Andrey

Era domingo, el sol entraba tímidamente por la ventana y el aroma a café recién hecho inundaba la casa. Sentada en el sofá, me aferraba a la taza caliente mientras intentaba dejar atrás la intensa experiencia de la noche anterior. A pesar de mis esfuerzos, no podía sacudirme la sensación de vergüenza que me invadía por haberme dejado llevar por mis emociones.

Fue entonces cuando el teléfono comenzó a vibrar sobre la mesa, rompiendo el silencio de la habitación. Con un suspiro resignado, tomé el dispositivo entre mis manos y lo desbloqueé. En la pantalla, una notificación pendiente parpadeaba con insistencia, pero antes de revisarla decidí respirar hondo y concentrarme en el presente.

Fue en ese momento cuando sentí cómo mi corazón latía con fuerza en mi pecho, al recordar el tono grave y seductor de la voz de aquel hombre. ¿Qué había pasado conmigo?

La incertidumbre me invadía y no sabía si estaba preparada para enfrentarla.

Fijé mis ojos en la pantalla del teléfono; diecisiete llamadas pérdidas de Vanessa. Un escalofrío me recorrió el cuerpo.

«¿Qué le habrá sucedido?» Pensé.

Con un nudo en la garganta, marqué su número y esperé impaciente a que respondiera.

– ¡Mi solecito! – Chilló al otro lado del auricular, su voz estridente podía en ocasiones llegar a frecuencias capaces de romper cualquier cristal – ¿Por qué no contestaste mis llamadas? ¡Me tenías preocupada desde anoche! – La tonalidad infantil de sus palabras se transformó en regaño maternal – Eso no se hace, niña mala.

Unas diez emociones diferentes se adueñaban de ella en menos de un minuto. Siempre me sorprendió su capacidad para cambiar de ánimo con tanta facilidad.

– Lo siento nena, desde anoche tengo malestar corporal y me siento débil – le mentí, sintiéndome culpable por no decirle la verdad – Por eso no había tomado el teléfono en toda la mañana.

– ¿Estás bien? – Preguntó y aquel tono de preocupación volvía adueñarse de su voz – ¿Quieres que vaya a cuidarte? Si te hago una sopa quizás te recompongas.

– No es necesario nena, Andrey está en casa, él se ocupará de mí – respondí, tratando de evitar que se acercara demasiado y descubriera mi mentira.

Sabía que estaba siendo deshonesta con ella, pero no estaba lista para enfrentarla. Lo que menos necesitaba justo ahora era tenerla mirándome fijamente a los ojos y haciéndome preguntas, algunas que aún no tenían respuesta y otras que no quería responder. Además, Andrey y yo habíamos discutido tras mi regreso del bar. Las cosas aún estaban tensas entre nosotros y no estaba segura de cómo solucionarlo.

Andrey era un hombre alto y fornido, con una estatura alrededor de 1.85 metros. Tenía una piel mulata, con tonalidades cálidas y doradas que le dan un aspecto radiante. Su barba era espesa y bien cuidada, lo que le daba un aire elegante y masculino. Sus ojos grandes y expresivos, de un color marrón oscuro contrastaban con su piel. Tenía una sonrisa encantadora y una presencia imponente que lo hacía destacar entre la multitud. Tendía a ser un tanto conformista y despreocupado en su día a día, lo que podía hacerle parecer relajado y tranquilo en situaciones de estrés. Sin embargo, cuando se trataba de nuestra relación, su actitud cambiaba radicalmente. Era un hombre dominante y celoso, que quería protegerme a toda costa y asegurarse de que nadie más se interpusiera en su camino. A pesar de ser celoso, podía llegar a ser cariñoso y atento. Le gustaba hacerme regalos y disfrutaba mirar películas conmigo. Sin embargo, si sentía que estaba siendo amenazado o traicionado de alguna forma, su actitud podía cambiar rápidamente y volverse posesivo.

No conocimos en mi trabajo, cuando el buscaba productos de limpieza para su negocio. Recuerdo que caminábamos por los almacenes mientras le proporcionaba información correspondiente a lo que buscaba.

– Este es nuestro producto más vendido. – Le dije mientras le mostraba el envase – Es muy efectivo para limpiar superficies de vidrio y acero inoxidable. Imagina que es como tener a tu disposición un elixir mágico capaz de transformar tus superficies en espejos relucientes. Eso es lo que ofrecemos, un secreto bien guardado que ha revolucionado la forma en que limpiamos.

– No me lo puedo creer – dijo él con expresión de incredulidad en el rostro – ¿Este producto es realmente así de eficaz?

– Permíteme terminar de explicarte y lo puedes descifrar tú mismo. – Le respondo con una sonrisa – Su fórmula especial penetra en la suciedad más persistente, dejando cada superficie impecable y sin marcas, ni rayas. Además, su práctico formato en aerosol te permite aplicarlo con facilidad en cualquier rincón que necesite una limpieza profunda. – Tomé aire y continué – Nuestro producto está hecho a base de una fórmula química avanzada que combina elementos altamente efectivos en la eliminación de suciedad y manchas. Entre sus componentes se encuentran agentes tensioactivos que disuelven la suciedad y la grasa, ácido cítrico que actúa como desincrustante, y alcohol isopropílico que ayuda a evaporar el líquido rápidamente sin dejar marcas. Además, nuestra fórmula no contiene amoníaco, ni otros componentes agresivos que puedan dañar las superficies o ser perjudiciales para la salud. Nuestra fórmula también contiene un agente antiestático que ayuda a reducir la acumulación de polvo y suciedad en las superficies tratadas, manteniéndolas limpias por más tiempo. Su pH neutro lo hace seguro para su uso en cualquier tipo de vidrio o acero, incluyendo superficies delicadas como espejos y pantallas. Y gracias a su aroma agradable, dejará tus espacios con un aroma limpio y fresco.

– ¡Wow! es impresionante la cantidad de información logras retener – dijo él, mientras se rasca la cabeza y miraba a su alrededor con curiosidad – Me sorprende la total de productos que tienen aquí. Me siento un poco abrumado.

– Es cuestión de práctica – contesté con una sonrisa genuina – aunque siempre tuve la facilidad de tener una memoria muy amplia. Si tienes alguna otra duda solo tienes que decirlo.

– No te preocupes, he pillado la buena calidad del producto, creo que me lo llevare. A menos que tengas algo mejor que ofrecerme claro está. – Se quedó pensando por unos pocos segundos y luego añadió – Aunque si tengo una duda, ¿Te gusta el café? Porque me preguntaba si te gustaría tomar un café después del trabajo; así podríamos seguir hablando de otros temas.

Su sonrisa coqueta me hizo sentir algo incómoda, pero también intrigada. Verlo jugar con sus dedos, tronándolos de momento, hacía notar que estaba un tanto nervioso. Esto último me enterneció.

– Por cuestiones de ética laboral no puedo tener ninguna especie de relación con ningún cliente, que vaya más allá de lo profesional. – le respondí con firmeza, tratando de mantener mi compostura.

No era la primera vez que un cliente intentaba ligarme, pero él no se rindió tan fácilmente.

– Pero... si lo haces después del trabajo, ya no sería tu cliente. Aunque también está la opción de conseguir otro proveedor y así no tendrías ningún impedimento de ética.

Una pequeña sonrisa se asomaba por la comisura de mis labios tras su respuesta ingeniosa, aunque traté de ocultarla. Además Andrey tenía un encanto natural y un cuerpo bien moldeado que me hacía morderme los labios.

– ¿Qué te parece si finiquitamos la compra y durante el trámite me tomo el tiempo de pensarlo? Luego antes de que te vayas te daré una respuesta.

– Parece un buen trato – contesto el complacido – Una compra por una cita.

– Pensé que era solo un café – le dije con un poco de picardía.

– Eso dije, un café – añadió y sonrió levemente.

Mientras caminábamos hacia la salida de los almacenes tropecé con una paleta de carga, estando a punto de caer, Andrey me sostuvo evitando un accidente.

– ¡Cuidado! No te lastimes – dijo sujetándome con fuerza; sus manos eran amplias, pero suaves.

– Gracias... eso fue un poco vergonzoso. – El color subió rápidamente a mis mejillas, sentía que quemaban e intenté desviar la mirada hacia otro lugar.

– No te preocupes, todos hemos tropezado alguna vez, ¿estás bien? – preguntó, y me miró fijamente para luego decir – Pero gracias a eso pude tenerte entre mis brazos por un momento.

– Sí, estoy bien, no te preocupes. Gracias por sostenerme – yo también le miré fijamente por unos segundos, le devolví la sonrisa y le propuse continuar.

Luego de aceptar tomar un café, y luego otro, y otro, hasta perder la cuenta. Ambos notamos que había algo que iba va más allá de lo físico. Era la forma en que me miraba, la forma en que hablaba conmigo, la que me hizo caer en sus brazos. Parecía ser el comienzo de algo especial.

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