Sabía que la tribu estaba pasando hambres, los animales se habían escaseado en el bosque y ya no era posible cazar ni un conejo, el invierno llegaba más frío que otras veces y si no hacían algo pronto, comenzarían a enfermarse algunos.
Sobre todo, los niños que eran los que estaban más en riesgo, por eso era necesario que se iniciara una cacería que les permitiera traer toda la carne posible para alimentar a la tribu durante el par de meses que faltaban del invierno.
Dos días después de aquella intima plática en la intimidad, Aiyana, vio que Kenay, se metía al tipi y de inmediato supo que él iba orar a los dioses para que lo guiaran y lo llevaran por la senda correcta hacia la manada de búfalos:
—¡Oh gran espíritu! Wakantanka… cuya voz oigo en el viento y cuyo respiro da
Aiyana, tenía las dos manos sumergidas en el río en espera de un buen pez hasta que la consiguió, todas ellas comenzaron a sacar peces que atrapaban y los ponían en las cestas a sus espaldas.—Que no se les escape ninguno —les decía Aiyana, a cada nueva captura, las alentaba a continuar y a sentirse satisfechas con sus logros. Sin preocuparse por otra cosa se concentraron en su labor mientras los niños trataban de atrapar peces a su manera, imitando los movimientos de su madre y su tía que poco a poco llenaban sus cestas.Ensimismadas en lo que hacían no se dieron cuenta que eran observadas por unos lujuriosos vaqueros que, montados en sus caballos se acercaban poco a poco al río. Eran tres jinetes con un claro aspecto de malhechores, sus vestimentas denotaban que eran pistoleros, llevan puestas gruesas chamarras de piel, sombrer
Se trataba de atrapar a aquella liebre, montados en el lomo del animal, Kenay se rio de Aiyana, no todos los guerreros podían hacer eso, eras muy pocos los que estaban capacitados para manejar a un caballo con las rodillas, persiguiendo una libre y eran contados los que podían atraparla galopando, ya que había que dejarse caer a un lado sujetando las riendas con una mano y con la otra atrapar a la liebre.Algunos que lo intentaron terminaron rompiéndose el cuello sin capturar a su presa, otros, cayeron del caballo provocando la hilaridad del resto, y no faltaron los que salieron lastimados y revolcados, sin haber alcanzado al animal, así que no todos lo intentaban, eludían el reto cuando alguien se los hacía.No obstante, el joven guerrero la amaba tanto y confiaba en todo lo que le había enseñado, que decidió complacerla y juntos salieron a todo galope busca
Su patrón no murió, más, al curarse de la herida que le hiciera en el pecho, ofreció una recompensa por Morgan, vivo o muerto, no le importaba como le llevaran a aquel ingrato vaquero que tan mal le había pagado, lo que le importaba era poner un ejemplo para todos aquellos que intentaran seguir el ejemplo que Sam, les había dejado con su cobarde actitud.Ajeno a todo eso, Sam cabalgó por tres días por la llanura, aunque no sabía que su patrón no había muerto, estaba convencido que en cuanto encontraran el cuerpo y vieran que él no estaba, iban a ir en su persecución como perros salvajes, así que quería poner la mayor distancia entre ellos y él.Al cuarto día llegó a un poblado y, casi de inmediato, comenzó a gastar el botín conseguido, se sentía rico y poderoso, nunca había di
Al segundo día, no aguantó más la necesidad de ir al baño, con timidez llamó a Sam, no sabía su nombre, así que simplemente decía con una voz muy baja y pegada a la puerta del cuarto:—¿Señor…? ¿Señor…? Tengo que ir al baño… señor…Al no obtener alguna respuesta, aumentó un poco el volumen de su voz esperando que de esa manera él le respondiera, con un miedo atroz de que aquel brutal hombre se molestara y acudiera a golpearla.Espero unos minutos y al ver que no pasaba nada, se aventuró a salir, todo estaba vació, caminó con miedo hacia el cuarto de baño esperando que su violador estuviera en el patio y no la descubriera fuera del cuartucho donde la tenía cautiva.Después de saciar sus necesidade
—¡Guía mi mano Wakantanka…! —suspiro pensando, mientras veía el cuchillo viajar por el aire en busca del blanco señalado con gran precisión por su mano.Finalmente, la punta del cuchillo hizo blanco y se clavó con brutalidad en la nuca de Dan, causándole la muerte de manera instantánea, la hoja había penetrado, con violencia y con toda limpieza, en la base del cuello de Miller, el muchacho no tuvo tiempo de hacer o decir algo, la muerte le llegó de inmediato.Montado sobre su caballo sólo pudo hacer la cabeza hacia tras, lo que permitió ver a la esposa de Kenay, que el cuchillo salía por la parte delantera de su garganta y le manaba sangre por la boca y por la herida que la filosa hoja le había provocado. Dan, nunca supo que en ese momento moría y se desplomó de su caballo si
La hermosa mujer no disminuyo la marcha de su caballo y fuertemente sujeta al cuerpo del animal con sus rodillas, volvió a jalar el gatillo haciendo blanco en el cuerpo del pistolero antes de que este cayera y rodara por el suelo sin vida.Había disparado por segunda vez ya que no estaba segura de haberlo matado con el primer tiro, así que tenía que asegurarse, era la ley de la cacería, dejar a un animal herido lo hacía más peligroso y ella no quería tener que preocuparse de más.Con el rifle aún en las manos, ella volteó, y al ver rodar el cuerpo del malhechor por el suelo, ya no tuvo la menor duda de que había acabado con él y que ya sólo le quedaba enfrentar a uno, lo que no evitaba que el peligro siguiera ciñéndose sobre de ellas como una nube negra que oculta el sol.—Un peligro meno
El desalmado criminal, no era capaz de articular alguna palabra o emitir esas maldiciones y ofensas que brotaban en su cabeza, pero que no salían de su boca ya que solo emitía sonidos con su garganta mientras sentía que se estaba muriendo bailando de aquella forma tan grotesca y desesperada que lo llevaba a la muerte.Aiyana, había logrado su objetivo, clavarle el cuchillo en el cuello, ahora lo veía con un profundo asco y desprecio mientras trataba de acomodarse sus ropas para cubrir las partes de su cuerpo que ese infeliz había dejado desnudas.Después de algunos segundos de agonía, Sam, el pistolero, pudo musitar unas palabras en la agonía de su último estertor de vida sin que hubiera logrado alcanzar aquella daga que se había incrustado en su nuca.—¡Mal… di… ta…! ¡Pe… rra&hellip
Umi, y Denahi, comenzaron a acomodar las ramas y las hojas en el fuego de manera que ardieran lenta y suavemente, sin grandes llamas y sin mucho humo. Sabían que no era conveniente que las llamaradas fueran grandes ya que el calor los iba a abrumar, aunque tampoco podían dejar que el fuego no alumbrara lo suficiente para que les diera el calor necesario. El humo no ayudaba en nada, por el contrario, podía ahogarlos, además de llamar la atención a lo lejos.—Si cae la tormenta de nieve… va a ser muy difícil que podamos regresar —insistió Denahi, visiblemente nerviosa y perturbada— hay que hacer algo antes de que…—Wakantanka, cuida de nuestros destinos… —dijo Umi, con voz tranquila y amable, comprendiendo el miedo de su compañera— él nos mostrara el camino que n