SamanthaLos segundos que pasan se sienten como una eternidad. Seguimos en la camioneta, mirando en dirección a Arturo, quien permanece inmóvil, cruzado de brazos. Cristian está tenso; puedo ver la rabia hervir bajo su piel.De repente, abre la puerta de un tirón y baja del vehículo con una fuerza que hace temblar la estructura. Camina hacia Arturo con pasos firmes, cada movimiento cargado de furia. Ni siquiera lo pienso: hago lo mismo, mis piernas moviéndose por inercia, como si estuvieran conectadas a las de él.El aire está denso, sofocante. La tensión es tan fuerte que casi parece tangible, como si el ambiente estuviera a punto de estallar.—¿Qué haces aquí? ¡Lárgate! —ruge Cristian, su voz retumbando con una intensidad que me deja paralizada. Es un rugido lleno de odio y resentimiento, cada palabra afilada como un cuchillo.Arturo, cruzado de brazos, apenas reacciona. Su rostro permanece frío, inmutable, y su mirada calculadora se posa en mí como una hoja afilada. Y entonces suel
Samantha.Me despierto, como de costumbre, a las seis de la mañana. Lo primero que hago es darme una ducha relajante con agua caliente para quitarme todo el estrés del trabajo. Anoche llegué a casa tarde, muy cansada, y no dormí mucho. Paso unos cuarenta y cinco minutos en el baño. Sí, suelo tardar bastante.Salgo y me visto. Hoy decido ponerme una falda tipo cuero, ajustada hasta la rodilla, con una pequeña abertura en la parte de atrás; una blusa formal, una chaqueta y unos zapatos de tacón alto, todos de color negro. Cabe aclarar, por si acaso, que el negro es mi color favorito. Me maquillo de manera sencilla, pero con los labios en un rojo intenso. Ah, y el rojo también es mi color favorito.—Sam, ¡date prisa! Vamos a llegar tarde otra vez —me grita Rossy, una de mis mejores amigas, entrando en mi habitación. Es la más loca de las tres.—Ya voy, casi termino. Denme un minuto —les digo mientras me termino de arreglar.—Por favor, Samantha, date prisa. No quiero que nos regañen otra
Samantha Después de quedarme congelada por horas... bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe, sin decirle nada, sin ninguna respuesta, salí corriendo como una desquiciada. Fue el error más grande que pude haber cometido y me arrepiento. Me caí directo al suelo, me lo comí, literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poquito de sangre. Pero mi jefe, como todo un "superhéroe", me rescató (bueno, creo que soy un poco dramática). Aquí estoy, frente a él, con una vergüenza que se me cae la cara, y él se está riendo de mí. ¿Pueden creerlo?—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, un poco molesta, cruzándome de brazos.—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —me dice, todavía riéndose. Maldito, se ríe de mis desgracias, pero
SamanthaPor fin, terminé de trabajar. El día transcurrió sin novedad; mi jefe no se asomó a mi oficina, y eso fue lo mejor. No podría mirarlo a la cara. Recojo todas mis cosas. Estoy agotada; solo quiero llegar a casa, darme un buen baño y acostarme. Cuando voy saliendo, me encuentro con él. Se queda mirándome, y yo solo le ofrezco una pequeña sonrisa tímida.Sigo caminando hacia el ascensor, y, para colmo, él se sube conmigo. Un silencio incómodo se cierne entre nosotros. La verdad es que no quiero hablar; solo quiero salir de aquí. En el trayecto hacia abajo, él no dice nada, hasta que las puertas se abren.—Smith —me llama por mi apellido. Su tono no suena molesto, más bien, suena… normal—. Olvida todo lo que te dije hoy. Será lo mejor. Que descanses, nos vemos mañana —me dice, y antes de que pueda responderle, sale del ascensor.No tengo tiempo de articular palabra. Cuando me doy cuenta, ya ha salido. Salgo yo también, y ahí están mis amigas esperándome en la recepción.—Wow, nue
SamanthaEsta última semana ha sido de locos. Después de decidir a dónde iríamos de vacaciones, salimos de compras. Fuimos de tienda en tienda, compramos de todo: zapatos, pantalones, blusas, incluso unos diminutos bikinis, todo acorde a nuestro destino. También fuimos al cine y luego a un restaurante donde comimos delicioso, sin ganas de cocinar en casa.Al día siguiente, decidimos ir a un parque de diversiones y la pasamos increíble. ¿Exageraría si les digo que nos montamos en todos los juegos? Pues sí, literalmente en todos, excepto en uno porque, la verdad, me dio miedo y no quería morir joven. Por suerte, no fui la única. Hacía mucho que no me divertía tanto.Solíamos tener planes para divertirnos los fines de semana: íbamos a discotecas o organizábamos fiestas en casa con nuestros compañeros de trabajo. Últimamente no lo hemos hecho. Trabajar en una editorial nos consume; leer y editar libros no es tarea fácil. Rossy es secretaria en edición, Alex es supervisora de edición, y yo
Samantha4 horas después…—Sam, despierta, ya llegamos —escucho la voz de Alex, llena de emoción. Cuando abro los ojos, las veo a las dos mirándome, expectantes.—¡Siiii, qué emoción! ¡Ya llegamos! —les respondo sarcásticamente. Ellas solo se ríen.Bajamos del avión, pasamos por otro chequeo y luego buscamos nuestro equipaje. Salimos rápidamente en busca de un taxi que nos lleve hasta la parada de autobús.—Tengo tanta emoción que siento que no me cabe en el pecho —dice Alex, con una sonrisa que no puede ocultar.—Yo también estoy muy emocionada, después de tantos años —respondo, contenta por verlas tan felices. Eso siempre es bueno.—A mí también me alegra volver —añado, con un tono que se tiñe de tristeza.—Sam, sé que es doloroso para ti estar aquí. Ahora siento que no debí obligarte a venir, perdóname —dice Alex, con la voz quebrada. No puedo evitar ver cómo unas lágrimas comienzan a rodar por su rostro.—Alex, no llores, yo acepté venir, no te preocupes, estoy bien. Además, sus p
Cristian.¿No les ha pasado que reviven el mismo sueño una y otra vez? Bueno, ese es mi caso. Llevo una semana soñando con lo mismo: una mujer increíblemente hermosa, de cabellera negra que cae en cascada, con un cuerpo lleno de curvas que desafía cualquier lógica. Pero hay un problema: nunca logro verle bien el rostro. Siempre está borroso, como si mi mente se negara a recordarlo.Lo extraño es que en cada sueño ella me pega. Sí, tal cual. Una cachetada, un empujón o una golpiza digna de película de acción, y yo, como un idiota, termino siguiéndola, suplicando por su atención como un perrito callejero. Pero esta noche fue diferente. Esta vez, antes de que pudiera reaccionar, la besé. Y lo más sorprendente es que no se resistió.Con la sensación de sus labios aun quemándome la piel. Me quedo un momento acostado, mirando al techo, tratando de procesar el sueño. ¿Por qué me afecta tanto? No tengo idea. Lo único que sé es que esa mujer, sea quien sea, tiene un poder sobre mí que ni siqui
Cristian.Estoy llegando a mi casa cuando noto un vehículo estacionado frente a la entrada. ¿Qué demonios hace aquí? Ya sé quién es. Lo que me faltaba. Antes de que pueda reaccionar, Cristal aparece, caminando hacia mí con una sonrisa que no llega a sus ojos. Se lanza a abrazarme como si tuviera algún derecho, y lo único que siento es fastidio.—Hola, mi osito precioso, tengo rato esperándote. —Su tono meloso me revuelve el estómago.—¿Qué quieres? ¿Qué haces aquí? —le digo, cruzándome de brazos y mirándola fijamente.—Pues vine a verte, ¿o tienes algo que hacer? —responde, cruzándose también de brazos, pero con un gesto altivo que me irrita aún más.—A ver, Cristal, creo que hay algo que no te ha quedado claro: tú y yo no somos nada, ¿entiendes? Nada.Su rostro cambia en un instante. De la seguridad falsa pasa al desconcierto, y luego a algo más oscuro. Pero en lugar de irse, como espero, me sigue hasta la casa.—No puedes decirme eso. Yo te quiero, ¿por qué no puedes sentir lo mismo