CristianHoy me desperté decidido a todo. Tengo que verla, reconquistarla, sin importar el pasado. ¿Me dejó porque dejó de amarme? ¿O fue por algo más? ¿Y si fue por otro, como una vez insinuó mi madre? No, conozco a Sam, y no creo que fuera por eso. Podía sentir el amor en cada mirada que me daba, en cada palabra.Y aunque me pidió que la dejara en paz, no puedo hacerlo. Volverla a ver fue como revivir todo lo que vivimos juntos. No me imagino una vida sin ella otra vez.Algo que me molesta profundamente es que piense que Cristal es mi novia. No lo es, y tengo que dejarle eso claro.Con la decisión firme, me levanto, me baño y me cambio rápidamente. Antes de ir al trabajo, necesito verla. Sé que está en casa de Rossy, y estoy seguro de que irá a ver a Princesa. La conozco demasiado bien. Siempre que despertaba, iba directo a los establos, como un ritual.Hoy, voy a encontrarla. Y no voy a dejar que se me escape otra vez.Cuando estoy saliendo, veo a Williams llegar... caminando. Es r
Cristian.Al entrar a la veterinaria, comienzo a atender al gatito y a los dos cachorros. Todo es rápido; con el tiempo he aprendido a reconocer los síntomas y a saber qué tienen casi al instante. No es nada grave. Les receto unas vitaminas para estimular su apetito, y eso es todo.Todo va bien hasta que veo entrar a un hombre con... ¡un cocodrilo! Les juro que no le tengo miedo a ningún animal, pero esto ya es demasiado.—Amigo, los cocodrilos no están en mi lista. Lo siento, pero puedo recomendarle a un colega del zoológico. Es excelente con esos animales.El hombre me agradece y se va.Sin poder contenerme, salgo de la clínica buscando a Sam con la mirada. La veo en el puesto de quesos. Necesito hablar con ella, explicarle lo que pasó con Cristal y ese estúpido beso. Parece que las cosas están a mi favor porque, justo en ese momento, llega Williams.—Qué bien que llegaste. Cúbreme, necesito hablar con Sam —le digo, empezando a caminar hacia ella.—Claro, amigo. Para eso estamos —re
SamanthaDespués de confirmar con Harry la hora y el lugar de nuestra salida, me dirijo a la habitación para decírselo a las chicas. Al entrar, las encuentro acostadas, hablando en voz baja. En cuanto me ven, ambas hacen silencio de inmediato.—¿De qué hablaban? ¿Y por qué se callaron cuando entré? —pregunto, entornando los ojos y cruzándome de brazos.Ellas intercambian miradas rápidas.—De nada. No estábamos hablando de nada. ¿Por qué preguntas? —contesta Alex, visiblemente nerviosa.—¿Me están tomando el pelo? Claramente estaban hablando y dejaron de hacerlo al verme. ¿Qué están tramando?—No es nada importante, tranquila. Mejor dinos: ¿a qué hora quedaste con Harry? —dice Rossy, cambiando el tema de manera evidente.Las observo con seriedad, tratando de descifrar qué esconden. Conociéndolas, seguramente están planeando algo para sabotear mi cita. Aunque, siendo honesta, no me molestaría demasiado si lo hicieran. Estoy saliendo con Harry por puro impulso y, claro, por celos.—¿Ento
Samantha—Cristian, ¿qué haces aquí? ¿Qué se te ofrece? —le pregunto, poniéndome de pie. Aunque trato de parecer tranquila, mi corazón late con fuerza. Sé que esto no terminará bien.—Eso te pregunto a ti. ¿Qué haces aquí con este imbécil? —espetó, sus palabras escupen veneno, y sus ojos están encendidos de rabia.—Bueno, creo que es obvio, ¿no? —respondo con una sonrisa desafiante—. Estoy en una cita.La ira en su rostro se intensifica, sus puños se tensan, y siento que está a punto de explotar.—¿No te advertí que no te acercaras a ella? —le dice a Harry, su voz es un gruñido lleno de furia.—Cristian, cálmate. Estás exagerando. —intento calmarlo, pero es inútil.—¿Cálmate? —me mira como si hubiera perdido la cabeza—. ¿Cómo pretendes que me calme cuando te veo con este idiota?—Cristian, por favor, no armes un espectáculo. —le digo con firmeza, intentando que recapacite.—No estoy armando un espectáculo. ¡Estoy defendiendo lo que es mío! —grita, y de repente siento cómo su mano apri
SamanthaTodo el trayecto ha sido un silencio reconfortante, lejos de la tensión de antes. Trato de mantener la vista fija al frente, pero mis ojos insisten en buscar a Cristian cada vez que creo que no se dará cuenta. Se ve tan guapo. Ahora que todo está más tranquilo, su aroma comienza a invadir el espacio; ese perfume varonil que siempre ha usado, mi favorito. Es embriagador, como él.—Si sigues mirándome, me vas a gastar —dice de repente, con esa voz profunda que me hace estremecer—. Aunque no me molesta que lo hagas. Puedes mirarme todo lo que quieras, porque yo nunca me cansaría de verte.Mi corazón se acelera de inmediato, y siento un calor subiendo a mis mejillas. ¿Desde cuándo se dio cuenta de que lo estaba mirando? Tengo que ser menos obvia.—No te estaba mirando. No tengo necesidad de eso —miento descaradamente, volviendo la vista hacia la ventana para ocultar el nerviosismo que seguramente es visible en mi rostro.—Bien, como digas. Te voy a creer, mi Sam —responde, riéndo
SamanthaSu voz me saca de mis pensamientos tormentosos. Levanto el rostro y lo miro. Él me regala una sonrisa amplia, de esas que parecen iluminarlo todo a su alrededor, que tienen el poder de borrar cualquier preocupación, al menos por un instante. Es inevitable; le devuelvo la sonrisa, aunque sé que no debería.Pero la realidad no tarda en alcanzarme. Como un rayo, el recuerdo de su engaño atraviesa mi mente y mi sonrisa se desvanece.—¿Estás bien? ¿Qué pasa? ¿Por qué esa cara? —pregunta con suavidad, mientras acaricia mi mejilla con la yema de sus dedos.Su toque es tan familiar, tan cálido... pero a la vez, me duele.—Creo que esto fue un error —murmuro, con la voz apenas audible.Su sonrisa se apaga al instante, dejando paso a una expresión seria, casi herida.—¿Un error? ¿Por qué? —Su mirada busca la mía, pero yo me obligo a apartarla—. Ambos lo disfrutamos, ¿no? Esto quiere decir que aún sientes algo por mí… igual que yo por ti.Dejo de verlo. No puedo.—Esto no significa nada
SamanthaLos segundos que pasan se sienten como una eternidad. Seguimos en la camioneta, mirando en dirección a Arturo, quien permanece inmóvil, cruzado de brazos. Cristian está tenso; puedo ver la rabia hervir bajo su piel.De repente, abre la puerta de un tirón y baja del vehículo con una fuerza que hace temblar la estructura. Camina hacia Arturo con pasos firmes, cada movimiento cargado de furia. Ni siquiera lo pienso: hago lo mismo, mis piernas moviéndose por inercia, como si estuvieran conectadas a las de él.El aire está denso, sofocante. La tensión es tan fuerte que casi parece tangible, como si el ambiente estuviera a punto de estallar.—¿Qué haces aquí? ¡Lárgate! —ruge Cristian, su voz retumbando con una intensidad que me deja paralizada. Es un rugido lleno de odio y resentimiento, cada palabra afilada como un cuchillo.Arturo, cruzado de brazos, apenas reacciona. Su rostro permanece frío, inmutable, y su mirada calculadora se posa en mí como una hoja afilada. Y entonces suel
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra