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PIEDAD.El cielo nocturno se cernía oscuro y estrellado sobre la cabaña aislada de la bruja. Lorenzo y Alekzander, aproximaron a la entrada con una mezcla de respeto y aprensión. En sus fauces, llevaban un frasco que contenía la esencia más pura y rara: sangre de unicornio, un ingrediente crucial para el hechizo que buscaban.La bruja los esperaba, su figura etérea apenas visible entre las sombras danzantes que proyectaban las llamas de su hogar. Al recibir el frasco, sus ojos centelleaban con un brillo que no era del todo humano, reflejando las llamas que danzaban a su alrededor.―Ahora ―susurró con una voz que parecía llevar el peso de los siglos ―debo convocar a mis hermanas.Lorenzo, cuyo corazón latía con la urgencia de la situación, preguntó qué debían hacer a continuación. La bruja le aseguró que la convocatoria de sus hermanas era su responsabilidad y que al amanecer estaría en su manada, lista para completar el hechizo.Antes de que pudieran partir, la bruja se volvió hacia A
UNA SOLA OPORTUNIDAD El sol parecía brillar en lo alto, cuando Lorenzo y su manada de lobos se aproximaban a la fortaleza, un bastión de piedra que se alzaba como una amenaza silenciosa envuelta en una oscuridad perpetua. Las sombras se movían con ellos, susurros entre los árboles que contaban historias de batallas pasadas y sangre derramada. Mientras discutían la estrategia a seguir, el aire se cargó de electricidad, y la realidad misma pareció distorsionarse. De la nada, un aquelarre de brujas emergió, sus figuras emergiendo del éter como si fueran parte del viento. La bruja aliada, Izara, se adelantó y les sonrió con un conocimiento que trascendía el tiempo. ―No necesitamos guerreros, para lo que estamos a punto de hacer ―dijo con una voz que resonaba con el poder de la tierra misma. ―Necesitamos magia. Y con un gesto fluido, convocó a sus hermanas, y como si fueran una sola entidad, formaron un círculo perfecto. Las brujas comenzaron a entonar en un idioma olvidado, sus voces
UN SACRIFICIO. El aire estaba cargado de una tensión que se podía cortar con un cuchillo. La lucha había cesado momentáneamente, pero la guerra estaba lejos de terminar. Izará, con su semblante tan sereno como el de una diosa antigua, reveló la cruda verdad con una voz que parecía tejer el destino mismo. ―Para sellar a la bestia, uno de ustedes deberá hacer un sacrificio. Las palabras resonaron en la fortaleza como un presagio oscuro. Serafina, aún recuperándose de las heridas físicas y emocionales infligidas por Brandon, sintió una claridad sobrenatural. Su visión se inundó de imágenes de su loba interior, poderosa y salvaje, y supo que su propósito era más grande que su propia existencia. Con los ojos brillando de determinación y dolor, la Luna de la manada Shadow comenzó la transformación. El proceso era agonizante, cada célula de su ser gritaba en resistencia, pero ella empujaba hacia delante. Liberar su loba interior significaba perder una parte esencial de sí misma, pero tamb
UN NUEVO AMANECER. ―Aún no te he mostrado cuánto lamento mis errores… aún no te he mostrado cuánto te amo. Las lágrimas continuaron cayendo, perlas de dolor sobre la piel pálida de Serafina. Y entonces, en medio del dolor, ocurrió un milagro. El cuerpo de Serafina comenzó a irradiar un suave resplandor. La fusión de su espíritu humano y su loba interior estaba completándose también en el plano físico. Un calor se extendió desde su corazón hacia cada extremidad, y el color empezó a volver a sus mejillas. Lorenzo, sintiendo el cambio, levantó su mirada justo para ver cómo los ojos de Serafina se abrían lentamente. Eran los mismos ojos que había amado desde el primer momento que los vio, pero ahora brillaban con una luz que no era solo humana, sino también ancestral y poderosa. ―Serafina… ―murmuró él, apenas atreviéndose a creer. Con una respiración temblorosa y una voz que parecía nacer de nuevo con cada palabra, ella susurró con una sonrisa. ―Mi amor… nunca te dejé. La manada Sh
LA PROMESA DEL ALBA. Bajo el cielo oscuro, donde las estrellas parpadeaban como testigos etéreos de un rito tan antiguo como el tiempo mismo, Lorenzo y Serafina se encontraban en el claro sagrado de la manada. La luna, en su plenitud, bañaba el bosque en una luz plateada, y la naturaleza parecía contener la respiración en reverencia al acto que estaba por suceder. Era la noche del Ritual de la Unión, un evento que solo ocurría una vez cada generación dentro de la manada. A su alrededor, los miembros de su familia extendida formaban un círculo protector, sus rostros iluminados por la suave luz de las antorchas y sus corazones latiendo al unísono con la pareja en el centro. Lorenzo, con la mirada fija en Serafina, extendió su mano. Sus dedos temblaban ligeramente, no por duda, sino por la magnitud del compromiso que estaba a punto de sellar. Serafina, con una sonrisa que reflejaba la serenidad del cielo nocturno, colocó su mano en la de él. Sus palmas se encontraron y se entrelazaron,
UNA SOLA FAMILIA. La unión de las manadas no era solo una ceremonia; era el entrelazamiento de destinos y almas que habían vagado por senderos separados hasta ese momento. El claro del bosque estaba repleto de lobos de todas las edades y rangos, sus pelajes una mezcla de colores que reflejaban la diversidad de sus orígenes. En el centro, Lorenzo y Serafina, líderes por derecho y corazón, se paraban frente a la asamblea, sus miradas entrelazadas transmitiendo una promesa silenciosa que iba más allá de las palabras. El aire vibraba con una energía palpable. Los miembros de la Manada Sol y la Manada Shadow se habían reunido, formando un círculo perfecto alrededor de un espacio central. Allí, Lorenzo, con su pelaje que captaba los últimos rayos dorados del sol poniente, se paró con una dignidad innata, su postura, comunicando un liderazgo sereno pero inquebrantable. ―Compañeros de Manada Sol, hermanos y hermanas de Manada Shadow ―comenzó Lorenzo, su voz clara y firme. ―Hoy, bajo el test
UN NUEVO BELLANTI. ―¿Cuándo piensas decírselo a Lorenzo? ―preguntó Hipólita en un susurro, como si temiera que hasta las hojas pudieran oír su cuestión. Serafina giró su cabeza, su mirada se encontró con la de Hipólita, y en ella había un destello de emoción y cautela. ―Primero quiero estar segura ―respondió con voz suave, pero firme. ―Hoy iré con las Sanadoras. Ellas confirmarán si realmente hay nueva vida creciendo dentro de mí. Hipólita asintió, comprendiendo la necesidad de Serafina de mantener la noticia en reserva hasta que no quedara lugar para dudas. La idea de que pronto podría haber crías correteando por el claro llenaba el aire con una esperanza renovada. Serafina se levantó, su figura elegante y serena contra el amanecer. ―Mantén esto entre nosotras hasta que hable con las Sanadoras ―pidió Serafina, confiando en la discreción de su amiga. ―Por supuesto ―Hipólita prometió, mientras observaba a Serafina, alejarse hacia el santuario de las Sanadoras. Después de su encu
EPÍLOGO. La primera luz del alba pintaba el cielo de tonos rosados y dorados, mientras Lorenzo, con Alessio acunado en su brazo izquierdo, guiaba a Serafina hacia la cima de la colina. Serafina, sosteniendo a su nuevo hijo contra su pecho, caminaba con la gracia de quien conoce la profundidad de la vida. La brisa fresca de la mañana acariciaba sus pelajes, jugando con las hebras como si quisiera participar en el momento sagrado. Al llegar a la cúspide, los rayos del sol naciente los envolvieron, bañándolos en una luz que parecía consagrar la familia. Lorenzo se volvió hacia el este, cerró los ojos y elevó su cabeza al cielo. El aullido que ofreció al sol era potente y lleno de matices; una oración de gratitud, un himno de esperanza, un reconocimiento del amor y la vida que fluían en su manada. Serafina observaba a su compañero, el amor y la admiración brillaban en sus ojos. El bebé en sus brazos se removió ligeramente, como si entendiera la significancia del momento. Alessio, todaví