Xoxo.
ENEMIGO EN CASA. Las paredes húmedas de las mazmorras parecían cerrarse sobre ellos, el aire cargado de un silencio pesado, interrumpido solo por el eco de sus propias respiraciones. Serafina, con ojos inyectados de una determinación temblorosa, se acercó a la celda donde Brandon estaba encadenado, su figura imponente empequeñecida por la oscuridad del calabozo. ―Siento no poder corresponder a lo que sientes ―dijo Serafina, su voz, un susurro que luchaba por esconder un mar de emociones conflictivas ―Te valoro mucho, como amigo… y no puedo soportar verte así. Brandon, cuyos ojos ardían con una mezcla de dolor y furia, sintió cómo la bestia dentro de él se retorcía con cada palabra. ―¿Y qué hay de Lorenzo? ¿Acaso pretendes amar a la sombra que asesinó a tu padre? Con cada acusación, el corazón de Serafina se contraía un poco más. ―No ―negó con la cabeza, sus ojos suplicantes, buscando en los de Brandon alguna señal de entendimiento ―Lorenzo es incapaz de hacer algo así. Debe haber
ENEMIGO EN CASA (II) Lorenzo miraba con furia contenida al guardia de los calabozos. El lobo temblaba ante él como una hoja sacudida por el viento otoñal, consciente de que la ira de un Alfa era tan letal como cualquier maldición. Sus ojos, dos brasas a punto de estallar en llamas, no parpadeaban, no se desviaban; eran el epicentro de un huracán de emociones reprimidas. ―No sé lo que pasó, Alfa. Cuando desperté… ya no estaba ―dijo el guerrero con miedo, su voz temblorosa como su cuerpo. De repente, Lorenzo golpeó el escritorio con tal fuerza que la madera crujió bajo su puño. Se puso de pie bruscamente, su silla cayendo al suelo con un estrépito que resonó por las paredes del estudio. La mirada que lanzó al hombre podría haberlo fulminado donde estaba. ―¿Me estás diciendo que te dormiste? ¿Qué te quedaste dormido mientras ese infeliz desaparecía? ¿Qué no viste, ni oíste nada? ¡Maldita sea! ―Lo… Lo siento, Alfa, no sé qué pasó, yo estaba bien y de repente… ―balbuceaba el guardia, p
TORTURA MENTAL. Serafina sintió un frío intenso recorriendo su cuerpo mientras despertaba en un lugar desconocido, estaba débil y desorientada. Al abrir los ojos, luchó por enfocar su entorno, pero los movimientos cercanos captaron su atención. Un escalofrío recorrió su espalda al descubrir a Brandon consumiendo los órganos de una víctima. El horror se apoderó de ella, y su instinto la llevó a taparse la boca para sofocar el grito que amenazaba con salir. Intentó levantarse, pero la cruel realidad de las ataduras la retuvo, obligándola a presenciar esa macabra escena. La náusea se apoderó de Serafina, y no pudo contener el vómito que escapó a un lado. El sonido alertó a Brandon, quien giró su rostro ensangrentado hacia ella. Una sonrisa macabra se formó en sus labios, sumergiéndola aún más en el terror. Serafina temblaba de miedo, su pecho se elevaba y descendía con rapidez, sintiendo el peso de la impotencia. ―¿Dónde estamos? ―preguntó con voz ahogada. La mirada de Brandon la per
EMPEZAR UNA BÚSQUEDA. La luz de la luna iluminaba la asamblea del consejo de Alfas, donde la tensión se palpaba en el aire. Lorenzo, con la mirada fija en el mapa desplegado frente a él, trazaba mentalmente las áreas clave para la búsqueda de Serafina. —Necesitamos equipos especializados. Rastreadores con habilidades sobrenaturales, lobos con conexión profunda con la naturaleza. Debemos explorar lugares que no hemos tocado en años —anunció Lorenzo, su voz grave resonando en la sala. El consejo asintió solemnemente, y pronto se organizaron equipos de exploradores y rastreadores, cada uno con habilidades únicas. Zade, el Beta leal, se acercó a Lorenzo, notando la preocupación que marcaba su rostro. —Lorenzo, debemos tener fe en que encontraremos a Serafina. Brandon puede no ser totalmente irreconocible. Tal vez no le hará daño —sugirió con cautela. Lorenzo giró la mirada hacia Zade, sus ojos revelando una mezcla de dolor y determinación. —Brandon ya no es Brandon. Lo que sea que lo
TORTURA. El silencio que precedió al encuentro fue ensordecedor, una quietud que auguraba una tormenta. Serafina, con la esperanza aun anidando en su pecho, encaró a Brandon, sus ojos, buscando un atisbo del hombre que una vez conoció. —Brandon, por favor, esto no es lo que eres —susurró con voz temblorosa. Brandon la miró, y por un breve instante, pareció vacilar. Pero entonces, sus ojos se enturbiaron con una oscuridad voraz, y un gruñido bajo escapó de sus labios. —¿Lo que soy? —su voz era un susurro helado—. ¿Acaso lo sabes tú, Serafina? Tú, que has elegido a otro… La furia del lobo estalló como un rayo. Poderes oscuros emanaron de él, envolviendo a Serafina en una marea de dolor. Su cuerpo se estremeció y un gemido ahogado escapó de su garganta mientras su loba interna se retorcía en agonía. —Brandon… por favor… —rogó, pero sus palabras parecían avivar aún más su ira. —Debiste elegirme a mí —escupió Brandon, cada palabra impregnada de despecho y poder—. Pero ahora, sentirás
ALEKZANDER WOLFORD. Zade se apoyó en el marco de la ventana, la curiosidad teñida de preocupación en su rostro. ―¿Has escuchado de ese tal Alekzander Wolford? ―preguntó, mirando en la misma dirección que su Alfa. Lorenzo, se encontraba en su estudio, su mirada se perdía en la lejanía, donde el estandarte de la manada Luna Roja se recortaba contra el cielo crepuscular. Con un suspiro que parecía arrastrar consigo el peso de muchas lunas, negó con la cabeza. ―No, no he escuchado de él. Pero la curiosidad había sido despertada, y Lorenzo no era hombre de dejar cabos sueltos. ―Sin embargo ―continuó con voz reflexiva ―le pregunté a uno de los miembros del consejo de Alfas. Se trata de un Alfa recién nombrado, y además recién casado. Las cejas de Zade se arquearon, sorprendido por la novedad. ―Vaya, últimamente nadie permanece solo demasiado tiempo ―comentó con una sonrisa torcida. Lorenzo asintió lentamente, su expresión sombría. ―Pues lamento decirte que esa unión está hecha más
BUSCAR UNA SALIDA. Alekzander se acomodó en la silla frente al gran escritorio de Lorenzo, su postura relajada contrastando con la gravedad de la situación. Con una leve sonrisa, comenzó a hablar, su voz era calmada, pero portaba un tono de urgencia que captó la atención de Lorenzo. ―Alfa Lorenzo, las bestias sangrientas son una plaga difícil de erradicar, pero no imposible ―dijo Alekzander, entrelazando sus dedos y apoyándolos sobre la mesa. ―Hay un método antiguo, olvidado por muchos y temido por otros. Un aquelarre de brujas. Lorenzo frunció el ceño, la palabra ‘brujas’ resonando con eco de antiguas leyendas y advertencias. ―¿Un aquelarre? ¿Estás sugiriendo que recurramos a la magia para enfrentar a estas criaturas? Alekzander asintió solemnemente. ―No es solo magia, es un poder ancestral que se teje en la misma trama de nuestro mundo. Las brujas pueden convocar un aquelarre, un círculo mágico poderoso que puede detener a las bestias. Ellas entienden los hilos que conectan la
UN AQUELARRE. El bosque susurraba con una antigüedad que hacía que el tiempo pareciera detenerse, y cada paso que Lorenzo y Alekzander daban hacia el corazón del santuario de Izara estaba acompañado por el crujido de hojas y el murmullo de las criaturas ocultas. La luz del día luchaba por penetrar el dosel entrelazado, creando un crepúsculo eterno. ―Este lugar… es como si respirara ―murmuró Lorenzo, su mirada recorriendo los alrededores con asombro y cautela. Alekzander asintió. ―La magia aquí es más vieja que las leyendas mismas. Cada árbol, cada piedra está impregnada de poder. Frente a ellos, una figura etérea emergió de la bruma, su presencia tan natural como la tierra misma. Izará, con su juventud contrastada por la sabiduría de sus ojos, les ofreció una sonrisa que parecía contener los secretos del universo. ―Bienvenidos, Alfa, Lorenzo, Alekzander ―dijo Izara, su voz resonando con el eco de la naturaleza. ―He adivinado su llegada y el porqué están aquí. Lorenzo dio un paso