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—Se te van a meter las moscas en la boca—. Alex comentó haciéndome chasquear la mandíbula. Riéndose de mí se movió hacia el lado del conductor. Con las mejillas sonrojadas me deslicé en el asiento del pasajero y apreté mi bolso contra mi pecho.

Los dos nos quedamos en silencio mientras él salía del aparcamiento del instituto y se dirigía a la librería Sofía. No pude evitar enfadarme con Mitch por meterse con mi coche. No me importaba que me pusiera cordeles o incluso pintura lavable en las ventanillas, pero esto se había pasado de la raya.

—Toma.— Alex me sacó de mis pensamientos extendiendo su teléfono en mi dirección.

—¿Para qué es esto? pregunté, cogiendo su delgado iPhone negro.

—Pon tu número.

—¿Para que puedas llamarme a las tres de la mañana?

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