Hacienda «El patrón» Emiliano dejó una caja sobre el escritorio recién limpio, Ryan se secó el sudor de su frente con un pañuelo que doña María le regaló. — ¿Estás seguro de lo que quieres hacer?—preguntó Emiliano a Ryan, él sonrió. — ¿El quedarme a vivir con usted en la hacienda?—Emiliano asintió dudoso—Si, además, no tengo a nadie más en Manhattan. Mi padre hizo su vida, y creo que es hora de hacer la mía. Mi trabajo es lo mejor que tengo hasta hoy, me mantiene estable y me gusta lo que hago, así que no es tanto trabajo, este lugar es espectacular, la comida ni se diga. Así que esté tranquilo, jefe, no saldré huyendo a Estados Unidos. Lo que si le pediría es…—detuvo sus palabras y luego suspiro. —Deme más trabajo, así podría quitar esa cara de preocupación. —Ya tienes el suficiente, no te daré más. —replicó Emiliano con el ceño arrugado. — ¿O quieres un aumento?—Ryan sonrió. —Me paga más de lo que trabajo, así que no me atrevería a pedir un aumento, sería desvergonzado de mi
Ciudad de México Alicia miró por la ventanilla del auto la ciudad, muchos autos, ruidos de claxon, gritos de personas insultando a otra por haberse cruzado sin antes fijarse, el olor era extraño, sus ojos le habían ardido por un buen rato, pero dijo doña María que era debido a la contaminación, el famoso smog. —Esta es la dirección—dijo doña María entregando un papel al hombre que iba al volante, miró su reloj y aún estaban a tiempo de hacer los pendientes, pero no quería andar corriendo de tienda en tienda. —Creo que deberíamos de ir viendo un hotel donde hospedarnos en lo que hacemos todo, hijo. —dijo hacia Emiliano que estaba en su celular tecleando a toda prisa. —Y deja ese cacharro de aparato, disfruta el viaje. —Tengo que revisar unos correos del trabajo. —replicó sin levantar la mirada de la pantalla. —Ya estuviste en el avión con eso, deja eso y presta atención a tu alrededor. —él presionó sus labios con molestia, luego guardó su celular en su bolsillo del pantalón. — ¿
Ciudad de México Emiliano estaba sentado en uno de los sillones elegantes de aquella casa famosa de diseños de vestidos de novia, tecleaba a toda prisa una respuesta de regreso de uno de los correos que esperaba, pensó que el venir a la ciudad fue una pérdida de tiempo, no podía recargarle más trabajo a Ryan, «¿Tendría que contratar a alguien más?», pensó, todos los negocios de la familia eran muchos, pero sabía que podría con ellos, pero no quería abusar de sí mismo, ya que podría ocurrir algo y fallar, y Emiliano rara vez fallaba. —Mira este traje—dijo doña María saliendo a lado de una mujer elegante que tenía en sus manos un esmoquin en azul marino, —Te estoy hablando, chamaco—se quejó su madre al no obtener la atención que necesitaba de su hijo, este de inmediato levantó la mirada al escuchar el tono que usó su madre, miró lo que le señaló y negó. —No me gusta el color. —luego regresó la mirada a su celular, estaba peleando con uno de los de la mesa directiva de aquella empres
Ciudad de México Tienda de vestidos de novias Emiliano ajustó la manga de su traje de novio, sentía el tiro del pantalón algo ajustado, así que estaba descartado por completo, pero tenía razón su madre, el azul se veía también elegante. Soltó un bufido irritado, estaba aumentando el estrés en él y no era bueno, se miró de inmediato el dorso de la mano, cuando llegaba a un alto cuadro de estrés, empezaban a salir pequeñas ronchas, pero aún no veía y esperaba no verlas. La puerta se abrió y él se exaltó, en el reflejo del espejo de cuerpo completo apareció su madre. —Te dije chamaco que ese color te queda al chingazo, —luego arrugó su ceño. — ¿El tiro está corto?—Emiliano se sorprendió al ojo de águila de su madre. —Algo, —luego negó— ¿Por qué estás adentro? Espera afuera, Ma. —doña María negó. —Soy tu madre, ¿Desde cuándo tienes vergüenza? Yo sé lo que hay debajo de la ropa, sé los dos lunares de tu nalga izquierda, y ese lunar rubí en tu espalda baja, y la cicatriz debajo de la c
Ciudad de México Emiliano y Alicia miraban a doña María al mismo tiempo, al parecer la patriarca estaba molesta por lo que acababa de escuchar. —Parecen unos niños mocosos solo falta que se lancen al lodo y a agarrarse de las greñas. Son dos adultos, por Dios santo. —miró a Alicia. —Quítate ese vestido, está bien que queramos verte hermosa, pero una futura esposa no anda enseñando tanto pechonalidad, —luego miró a Emiliano—Y tú, mejor busquemos otro traje de novio más adecuado, ¿Qué te parece los colores que sueles usar? ¿Gris o negro? —Emiliano alzó una ceja. “¿Qué es lo que le pasa ahora?” Se preguntó para sí mismo. —Sí, patrona—dijo Alicia de inmediato, pero doña María le lanzó una mirada. —Qué no me digas patrona, ya te dije que me llames “Ma” —Alicia alzó sus cejas con sorpresa, en ningún momento le había pedido eso, según ella recordara, pero lo dejó pasar, solo asintió y recogió con sus dedos el largo del vestido y regresó al probador. Doña María se sentó en el sillón aterci
Ciudad de México Alicia no había dormido en toda la noche por andar revisando el iPad de última generación que le había regalado Emiliano. Cada vez que recapituló lo que pasó en su habitación, un calor la invadía de pies a cabeza. Así que se obligó a no volver a pensar. Doña María ya se había bañado, se había cambiado y esperaba a que Alicia hiciera lo mismo. Cuando salió ya preparada solo para cepillarse el cabello, la mujer se le quedó viendo a la caja que estaba sobre el tocador. —¿Qué es eso?—preguntó doña María señalando la caja, Alicia siguió la mano que apuntaba hacia el tocador y se dio cuenta de a lo que se refería. —Ah, déjeme le cuento. —doña María arqueó una ceja. —En la noche vino su hijo Emiliano, él traía bolsas en sus manos, se veían elegantes, yo le abrí la puerta y preguntó por usted, pues le dije que ya se había ido a dormir y pareció como que se sorprendió por la hora. —Sabe Emiliano que me duermo temprano, ya no soy aquella mujer joven que podía trasnocharse
Ciudad de México Emiliano entró a su habitación para recoger las cosas que había comprado y acomodarlas en un solo lugar para que su chófer las subiera a la camioneta, irían al aeropuerto y se regresaría el de seguridad y el mismo chófer para que su madre y Alicia terminaran lo que faltaba comprar de la boda. Suspiró cuando se dejó caer en la orilla de la cama. Había pagado la cuenta del restaurante y había dejado a las dos mujeres en la mesa terminando su desayuno. Tenía su cabeza hecha una revolución, la empresa que tanto estaba cuidando para que no la vendiera los accionistas, ya habían aceptado la venta, solo faltaba él para ir a firmar y cerrar el trato. Tocaron a la puerta sacándolo de sus propios pensamientos, se levantó de la cama y fue a abrir, cuando lo hizo, era Alicia. —Hola, disculpa que te moleste antes de que te marche…—Emiliano arrugó su ceño, luego se dio cuenta de que estiró su mano hacia él y vio algo. —Se te ha olvidado la tarjeta de crédito con el mesero al paga
Hacienda «El patrón» Alicia intentó ayudar a bajar todas las cajas que venían en la camioneta, pero doña María le recordó que ya no era del servicio, tenía que meterse en la cabeza que era la futura esposa de Emiliano. —No te atrevas a bajar una caja. —amenazó doña María cuando vio a Alicia mirando la cajuela, tiró de su brazo para que la siguiera. —Tenemos que organizar los detalles de la boda. Tengo que confirmarle a Emiliano que tenemos todo a más tardar mañana. Anda, apura. —las dos mujeres cruzaron los pasillos de la hacienda para ir a la habitación donde estaba quedándose Alicia, sería temporal, ya que la habitación que usarían cuando se casara con Emiliano, sería la habitación de sus padres. Doña María sabía que no lo iba a aceptar, pero si ya veía todo cambiado y con sus cosas, desistiría. De eso sí estaba segura. Alicia miró los centros de mesa, eran unas peceras vacías y ella no se imaginó que se podía meter, “¿Quién quisiera una pecera vacía?” —Dentro de esta pecera,