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PAGUE POR TI. En el silencio del invernadero, las plantas exóticas observaban la escena entre Serafina y Lorenzo. La penumbra y el perfume de las flores creaban un escenario de tensión palpable. El alfa, impulsado por una mezcla de pasión y desesperación, sostenía a Serafina contra su cuerpo con firmeza, su boca devorando la suya en un beso ardiente. Los labios de Serafina resistían, pero Lorenzo no mostraba intenciones de detenerse. Quería demostrarle con cada roce de sus labios que ella era su todo, que sus besos eran solo para ella. Sin embargo, Serafina no podía borrar de su mente la imagen de Lorenzo besando a otra loba, y ese conocimiento aguijoneaba su resistencia. Con el corazón latiendo desbocado, Serafina reunió toda su fuerza interior y rompió el beso. Respiró agitada, mirando a los ojos a Lorenzo, cuyos labios aún brillaban con la intensidad del beso compartido. El alfa retrocedió, mirándola con sus ojos aún cargados de anhelo por ella. La respiración agitada marcaba el
ALIANZAS OCULTAS. Vivían, cerró con fuerza la puerta de su nueva casa, sintiendo la tensión acumulada en su pecho. El lugar era impecable, pero no podía evitar verlo como un exilio, una señal de que Serafina había ganado la partida. Tiro la vasija que estaba sobre la mesa dejando salir la rabia que bullía dentro de ella. ―¡Maldita! ¡Mil veces m*****a! ―sus ojos estaban cargados de odio y su pecho subía y bajaba sin control. «No debería estar aquí. Pero ni creas que esto se ha acabado perra. ¡Voy a sacarte de mi camino, cueste lo que cueste!» Una idea resonaba en su mente, alimentando la amargura que crecía con cada paso que daba en el interior de la vivienda. Mientras organizaba sus cosas, Vivían se encontró murmurando para sí misma. ― Nunca debí haber aceptado este trato. Debería haberme quedado en las sombras, esperando mi momento. ― La frustración se mezclaba con sus pensamientos, y sus ojos brillaban con determinación. ―apretó los puños con rabia. ― Lorenzo me pertenece. Soy
UN MES COMPARTIENDO TU CAMA. Serafina estaba en su habitación mientras Hipólita, el ama de llaves del castillo, se esforzaba por sanar sus heridas con cuidado y experiencia. El aroma a hierbas y ungüentos llenaba la estancia, mientras la luz tenue del atardecer se filtraba por las cortinas. —Mi niño no es malo, señora —dijo el ama de llaves, limpiando una herida en el brazo de Serafina. —Su comportamiento es una sombra de las enseñanzas de su difunto padre, el antiguo alfa. Serafina soltó una risa amarga. —No se puede culpar a los muertos por las acciones de los vivos. Nadie debería tener el poder de influir en el comportamiento de otro. Hipólita continuó con su labor, firme en sus convicciones. ―Te equivocas. Lorenzo no sabe amar. ―la mujer negó con tristeza ―Su madre murió joven, y su padre siempre le enseñó que el amor era una debilidad. Le inculcó que su único propósito era liderar y conquistar. De repente, Serafina se imaginó al chiquillo de cabello negro y ojos azules como
¿DE QUÉ TIENES MIEDO? El eco de la decisión del consejo resonaba en la sala de reuniones mientras Serafina se levantaba con determinación. Sus ojos, centelleando con una mezcla de ira y desafío a los ancianos que habían sellado su destino. Sin mirar atrás, cruzó el umbral de la puerta, dejando atrás las murmuraciones de la manada. A mitad de camino hacia las escaleras, sus pasos resonaron en la piedra cuando una voz profunda la detuvo en seco. —Serafina. La voz pertenecía a Lorenzo, y la sola mención de su nombre hizo que la rabia de Serafina ardiera más intensamente. Se giró hacia él, encontrándolo de pie a pocos pasos, con su figura imponente bloqueando el camino. —¿Qué quieres ahora? —espetó, con su mirada fulminante. Y dispuesta a seguir su camino. El alfa avanzó con rapidez, deteniéndola con brusquedad antes de que pudiera continuar subiendo las escaleras. Sus ojos azules, ahora reflejaban una mezcla de determinación y algo más profundo. ―Cumpliremos la orden del consejo.
LO QUE HAYA DICHO NO IMPORTA. ―Abre las puertas.―ordeno tomándose solo un momento para controlar las emociones que bullían dentro de ella. Los lobos que custodiaban la puerta, lo hicieron sin decir una palabra. Serafina solo había estado en su habitación una vez, y había sido en su noche de apareamiento. Como era de esperar, él nunca vino, se había cansado de esperarlo y terminó quedándose dormida. Entendió que Lorenzo solo aceptó seguir las tradiciones y quería evitar chismes en el castillo. Nadie necesitaba saber que a la mañana siguiente ella había amanecido sola en la cama y mientras él dormía en el sillón. Cuando despertó no fue mucho mejor, ni siquiera le dirigió la palabra hasta que la mandó a llamar a su estudio, para dejarle bastante claro lo que esperaba de ella y no era precisamente un hijo. Dio un paso adelante y se estremeció cuando escuchó la puerta, cerrarse la puerta detrás de ella. El conjunto de habitaciones de Lorenzo se podría decir que eran la más lujosa de lo
MUDARSE A SU HABITACIÓN. Sus labios se aplastaron sobre los de ella, con el ferviente deseo de marcarla y poseerla, era como si temiera que pudiera escapar. Serafina podría alejarlo y exigirle que nunca más la toque. O podría haberle dado una patada en las pelotas y escapar. Ella podría haber hecho cualquiera de esas dos cosas. Pero no lo hizo, por una simple razón… Ella quería esto. Ella lo deseaba. Un gemido bajo y agudo pasó de su boca a la de él y él lo devolvió, una espesa maldición llenó el aire mientras levantaba una mano hacia su cabello y enredaba sus dedos en él, tirando de su cabeza hacia atrás para darle un mejor acceso a sus labios. Su lengua peleó con la de ella y su cuerpo se presionó con fuerza contra ella, por lo que Serafina sintió la fuerza de su atracción, sintió la poderosa firmeza de su cuerpo y el suyo se debilitó en respuesta. La tentación la estaba arrastrando hacia abajo, arrastrándola hacia una marea de capacidad de respuesta y necesidad. Pero era una locu
PLANES OSCUROS―¿Qué acabas de decir? ―sumida en una mezcla de ira y frustración. Vivían sin previo aviso, barrió con furia todo lo que se encontraba sobre la mesa, causando que los objetos volaran por el aire y se estrellaran contra las paredes. La Omega, que era su informante, la miraba atónita, temerosa de la tormenta que se avecinaba. ―Eso no puede ser… ¡No puede ser!Los ojos de Vivían estaban cargados de odio cuando se volvió hacia la Omega. Sin rodeos, le preguntó con brusquedad si estaba segura.―¿Estás segura de que Serafina y Lorenzo pasaron la noche juntos?La Omega asintió rápidamente, temblando ante la mirada amenazante de Vivían.―Sí, el alfa ordenó que lleváramos todas las cosas de la señora a su habitación.La ira de Vivían creció aún más y, con un gesto violento, abofeteó con fuerza a la Omega.― ¡Maldita sea! No la llames, señora ―dijo con desprecio ―Ella muy pronto no será nada, ¿entiendes? ¡Nada!La Omega se tocó la mejilla, llena de miedo y asintió apresuradamente
ESCORPION DE LAS PROFUNDIDADES. Serafina llegó al lugar donde los cachorros de la manada estaban jugando. Los miró un momento en silencio y no pudo evitar sonreír. De pronto llevó una mano a su vientre plano y la imagen de un bebe de ella y Lorenzo brilló en su mente. Su corazón se agitó ante la idea, pero también sintió un poco de miedo. Los cachorros la vieron y corrieron hacia ella para abrazarla. ―¡Serafina! ―gritaron mientras se amontonaban en sus piernas. ―¡Hola, pequeño! ―pregunto mientras se agachaba para abrazarlos ― ¿A qué están jugando? ―Estamos jugando carreras de resistencia. ¡Es muy divertido! ―dijo un cachorro de ojos grises. ―Oh, eso suena genial. ¿Puedo unirme a ustedes? ―¡Claro que sí! ―exclamo otro pequeño ― ¡Será divertido tener a la luna de la manada jugando con nosotros! Serafina se rio y revolvió su cabello. ―Perfecto, estoy lista para empezar. ―dijo poniéndose de pie ―¿Cuál es la meta? ― La meta está al final del prado. Tenemos que correr lo más rápido