Connelly. Él, en un principio, me miró, como en shock hasta podía ver, a través de sus gafas, algun brillo de sorpresa mezclado con otro extraño sentimiento que no reconocí, finalmente me dijo: -” ¿Estabas enamorada de mí? Pero si era un don nadie, si te metías a diario conmigo...”- su voz se cortó y yo decidí responderle, aunque sabía que estaba revelado demasiado de mí misma, sólo decidí seguir el consejo que me dio mi madre una vez, cuando le pregunté como había conocido a mi padre, dejaría mi testarudez, arriesgaría, y sería sincera conmigo misma, y con él. -” ¡Eso era fachada, estúpido! Tenía doce años, casi trece ... acaba de dejar las muñecas, como se dice, ¿Cree que sabía qué demonios sentía? Sólo sabía que cuando me ignorabas, ardía de rabia, quería que me vieras, y si no me metía contigo, ni te dabas cuenta de que estaba allí, sobre todo porque tus ojos estaban en otra persona, de hecho, hasta hace poco estuvieron allí también. ¿Verdad? Tú mismo lo dijiste en uno de nuest
Angus. -” ¿Pero qué demonios le pasa a esta niña? llevo más de dos horas llamándola y no me coge el teléfono, ¿Estará en alguna fiesta de esas escandalosas que dicen que tienen las modelos? Lo más seguro, desde que esa maldita incordio que me regalaron mis padres, como hermana, se aleja un poco de mi control, es el ser más peligroso de la tierra. Yo no sé cómo mi padre se dejó convencer con lo de ser modelo, la única razón que veo es que mi padre quiere castigarme de alguna manera, esta maldita niñata terminará volviéndome loco.”- me decía a mí mismo mentalmente con la misma retahíla de quejas al cielo, por el castigo tan grande que me había tocado como hermana menor. Yo ya sabía que no servía de nada, Dios estaba más que cansado de que le pidiera explicaciones sobre este tema, mi teoría era que, para el creador, mi vida había sido lo suficientemente dichosa y afortunada sobre otros seres humanos, como para ponerme, al menos, una especie de prueba, que me hiciera ganarme el cielo, s
Amelia. Sabía que era un sueño, seguro que era un sueño, uno de esos malditos sueños eróticos y calientes que me llevaban asaltando, y siempre con ese hombre, desde hacía ya años, mucho antes de que, en esa tarde aciaga y decidida, ese pervertido y candente sueño se volvió estúpido y soso, ante lo que sentí cuando me golpeó la realidad. También provocó que, lamentablemente, para mi paz mental, se multiplicaran los calientes y desatados sueños, por mil, y que incluso aparecieran cuando estaba despierta, enrojeciéndome y calentándome por entera, motivado porque ya conocía cual era el sabor de sus labios y de su cuerpo, el tacto de su piel, y la fuerza de sus músculos, sobre todo porque ahora tenía el conocimiento exacto, y enloquecedor, de saber lo que se sentía cuando lo tenía dentro de mí. Lógicamente al ser un sueño, y por ser lo único que mi orgullo y mi testaruda mente, no controlaba, me dejé llevar, al principio quiero recordar, dentro de la dificultad que tiene recordar un su
Amelia. -” Espero que tengas la mejor excusa del mundo para haberme dejado colgada veinticuatro horas sin saber de ti, y cuando digo la mejor de la excusa me refiero a un accidente o herida mortal, aducciones extraterrestres, una guerra mundial, salvar al mundo...”- comencé a decirle enfada cuando al fin localicé, dos horas después. Esa fatídica mañana en el ático de mi traidor hermano, con un despertar que sobre pasaba la clasificación R, de donde aproveché para huir, nada más arreglarme, y antes de que un conquistador malditamente atractivo, sexy, y desde luego muy tentador, pero tremente gilipollas, por no hablar de alterante, bajara a desayunar. Sabía que había sido una acción cobarde, pero que podía hacerle, tras llamar esa mañana a la desaparecida Betty Boo, sin obtener respuesta, luego me puse en contacto con el idiota del Rey Arturo, para reclamarle que no me hubiera avisado que ya el ático estaba ocupado por el hombre que con sólo mirarme me alteraba, para lo cual solo re
Amelia.-” ¿Y tú te llamas amiga? No puedes hacerme esto.”- le dije fuera de mí, ante lo que esa maldita me acaba de contar. -” No puede ser, Earhart, Rowdy sólo estar&
Angus. -” Señor tiene una visita no agenda, pero si muy importante, desde recepción, me acaban de avisar que su hermana, y la señorita Miller, se encuentran en la recepción esperando su autorización.”- me dijo mi asistente. Sus palabras como había pasado esa mañana, cuando me despertaron las avariciosas y tentadoras manos de esa desatada Amazona en mi cuerpo, hicieron que la tensión que llevaba controlando desde que sentí ese tacto en mi pecho, y al que casi cedo con entrega absoluta, me golpeó de nuevo. -” Diles en la recepción que las dejen pasar, y por favor tráenos café, y...abundante comida, ni siquiera he almorzado.”- le dije tratando de mantenerme tranquilo, al mismo tiempo que miraba el reloj comprobando que ya eran casi las tres de la tarde y estaba muerto de hambre, algo que, teniendo cerca a la apetitosa Amelia, era muy peligroso. Asi de trastornado me tenía esa mujer, con tal de controlar la tensión y la locura al que ella me sometía, me había sumergido en el trabajo,
Amelia. -” Ni se te ocurra descubrirte, o quitarte la chaqueta, Amazona, o te prometo que te besare tan apasionadamente que ni podrás pensar, sin importarme que estemos delante de mi hermana, o de cualquiera que entre por esa puerta.”- le oí decir cerca de mí oído, mientras ese olor maldito me inundaba, y su mirada retadora me incitaba a desobedecer. De nuevo, la rebelde que ese hombre había sacado de mi interior, hace tres años, se manifestó, le devolví la mirada con ganas de golpearlo, mientras mis puños se cerraban fuertemente sobre la chaqueta que ahora me cubría las piernas, con clara intenciones de lanzar esa prenda lejos para demostrarle que no me controlaba, que no iba a obedecerlo, solo mis muñecas sujetadas por sus manos, era lo que me lo impedía. Si ese hombre quería guerra, estaba perfectamente preparada para dársela, la tensión entre los dos creció, ninguno de los dos pensaba ceder, mientras nuestras miradas mostraban el reto y la resolución de ir a por todas, de los d
Amelia. - “Es increíble lo inquieta que eres, ¿Te puedes a quedar quieta de una maldita vez, Amelia Earhart? O te juro que te ahogo con mis propias manos, enana del demonio”- la voz de mi hermana Ailan se oyó alta y desesperada, en la sala privada de mi madre, que estaba en el segundo piso de la mansión Miller, en Nueva York. No podía evitarlo, a mis quince años, era la primera vez que me maquillaba, y sinceramente, no se vosotras mujeres del mundo, pero para mí, esto del rímel, y el Enliner, es un maldito invento del demonio, hecho para torturar los ojos de las mujeres incautas, que se dejan arrastrar por estas estúpida manía del estilismo y el maquillaje, por mucho que lo intentaba, no podía evitar que mis ojos parpadearan, lagrimando, cosa que provocaba que intentara secarme las lágrimas, aumentando así la ira de la estúpida de Wendy. - “¡Es totalmente imposible! Mamá me rindo, tu hija es un maldito hombre, en cuerpo de mujer, mírala, si se parece un panda.”- se quejó Wendy a