capítulo 9

Mientras tanto en Puglia, Nair había sido dada de alta.

La brisa fría de la tarde acariciaba los olivares, llenando el aire con un aroma terroso y añejo. En el interior de la villa familiar, Julio y Francisco discutían en voz baja, sus rostros marcados por la preocupación.

—Padre, recibí información de Roma —dijo Francisco, con el ceño fruncido mientras sostenía una carta arrugada—. Han reportado a Nair como desaparecida.

Julio, sentado en su silla favorita junto a la chimenea, dejó escapar un largo suspiro. Su mirada, cargada de gravedad, se posó en su hijo.

—Hablaremos con tu hermana —respondió tras un momento de reflexión—. Me preocupa que alguien sepa que está viva. Si eso sucede, no dudarán en buscarla para matarla.

Francisco asintió, su mandíbula apretada. La sola idea de que su hermana estuviera en peligro lo enfurecía, pero también lo hacía sentirse impotente.

—Papá, creo que deberíamos hablar primero con Néstor Lombardo. Él crió a Nair, debe saber algo. Además, si
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