Estamos cerca del arco final de esta historia.
LA LEALTAD DE UN HIJO. Alessio bajo las escaleras, aún adormilado, para encontrarse con una escena familiar que le arranca una sonrisa. La mesa está llena de desayuno, y su madre Serafina está ocupada sirviendo un poco de carne para su padre. El pequeño Lobo, con su cabello alborotado, corrió hacia su madre y le dio un tierno beso en la mejilla para luego abrazar a su padre con entusiasmo. Sin embargo, la sorpresa llegó cuando el niño se giró hacia Zade y Brenda, fijó su mirada seria en la loba y pronunció con inocencia. ―Mi papá solo puede ser de mi mami, así que mejor no intentes robárselo. Lorenzo y Serafina se sorprendieron por la actitud de su pequeño hijo, pero esta última apenas puede contener una risa disimulada ante la ocurrencia de su hijo. Lorenzo aclaró su garganta, intrigado, y le preguntó a Alessio por qué pensaba así. El pequeño, sin dudar, explicó. ―Mama se puso triste cuando se enteró de la presencia de esa loba. Luego, dirigió su mirada seria hacia Brenda y
QUIERO TU MARCA + 18 Ese día, Serafina llegó al invernadero a la hora acordada por Lorenzo. Cuando entró, lo que vio le arrancó un jadeo de los labios. Lorenzo estaba vestido nada más que con su túnica negra, detallada con toques dorados. La parte superior de su poderoso pecho quedaba al descubierto, mostrando su imponente figura, lo que provocó que Serafina se estremeciera, despertando la esencia de su loba. El Alfa avanzó hacia ella con la mirada de un depredador hambriento, y Serafina no pudo evitar ponerse nerviosa. Con cada paso, sus manos fueron al nudo de su bata y la abrió, revelándose completamente desnudo ante ella. Se detuvo unos pasos, mirándola fijamente, con sus ojos azules profundos y le dijo. ―Soy tuyo, Serafina Scuderi. Lo fui desde el momento que te vi ese día en el bosque. Y creo que nunca te lo había dicho, pero desde ese día supe que tú y yo estábamos conectados por el hilo rojo del destino. El corazón de Serafina latió a toda velocidad. Lorenzo dio un paso más
UN BESO BAJO EL ÁRBOL DE LUNA. Zade llevó a Brenda a dar un paseo por la manada, deteniéndose bajo un árbol de luna. El Beta la miró fijamente y le dedicó una sonrisa coqueta. ―Eres muy hermosa ―le dijo suavemente, provocando un sonrojo instantáneo en Brenda quien bajó la cabeza. Él alzó con suavidad su barbilla, tratando de sentir esa conexión que solo había experimentado una vez tantos años atrás. Casualmente, la chica de ese entonces tenía el mismo color de cabello, pero definitivamente no eran los mismos ojos. Zade secretamente ansiaba saber si esta loba podría llevarlo a ese nivel de conexión. Por otro lado, Brenda estaba nerviosa. Nunca había tenido muchos encuentros románticos con lobos tan atractivos; su única experiencia previa había terminado en tragedia. Intentó apartar los recuerdos tristes y respiró hondo antes de fijar sus dulces ojos en Zade. ―¿Siempre haces lo mismo con todas las chicas que te interesan? ―preguntó, sabiendo que él estaba coqueteando abiertamente.
EL PASADO DE BRANDON. En el lóbrego calabozo de la manada Fuego Oscuro, los gemidos de dolor del prisionero resonaban en las húmedas paredes, mientras las cadenas mordían su carne. Con desesperación, luchaba por pronunciar las palabras que se resistían a salir. Alfred, el lobo anciano que una vez fue el Beta del ya difunto Alfa, dijo con voz débil. ―¿Has enviado la nota? ― inquirió, su expresión reflejando la gravedad de la situación. ―Sí, viejo Alfred ―respondió el joven lobo, cuyos ojos transmitían una mezcla de determinación y aprehensión. ―Todo se ha hecho según tus indicaciones. El veterano lobo dejó escapar un suspiro cargado de esperanza contenida. Sus pensamientos se elevaban en súplica a la diosa, anhelando que el Alfa de la manada Shadow comprendiera la urgencia de la situación. Necesitaban que detuviera a la bestia cruel y hambrienta que se manifestaba en el cuerpo del asesino del antiguo Alfa. La mazmorra resonaba con un silencio inquietante, roto solo por los gemidos
MALAS DECISIONES. En el majestuoso estudio de la manada Shadow, Lorenzo, el Alfa, se sumergía en la investigación junto a Zade y Brenda. Documentos esparcidos por el escritorio revelaban los secretos que buscaban descifrar. La tensión flotaba en el aire cuando, de repente, llamaron a la puerta. Sin apartar la mirada de los pergaminos, Lorenzo dio la bienvenida sin levantar la vista. ―Adelante. Un lobo, enviado para investigar, entró con una expresión de preocupación que no pasó desapercibida para el Alfa. Lorenzo, frunciendo el ceño, se puso de pie y le indicó que cerrara la puerta tras de sí. La urgencia estaba impresa en el rostro del mensajero, y Lorenzo instó a que compartiera las noticias. ―Asumo que es bastante importante, tu cara habla por ti, Simón. ¿Qué sucede? Simón, el lobo mensajero, asintió con ansiedad y se acercó rápidamente al escritorio, depositando unos pergaminos ante la atenta mirada de Zade y Brenda. ―Lo es, Alfa, es muy importante. Zade y Brenda intercambia
ENEMIGO EN CASA. Las paredes húmedas de las mazmorras parecían cerrarse sobre ellos, el aire cargado de un silencio pesado, interrumpido solo por el eco de sus propias respiraciones. Serafina, con ojos inyectados de una determinación temblorosa, se acercó a la celda donde Brandon estaba encadenado, su figura imponente empequeñecida por la oscuridad del calabozo. ―Siento no poder corresponder a lo que sientes ―dijo Serafina, su voz, un susurro que luchaba por esconder un mar de emociones conflictivas ―Te valoro mucho, como amigo… y no puedo soportar verte así. Brandon, cuyos ojos ardían con una mezcla de dolor y furia, sintió cómo la bestia dentro de él se retorcía con cada palabra. ―¿Y qué hay de Lorenzo? ¿Acaso pretendes amar a la sombra que asesinó a tu padre? Con cada acusación, el corazón de Serafina se contraía un poco más. ―No ―negó con la cabeza, sus ojos suplicantes, buscando en los de Brandon alguna señal de entendimiento ―Lorenzo es incapaz de hacer algo así. Debe haber
ENEMIGO EN CASA (II) Lorenzo miraba con furia contenida al guardia de los calabozos. El lobo temblaba ante él como una hoja sacudida por el viento otoñal, consciente de que la ira de un Alfa era tan letal como cualquier maldición. Sus ojos, dos brasas a punto de estallar en llamas, no parpadeaban, no se desviaban; eran el epicentro de un huracán de emociones reprimidas. ―No sé lo que pasó, Alfa. Cuando desperté… ya no estaba ―dijo el guerrero con miedo, su voz temblorosa como su cuerpo. De repente, Lorenzo golpeó el escritorio con tal fuerza que la madera crujió bajo su puño. Se puso de pie bruscamente, su silla cayendo al suelo con un estrépito que resonó por las paredes del estudio. La mirada que lanzó al hombre podría haberlo fulminado donde estaba. ―¿Me estás diciendo que te dormiste? ¿Qué te quedaste dormido mientras ese infeliz desaparecía? ¿Qué no viste, ni oíste nada? ¡Maldita sea! ―Lo… Lo siento, Alfa, no sé qué pasó, yo estaba bien y de repente… ―balbuceaba el guardia, p
TORTURA MENTAL. Serafina sintió un frío intenso recorriendo su cuerpo mientras despertaba en un lugar desconocido, estaba débil y desorientada. Al abrir los ojos, luchó por enfocar su entorno, pero los movimientos cercanos captaron su atención. Un escalofrío recorrió su espalda al descubrir a Brandon consumiendo los órganos de una víctima. El horror se apoderó de ella, y su instinto la llevó a taparse la boca para sofocar el grito que amenazaba con salir. Intentó levantarse, pero la cruel realidad de las ataduras la retuvo, obligándola a presenciar esa macabra escena. La náusea se apoderó de Serafina, y no pudo contener el vómito que escapó a un lado. El sonido alertó a Brandon, quien giró su rostro ensangrentado hacia ella. Una sonrisa macabra se formó en sus labios, sumergiéndola aún más en el terror. Serafina temblaba de miedo, su pecho se elevaba y descendía con rapidez, sintiendo el peso de la impotencia. ―¿Dónde estamos? ―preguntó con voz ahogada. La mirada de Brandon la per