
—Y yo le agradecería que sea directo conmigo y me diga de inmediato de qué se trata todo esto —dije con voz de hierro al momento que ocupaba una silla delante del hombre. No quería acercarme, pero, considerando que la reunión implicaba la presencia de un representante legal, lo mejor era que estuviera sentada cuando me dieran lo que asumí serían malas noticias.
La doctora Sara me miró a los ojos y me ofreció una disculpa mediante un gesto. Tal parecía que le habían impedido comunicarse conmigo.
—Antes que nada, quiero dejar en claro que, tanto la doctora Sara Miller como mis representados, están eximidos de culpa —comenzó diciendo el señor Bell. Tragué saliva y luché con la urgencia de exigirle que terminara de hablar de una m*****a vez. Cada segundo que transcurría sin tener certeza de nada, incrementaba mi nivel de ansiedad—. Por un error originado en el laboratorio de conservación, los espermatozoides inseminados en su cavidad uterina no resultaron ser el del donante anónimo que había seleccionado previamente, sino de uno de nuestros clientes, quien no es donante.
—¡Dios mío! ¿¡Un error!? ¿Cómo pasó esto? —expresé indignada y me levanté de la silla con tanto ímpetu que la hice caer contra el suelo. Sentía mi corazón palpitando en mi garganta y un zumbido fuerte resonando en mis oídos—. Quiero que me den una explicación clara de lo que sucedió, lo exijo. —El abogado miró a Sara y ella asintió.
—Como le decía, fue un error, pero no uno fortuito, fue provocado por una asistente de laboratorio, Lily Williams. Ella admitió haber cambiado la muestra del donante anónimo por las de alguien más. Ha estado haciendo esto desde hace un tiempo, fue descubierta por otra empleada de la clínica cuando encontró una agenda donde Lily explicaba su frustración de no haber conocido nunca a su padre. Ella escribió: “Todo niño debe saber su origen, de dónde proviene, y haré que sea una realidad”. En la agenda, había una lista detallada de nombres, incluyendo teléfonos y dirección, de los clientes que resultaron afectados por su imprudencia, entre ellos, el suyo.
—¡Oh, Jesús! Confié en ti cuando me dijiste que esta era la mejor clínica de fertilidad de la ciudad, una de las más seguras y confiables, y resulta que tenían dentro del laboratorio a una loca jugando con futuro de las personas, con mi futuro —dije mirando a Sara, incrédula, llena de incertidumbre. Nunca pensé que algo así podía pasarme.
—Lo siento tanto, Ava. No tenía ninguna idea de lo que ella hacía, nadie lo sabía —aseguró Sara pareciendo sincera, pero no me bastaba con un lo siento, lo que esa mujer hizo era irreparable.
—Y si Lily Williams es la responsable de esto, ¿por qué no está aquí ahora? Entiendo que esta reunión busca eximir a Sara y a la clínica de culpa ¿no es así?
—No es necesario, tenemos su confesión firmada y grabada, también pruebas que confirman lo que dijo. Se revisaron las grabaciones de laboratorio en las fechas que ella manipuló las muestras y se evidenció que decía la verdad. Además, en este momento, se encuentra recluida en un centro de salud mental, donde ha estado siete días, cuando atentó con su vida. Estamos esperando que su médico tratante la evalúe para determinar si sufre de algún trastorno que la exonere de ir a prisión.
—Y si ese es el caso, entonces la clínica deberá responsabilizarse por haber contratado a una persona inestable en un puesto tan importante —establecí tajante—. Quiero que me envíen copias de las supuestas pruebas, no puedo fiarme de su palabra, como usted entenderá.
—Por supuesto, se las haremos llegar lo más pronto posible —afirmó el abogado—, pero hay algo más que debo decirle antes de que se marche. —Hizo una pausa breve y luego comunicó con gesto serio—: Ya que el material reproductivo no provino de un donante anónimo, el sujeto propietario del semen implantado en usted tiene derechos filiales sobre el niño.
—¿¡Qué!? ¡No! —grité fuera de mí—. Mi bebé es mío y de nadie más. Yo solicité expresamente un donante anónimo, no un padre con derechos para exigir.
—Pero lo tiene —dijo detrás de mí una voz que reconocí enseguida, era inconfundible—, el hijo que espera es mío.
¿Su hijo? ¿Eso quiere decir que…? ¡Dios mío! ¡Jacob Harris es el cliente que mencionó el abogado! ¡Usaron su semen en mí y yo… yo espero un hijo suyo! —Esto no… Él no va a… —balbuceé sin poder completar la frase. Me sentí mareada, todo daba vueltas a mi alrededor y mi respiración comenzó a verse comprometida, apenas podía respirar, estaba teniendo un ataque de pánico, no me había sucedido en años. Mi cuerpo sucumbió a temblores involuntarios, menoscabando mi fuerza, e Intenté llegar hasta la mesa, pero solo logré tambalearme de un lado al otro.—Te tengo —susurró Jacob, sujetándome de la cintura.—Suélteme —impuse altanera, empleando la poca reserva de energía que me restaba. No quería que me socorriera de ninguna manera
—Dios, mujer, eres terca como el infierno —gritó, caminando de regreso a mi puerta, e intentó abrirla, pero la bloqueé en cuanto me subí—. ¿Estás enojada conmigo? Bien, lo entiendo, pero no seas insensata. Va a anochecer en cualquier momento y no veré una mierda. —Se pasó una mano por el pelo y suspiró exasperado—. Abre el jodido capó y déjame ver qué está mal con el auto —demandó obstinado, pero no iba a ceder, no quería. Aunque me hacía falta salir a tomar aire fresco, estaba sudando y empezaba a sentirme un poco claustrofóbica.Quería gritarle que se fuera a la mierda, pero en ese momento contestó el operador de ayuda vial y elegí hablar con él, no pensaba perder la llama de nuevo. Le expliqué mi situación, respondí las preguntas que me hizo y murmuré un sí c
—Nos vamos —dijo Jacob, cubriéndome la espalda con un abrigo grueso, mi abrigo.—¿¡Qué!? ¿Por qué?—Deben llevar el auto al taller, Louis pidió una grúa y tú te vienes conmigo —impuso como si tuviera potestad sobre mí.—¿En serio? —Liberé una carcajada burlona y caminé hacia Louis, quien estaba guardando su caja de herramientas en el cajón de la camioneta—. ¿Con qué te amenazó el “honorable juez” para que enviaras mi auto al taller? —pregunté desdeñosa.El mecánico se volteó hacia mí, pero antes que pudiera decir algo, Jacob llegó a escena. Siempre tan oportuno…—Deja a Louis fuera de esto, él solo está haciendo su trabajo —increpó, su voz trasmitía enojo.—No estoy t
Mientras Jacob conducía hacía un destino que no reveló, por más que insistí en saber, me quité la blusa y me peiné el cabello con los dedos, deseando tener acceso a mi bolso para maquillarme también. Me miré en la cámara frontal de mi móvil y chasqueé los dientes cuando vi mi aspecto desaliñado, nunca me dejaba ver sin maquillaje.—Necesito mi bolso urgente. Y no, no es un intento desesperado por deshacerme de usted. ¡Me veo horrorosa y necesito mi maquillaje! —No me bajaría del auto a menos que estuviera medianamente presentable.—Pero si te ves preciosa. —Aduló, mirándome por el espejo retrovisor, y se me subieron los colores al rostro. No recordaba quién fue el último hombre que me llamó preciosa, aunque, con toda certeza, no fue mi ex. Barry no me hacía esos tipos de halagos, su forma de romanticis
—Estoy tan sorprendida como tú. Jacob no me puso al tanto de que estaba viniendo contigo. —Lo miró con los ojos entornados.—No quiero estar aquí, no voy a hacer esto. —Di media vuelta, dispuesta a marcharme, pero Jacob me mostró una mirada entristecida y me pidió con un ruego que, por favor, me quedara por su madre, que se le rompería el corazón si me marchaba.—No debió hablarle de mí en primer lugar —protesté chasqueando la lengua—. Debería sentir vergüenza, utilizar a su madre enferma para manipularme…—¡Ella tiene razón, Jacob! ¿En qué estabas pensando? —Le reprochó su hermana, no supe si por simpatía o porque en verdad estaba molesta.—Fue imprudente, sí, pero ya está hecho y no puedo cambiarlo —admitió con un resoplido—. ¿
No había dejado de plantearme un montón de preguntas desde que la señora Harris mencionó a la tal Leah. ¿Qué tan seria fue su relación con Jacob?, ¿cómo era? ¿por qué se separaron?, ¿existía alguna probabilidad de que regresaran? Esa última interrogante me generó una angustia que no fui capaz de explicar, si ellos regresaban, a mí no me debía importar. ¡Pero sí me importaba! Y me molestaba que fuera así, me enojaba estar celosa de alguien que jamás había visto, por alguien que apenas conocía. ¡No tenía sentido!—Mi Jacob me dijo que eres abogada de una firma muy reconocida —comentó la señora Harris, logrando que centrara mi atención en ella, algo que me vino de maravilla, necesitaba despejar mi mente de los pensamientos que comenzaban a ponerme histérica.
Me obligué a juntar las piernas para reprimir el escozor, pero el deseo ya se había establecido en la parte sur de mi vientre. También había mojado mis bragas. Eso era algo que jamás me había pasado, ni con Barry ni con mis parejas anteriores. Ellos debían trabajar un poco para que entrara en calor, pero Jacob no. Él me hablaba, me miraba o me tocaba de forma sugerente y mi cuerpo se descontrolaba.Jacob concluyó la oración con un amén que todos, menos yo, repitieron a coro. No podía pronunciar ninguna palabra. Vacilante, abrí los ojos y enfoqué mi vista en el vaso de cristal que tenía delante, me sentía muy avergonzada e incómoda para hacer contacto visual con alguien. Sentía rubor hasta en las orejas, esperaba que nadie lo notara, especialmente, Jacob.Mi mano derecha quedó libre en los segundos siguientes, pero la izquierda seguí
—Ava, espera —instó Jacob detrás de mí. Lo ignoré y caminé más rápido—. Ava, por favor. No tienes que irte con alguien más, yo puedo llevarte al hospital. —Lo escuché más cerca, estaba pronto a alcanzarme, pero logré subirme al auto antes de que pudiera hacerlo. Pasé el seguro del auto y me abroché el cinturón mientras le pedía a Claire que arrancara.—Ahora —exigí cuando no lo hizo, lo que le dio tiempo a Jacob de tocar la ventanilla y pedirme una vez más que no me fuera.—Voy, voy —dijo Claire llevando la mano a la palanca de cambios—. En serio me tienes que contar todo, Ava. TODO —estableció una vez que se puso en marcha.—Lo sé —susurré con un suspiro.Finalmente, había logrado deshacerme de Jacob Harris, pero lejos de sentirme aliviada