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Capítulo 3: La fiesta del rey Alfa

Antonia

Esto no puede ser más denigrante, me siento como si no fuese más que un simple objeto dispuesto a ser usado a preferencia de un único ser, siento que mi dignidad está completamente en el piso mientras mi alma poco a poco se va marchitando dentro de mí. Al terminar el dichoso baño la tan amable señora Bolgoña me llevo de rastras a su habitación, con mirada estricta me hizo quitarme la toalla que cubría mi desnudes y juzgo todo mi cuerpo, hablo de lo sucio que lucía gracias a mis tatuajes, critico el modesto tamaño de mis pechos, el grosor y la dureza de los muslos de mis piernas, hablo de la simpleza de mi rostro y de las horribles uñas de mis manos. Después de ese momento donde tuve que bajar la cabeza para tragarme todo mi carácter que exigía salir cuan libre bestia a destrozar sin piedad a esta horrible mujer, procedió a buscar entre sus cosas un vestido digno de ser lucido frente al Rey Alfa, después de varios minutos en los que se quejó por no encontrar alguno que ayudará a estilizar mi cuerpo, apareció frente a mí con un sencillo vestido de camisa blanca y falda cobriza. Con rapidez me puso un camisón de fina tela que deja al descubierto mi clavícula y hombros, prosiguió colocándome un faldón blanco de tela gruesa con terminación de encaje, continúo poniéndome un apretado corsé, sin detenerse siguió poniéndome la camisa para luego acomodar la falda. He de decir que jamás en mi vida había sentido algo tan incómodo sobre mí, mis costillas se quejan ante la presión del corsé que corta mi respiración mientras estrecha mi cintura y resalta mis pechos, y ni hablar del peso de faldón que da forma a la falda mientras amenaza con hacerme caer. Con fuerza me hace sentarme en su modesta cama, allí me hace calzar unos tacones delicados para después entretenerse acomodando mi pelo negro en una trenza suelta, por ultimo pasa por mi cuello unos palitos untados con aromatizantes suaves y dulces, cuando vio que su trabajo estaba terminado me saco de su habitación a rastras gracias a la inestabilidad que tenía mi cuerpo.

Ahora, me encuentro en la habitación donde antes me había traído viendo como una 15 mujeres se arreglan rápidamente con vestidos parecidos al mío, presurosas se mueven arreglándose lo mejor que pueden para que aquel alfa apenas y las mire. En sus rostros veo la alegría y la emoción al saber que lo van a ver, que estarán cerca de la presencia de aquel soberano alfa que dirige el reino de los hombres lobos.

— Señoritas — alza la voz sobre el revuelo Bolgoña llamando la atención de todas, aunque esa atención rápidamente se re direcciona hacia mí. — Les presento a esta bruja, una nueva concubina traída desde la tierra de los aquelarres.

— ¿Desde los aquelarres? — se atrevió a contestar una de ellas de ojos zafiros delatando su raza, es una vampiresa. — Creí que no les interesa interactuar con otras especies.

— Eso no es de su incumbencia señorita Rosa.

— Lo siento madame Bolgoña. — la muchacha sumisa baja el rostro mientras hace una leve inclinación.

— Apúrense, el rey alfa no demora en hacer presencia en el salón de reuniones, además, las favoritas ya están allá. — Sin más, sale de la habitación mientras las mujeres se apuran desesperadas.

— Como no van a estar ya listas las favoritas si nosotras tenemos que ayudarlas a vestir.

— Siempre es lo mismo, casi ni nos queda tiempo para arreglarnos nosotras.

Las quejas en susurros de todas empiezan a surgir mientras yo me quedo parada en mi lugar tratando de domar mi mal genio que amenaza con salir, toda esta situación me hace querer luchar, pelear, gritar e incluso huir, pero no puedo, debo cumplir con mi condena. Con ese pensamiento empuño las manos detrás de mí mientras mis ojos se fijan en un punto ciego de la habitación ignorando a las presuras mujeres que corretean y se ayudan entre sí para lograr estar rápidamente listas. Cuando al fin logran su cometido empiezan a salir de la habitación casi corriendo como si aquellos tacones, aunque bajitos, no fueran un arma mortal si se mezclan con velocidad. Una de ellas, una peli roja de ojos verdes y de rostro delicado, se acerca a mí con prisa tomándome del brazo suavemente.

— Ven, debemos pasar a la cocina por los bocadillos antes de ir al salón. — con confianza la mujer me hala con suavidad ayudándome en algunos momentos a mantener mi equilibrio, sus grandes ojos verdes me ven con gracia e inocencia mientras oculta tenues sonrisas por mi torpeza. — Ya le cogerás el ritmo, no te preocupes. Por cierto, mi nombre es Clara y soy una natura.

Ahora entiendo su belleza, además de su personalidad amable y abierta. Las naturas son lo contrario a las hadas, son seres simples y adorables que viven repartiendo su generosidad por todo Frunbor.

— Yo soy Antonia y, como ya oíste, soy una bruja.

— Tengo muchas dudas pero algo me dice que no es momento de preguntar así que mejor te explico mientras caminamos como funciona todo aquí. — con ánimo sigue hablando mientras me lleva por varios pasillos confundiéndome y haciéndome sentir perdida entre este castillo que parece un laberinto decorado en tonos azules y blancos, además de esplendorosos cuadros y demás muebles que lo hacen sentir acogedor. — Las concubinas normales no solo damos placer al rey alfa, también somos las encargadas de hacer pequeños trabajos de servicio, como llevar la comida a la mesa de la rey, cuidar de sus ropas y hacer bordados decorativos para el castillo. Por otro lado también debemos estar pendientes de las necesidades de las adoradas favoritas, y mira que las señoritas siempre abusan de ese poder que se les da, pero también debemos recibir educación ya sea para servir en la parte administrativa, ayudando con cuentas, escribiendo cartas, manejando la contabilidad de los vivires y de las ofrendas, o para hacer parte del entretenimiento del palacio ya sea como bailarina, músico o como una artista.

Eso me deja confusa, creí que las concubinas solo eran criadas que servían y se entregaban al rey alfa, jamás me imagine que también fueran educadas para ser útiles en formas más dignas al rey.

— ¿Qué hacen las favoritas?

— No mucho. — se queja mientras hace un adorable puchero, por sus acciones, creo que roza los diecinueve, se ve muy tierna y juvenil. — Solo se encargan de la parte social, manejan perfectos modales y acompañan al rey alfa a eventos sociales, aparte de ser sus preferidas a la hora de intimar, porque no creas que todas hemos pasado por sus aposentos.

De repente un bullicio se arma al llegar a un lugar donde el olor de la comida hace rugir a mi vacío estómago, varias posan sus ojos en mi tratando de avergonzarme pero que puedo hacer, no me voy a incomodar por un sonido emitido por mi cuerpo de forma natural, no es como si pudiera controlarlo.

— ¡Rápido señoritas! — Grita un hombre panzón de ropas ligeras — mi comida espera por ser deleitada.

Todas tomamos bandejas repletas de manjares de todos los tipos y sabores. Con pasos iguales de presurosos caminamos por más elegantes pasillos haciendo que mis pies duelan sumándose al malestar que ya recorre mi cuerpo por el corsé y el faldón.

— Llegamos, hay que formarnos. — Una de ellas susurra haciendo que rápidamente se arme una sola fila de todas las concubinas que se enderezan con elegancia mientras alzan su barbilla con altivez. Confundida y cansada me pongo detrás de Clara quedando delante de Rosa. Tras las enormes puertas ante nosotras talladas y decorados con toques de oro, se escuchan suaves risas de mujeres además de una voz profunda y gruesa que suena lejana para mí que no tengo el súper oído de los lobos.

— El rey alfa ya está dentro, hay que entrar ya. — susurra la mujer que encabeza la fila y haciendo malabares con la bandeja que lleva da dos golpes en las puestas.

De forma lenta las puestas se abren mostrando a dos hombres vestidos totalmente de negro, ninguno de ellos alza su vista siquiera para vernos, al parecer lo tienen rotundamente prohibido. Con elegancia, todas caminan haciéndome caminar, mi andar es torpe, sin mucha elegancia comparado con el de las demás. Al entrar completamente en el salón detallo lo grande que es y lo muy lujosamente que está decorado con hermosos y exuberantes sofás de oro vestidos con telas finas que relucen hermosos bordados. Allí sentadas se encuentras cinco mujeres hermosas, cada una de ellas enfundada en vestidos que destacan por sus bordados y por la cantidad de brillos que tienen, lo único malo en ellas son aquellos ojos egocéntricos y cargados de soberbia que nos detallan con asco y superioridad. Omitiendo esas miradas vuelvo mi vista a la bandeja que llevo en las manos para no cometer ningún accidente que haga que la atención caiga solo en mí, con cuidado sigo a las demás quienes van dejando las bandejas en una mesa redonda que hay en el centro del salón; al dejar mi bandeja copio el proceder de Clara y hago una reverencia tal como ella la hace, la única diferencia es que no me detengo ni a ver, ni a sonreírle al rey alfa, sigo mi camino a sentarme en unas grandes y espumosas almohadas que hay regadas por todo el suelo, pero de repente y sin aviso, una cantarina voz interrumpe mi andar llamando la atención de todo ser presente en este gran salón.

— Por la Luna, ¿es ella?

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