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EMPEZAR UNA BÚSQUEDA. La luz de la luna iluminaba la asamblea del consejo de Alfas, donde la tensión se palpaba en el aire. Lorenzo, con la mirada fija en el mapa desplegado frente a él, trazaba mentalmente las áreas clave para la búsqueda de Serafina. —Necesitamos equipos especializados. Rastreadores con habilidades sobrenaturales, lobos con conexión profunda con la naturaleza. Debemos explorar lugares que no hemos tocado en años —anunció Lorenzo, su voz grave resonando en la sala. El consejo asintió solemnemente, y pronto se organizaron equipos de exploradores y rastreadores, cada uno con habilidades únicas. Zade, el Beta leal, se acercó a Lorenzo, notando la preocupación que marcaba su rostro. —Lorenzo, debemos tener fe en que encontraremos a Serafina. Brandon puede no ser totalmente irreconocible. Tal vez no le hará daño —sugirió con cautela. Lorenzo giró la mirada hacia Zade, sus ojos revelando una mezcla de dolor y determinación. —Brandon ya no es Brandon. Lo que sea que lo
TORTURA. El silencio que precedió al encuentro fue ensordecedor, una quietud que auguraba una tormenta. Serafina, con la esperanza aun anidando en su pecho, encaró a Brandon, sus ojos, buscando un atisbo del hombre que una vez conoció. —Brandon, por favor, esto no es lo que eres —susurró con voz temblorosa. Brandon la miró, y por un breve instante, pareció vacilar. Pero entonces, sus ojos se enturbiaron con una oscuridad voraz, y un gruñido bajo escapó de sus labios. —¿Lo que soy? —su voz era un susurro helado—. ¿Acaso lo sabes tú, Serafina? Tú, que has elegido a otro… La furia del lobo estalló como un rayo. Poderes oscuros emanaron de él, envolviendo a Serafina en una marea de dolor. Su cuerpo se estremeció y un gemido ahogado escapó de su garganta mientras su loba interna se retorcía en agonía. —Brandon… por favor… —rogó, pero sus palabras parecían avivar aún más su ira. —Debiste elegirme a mí —escupió Brandon, cada palabra impregnada de despecho y poder—. Pero ahora, sentirás
ALEKZANDER WOLFORD. Zade se apoyó en el marco de la ventana, la curiosidad teñida de preocupación en su rostro. ―¿Has escuchado de ese tal Alekzander Wolford? ―preguntó, mirando en la misma dirección que su Alfa. Lorenzo, se encontraba en su estudio, su mirada se perdía en la lejanía, donde el estandarte de la manada Luna Roja se recortaba contra el cielo crepuscular. Con un suspiro que parecía arrastrar consigo el peso de muchas lunas, negó con la cabeza. ―No, no he escuchado de él. Pero la curiosidad había sido despertada, y Lorenzo no era hombre de dejar cabos sueltos. ―Sin embargo ―continuó con voz reflexiva ―le pregunté a uno de los miembros del consejo de Alfas. Se trata de un Alfa recién nombrado, y además recién casado. Las cejas de Zade se arquearon, sorprendido por la novedad. ―Vaya, últimamente nadie permanece solo demasiado tiempo ―comentó con una sonrisa torcida. Lorenzo asintió lentamente, su expresión sombría. ―Pues lamento decirte que esa unión está hecha más
BUSCAR UNA SALIDA. Alekzander se acomodó en la silla frente al gran escritorio de Lorenzo, su postura relajada contrastando con la gravedad de la situación. Con una leve sonrisa, comenzó a hablar, su voz era calmada, pero portaba un tono de urgencia que captó la atención de Lorenzo. ―Alfa Lorenzo, las bestias sangrientas son una plaga difícil de erradicar, pero no imposible ―dijo Alekzander, entrelazando sus dedos y apoyándolos sobre la mesa. ―Hay un método antiguo, olvidado por muchos y temido por otros. Un aquelarre de brujas. Lorenzo frunció el ceño, la palabra ‘brujas’ resonando con eco de antiguas leyendas y advertencias. ―¿Un aquelarre? ¿Estás sugiriendo que recurramos a la magia para enfrentar a estas criaturas? Alekzander asintió solemnemente. ―No es solo magia, es un poder ancestral que se teje en la misma trama de nuestro mundo. Las brujas pueden convocar un aquelarre, un círculo mágico poderoso que puede detener a las bestias. Ellas entienden los hilos que conectan la
UN AQUELARRE. El bosque susurraba con una antigüedad que hacía que el tiempo pareciera detenerse, y cada paso que Lorenzo y Alekzander daban hacia el corazón del santuario de Izara estaba acompañado por el crujido de hojas y el murmullo de las criaturas ocultas. La luz del día luchaba por penetrar el dosel entrelazado, creando un crepúsculo eterno. ―Este lugar… es como si respirara ―murmuró Lorenzo, su mirada recorriendo los alrededores con asombro y cautela. Alekzander asintió. ―La magia aquí es más vieja que las leyendas mismas. Cada árbol, cada piedra está impregnada de poder. Frente a ellos, una figura etérea emergió de la bruma, su presencia tan natural como la tierra misma. Izará, con su juventud contrastada por la sabiduría de sus ojos, les ofreció una sonrisa que parecía contener los secretos del universo. ―Bienvenidos, Alfa, Lorenzo, Alekzander ―dijo Izara, su voz resonando con el eco de la naturaleza. ―He adivinado su llegada y el porqué están aquí. Lorenzo dio un paso
CAZANDO UN UNICORNIO. El bosque había caído en un silencio expectante, como si cada criatura y hoja aguardará el próximo movimiento de Lorenzo y Alekzander. La luna se asomaba entre las ramas, su luz, creando un tapiz de sombras que danzaban sobre el suelo del bosque. De repente, los lobos guardianes emergieron de la oscuridad como sombras vivientes, sus ojos brillaban con una luz azul que reflejaba la noche. Alekzander dio un paso hacia atrás, pero Lorenzo se mantuvo firme, su mirada fija en los seres majestuosos ante ellos. ―Buscan lo que muchos han buscado y pocos han encontrado ― gruñó el lobo más grande, su voz era un trueno bajo que resonaba en el pecho de los hombres. ―El unicornio no es una presa, sino un espíritu; no se le caza, se le honra. Lorenzo inclinó la cabeza, mostrando respeto. ―Entendemos la santidad de su existencia. No deseamos dañar, sino pedir. Alekzander se recuperó de su estupor y agregó con valentía. ―Nos han dicho que si pasamos una prueba, los unicorn
PIEDAD.El cielo nocturno se cernía oscuro y estrellado sobre la cabaña aislada de la bruja. Lorenzo y Alekzander, aproximaron a la entrada con una mezcla de respeto y aprensión. En sus fauces, llevaban un frasco que contenía la esencia más pura y rara: sangre de unicornio, un ingrediente crucial para el hechizo que buscaban.La bruja los esperaba, su figura etérea apenas visible entre las sombras danzantes que proyectaban las llamas de su hogar. Al recibir el frasco, sus ojos centelleaban con un brillo que no era del todo humano, reflejando las llamas que danzaban a su alrededor.―Ahora ―susurró con una voz que parecía llevar el peso de los siglos ―debo convocar a mis hermanas.Lorenzo, cuyo corazón latía con la urgencia de la situación, preguntó qué debían hacer a continuación. La bruja le aseguró que la convocatoria de sus hermanas era su responsabilidad y que al amanecer estaría en su manada, lista para completar el hechizo.Antes de que pudieran partir, la bruja se volvió hacia A
UNA SOLA OPORTUNIDAD El sol parecía brillar en lo alto, cuando Lorenzo y su manada de lobos se aproximaban a la fortaleza, un bastión de piedra que se alzaba como una amenaza silenciosa envuelta en una oscuridad perpetua. Las sombras se movían con ellos, susurros entre los árboles que contaban historias de batallas pasadas y sangre derramada. Mientras discutían la estrategia a seguir, el aire se cargó de electricidad, y la realidad misma pareció distorsionarse. De la nada, un aquelarre de brujas emergió, sus figuras emergiendo del éter como si fueran parte del viento. La bruja aliada, Izara, se adelantó y les sonrió con un conocimiento que trascendía el tiempo. ―No necesitamos guerreros, para lo que estamos a punto de hacer ―dijo con una voz que resonaba con el poder de la tierra misma. ―Necesitamos magia. Y con un gesto fluido, convocó a sus hermanas, y como si fueran una sola entidad, formaron un círculo perfecto. Las brujas comenzaron a entonar en un idioma olvidado, sus voces