XOXO.
BUSCAR UNA SALIDA. Alekzander se acomodó en la silla frente al gran escritorio de Lorenzo, su postura relajada contrastando con la gravedad de la situación. Con una leve sonrisa, comenzó a hablar, su voz era calmada, pero portaba un tono de urgencia que captó la atención de Lorenzo. ―Alfa Lorenzo, las bestias sangrientas son una plaga difícil de erradicar, pero no imposible ―dijo Alekzander, entrelazando sus dedos y apoyándolos sobre la mesa. ―Hay un método antiguo, olvidado por muchos y temido por otros. Un aquelarre de brujas. Lorenzo frunció el ceño, la palabra ‘brujas’ resonando con eco de antiguas leyendas y advertencias. ―¿Un aquelarre? ¿Estás sugiriendo que recurramos a la magia para enfrentar a estas criaturas? Alekzander asintió solemnemente. ―No es solo magia, es un poder ancestral que se teje en la misma trama de nuestro mundo. Las brujas pueden convocar un aquelarre, un círculo mágico poderoso que puede detener a las bestias. Ellas entienden los hilos que conectan la
UN AQUELARRE. El bosque susurraba con una antigüedad que hacía que el tiempo pareciera detenerse, y cada paso que Lorenzo y Alekzander daban hacia el corazón del santuario de Izara estaba acompañado por el crujido de hojas y el murmullo de las criaturas ocultas. La luz del día luchaba por penetrar el dosel entrelazado, creando un crepúsculo eterno. ―Este lugar… es como si respirara ―murmuró Lorenzo, su mirada recorriendo los alrededores con asombro y cautela. Alekzander asintió. ―La magia aquí es más vieja que las leyendas mismas. Cada árbol, cada piedra está impregnada de poder. Frente a ellos, una figura etérea emergió de la bruma, su presencia tan natural como la tierra misma. Izará, con su juventud contrastada por la sabiduría de sus ojos, les ofreció una sonrisa que parecía contener los secretos del universo. ―Bienvenidos, Alfa, Lorenzo, Alekzander ―dijo Izara, su voz resonando con el eco de la naturaleza. ―He adivinado su llegada y el porqué están aquí. Lorenzo dio un paso
CAZANDO UN UNICORNIO. El bosque había caído en un silencio expectante, como si cada criatura y hoja aguardará el próximo movimiento de Lorenzo y Alekzander. La luna se asomaba entre las ramas, su luz, creando un tapiz de sombras que danzaban sobre el suelo del bosque. De repente, los lobos guardianes emergieron de la oscuridad como sombras vivientes, sus ojos brillaban con una luz azul que reflejaba la noche. Alekzander dio un paso hacia atrás, pero Lorenzo se mantuvo firme, su mirada fija en los seres majestuosos ante ellos. ―Buscan lo que muchos han buscado y pocos han encontrado ― gruñó el lobo más grande, su voz era un trueno bajo que resonaba en el pecho de los hombres. ―El unicornio no es una presa, sino un espíritu; no se le caza, se le honra. Lorenzo inclinó la cabeza, mostrando respeto. ―Entendemos la santidad de su existencia. No deseamos dañar, sino pedir. Alekzander se recuperó de su estupor y agregó con valentía. ―Nos han dicho que si pasamos una prueba, los unicorn
PIEDAD.El cielo nocturno se cernía oscuro y estrellado sobre la cabaña aislada de la bruja. Lorenzo y Alekzander, aproximaron a la entrada con una mezcla de respeto y aprensión. En sus fauces, llevaban un frasco que contenía la esencia más pura y rara: sangre de unicornio, un ingrediente crucial para el hechizo que buscaban.La bruja los esperaba, su figura etérea apenas visible entre las sombras danzantes que proyectaban las llamas de su hogar. Al recibir el frasco, sus ojos centelleaban con un brillo que no era del todo humano, reflejando las llamas que danzaban a su alrededor.―Ahora ―susurró con una voz que parecía llevar el peso de los siglos ―debo convocar a mis hermanas.Lorenzo, cuyo corazón latía con la urgencia de la situación, preguntó qué debían hacer a continuación. La bruja le aseguró que la convocatoria de sus hermanas era su responsabilidad y que al amanecer estaría en su manada, lista para completar el hechizo.Antes de que pudieran partir, la bruja se volvió hacia A
UNA SOLA OPORTUNIDAD El sol parecía brillar en lo alto, cuando Lorenzo y su manada de lobos se aproximaban a la fortaleza, un bastión de piedra que se alzaba como una amenaza silenciosa envuelta en una oscuridad perpetua. Las sombras se movían con ellos, susurros entre los árboles que contaban historias de batallas pasadas y sangre derramada. Mientras discutían la estrategia a seguir, el aire se cargó de electricidad, y la realidad misma pareció distorsionarse. De la nada, un aquelarre de brujas emergió, sus figuras emergiendo del éter como si fueran parte del viento. La bruja aliada, Izara, se adelantó y les sonrió con un conocimiento que trascendía el tiempo. ―No necesitamos guerreros, para lo que estamos a punto de hacer ―dijo con una voz que resonaba con el poder de la tierra misma. ―Necesitamos magia. Y con un gesto fluido, convocó a sus hermanas, y como si fueran una sola entidad, formaron un círculo perfecto. Las brujas comenzaron a entonar en un idioma olvidado, sus voces
UN SACRIFICIO. El aire estaba cargado de una tensión que se podía cortar con un cuchillo. La lucha había cesado momentáneamente, pero la guerra estaba lejos de terminar. Izará, con su semblante tan sereno como el de una diosa antigua, reveló la cruda verdad con una voz que parecía tejer el destino mismo. ―Para sellar a la bestia, uno de ustedes deberá hacer un sacrificio. Las palabras resonaron en la fortaleza como un presagio oscuro. Serafina, aún recuperándose de las heridas físicas y emocionales infligidas por Brandon, sintió una claridad sobrenatural. Su visión se inundó de imágenes de su loba interior, poderosa y salvaje, y supo que su propósito era más grande que su propia existencia. Con los ojos brillando de determinación y dolor, la Luna de la manada Shadow comenzó la transformación. El proceso era agonizante, cada célula de su ser gritaba en resistencia, pero ella empujaba hacia delante. Liberar su loba interior significaba perder una parte esencial de sí misma, pero tamb
UN NUEVO AMANECER. ―Aún no te he mostrado cuánto lamento mis errores… aún no te he mostrado cuánto te amo. Las lágrimas continuaron cayendo, perlas de dolor sobre la piel pálida de Serafina. Y entonces, en medio del dolor, ocurrió un milagro. El cuerpo de Serafina comenzó a irradiar un suave resplandor. La fusión de su espíritu humano y su loba interior estaba completándose también en el plano físico. Un calor se extendió desde su corazón hacia cada extremidad, y el color empezó a volver a sus mejillas. Lorenzo, sintiendo el cambio, levantó su mirada justo para ver cómo los ojos de Serafina se abrían lentamente. Eran los mismos ojos que había amado desde el primer momento que los vio, pero ahora brillaban con una luz que no era solo humana, sino también ancestral y poderosa. ―Serafina… ―murmuró él, apenas atreviéndose a creer. Con una respiración temblorosa y una voz que parecía nacer de nuevo con cada palabra, ella susurró con una sonrisa. ―Mi amor… nunca te dejé. La manada Sh
LA PROMESA DEL ALBA. Bajo el cielo oscuro, donde las estrellas parpadeaban como testigos etéreos de un rito tan antiguo como el tiempo mismo, Lorenzo y Serafina se encontraban en el claro sagrado de la manada. La luna, en su plenitud, bañaba el bosque en una luz plateada, y la naturaleza parecía contener la respiración en reverencia al acto que estaba por suceder. Era la noche del Ritual de la Unión, un evento que solo ocurría una vez cada generación dentro de la manada. A su alrededor, los miembros de su familia extendida formaban un círculo protector, sus rostros iluminados por la suave luz de las antorchas y sus corazones latiendo al unísono con la pareja en el centro. Lorenzo, con la mirada fija en Serafina, extendió su mano. Sus dedos temblaban ligeramente, no por duda, sino por la magnitud del compromiso que estaba a punto de sellar. Serafina, con una sonrisa que reflejaba la serenidad del cielo nocturno, colocó su mano en la de él. Sus palmas se encontraron y se entrelazaron,