Mi padre me recogió cerca de las tres de la mañana. Le conté todo lo que había pasado. Él le dio la razón a Brown. -¿qué hubiera ocurrido, hija, si esa caja era una bomba atómica?-, me miró papá irónico. -Es que pensé en mis pacientes-, me sentí mal. -Por eso mismo, hija, debiste pensar en ellos no en su tranquilidad, sino en su seguridad-, me dijo él. Ningún paciente ni sus familiares se enteraron de la bomba. Brown informó a los fiscales que la intención del explosivo era advertir a Trevor para que no diga nada. -En la próxima harán volar la clínica sin previo aviso-, estaba Brown muy furioso. Brenda volvió a sugerir que Trevor debería irse. -Es un peligro para todos nosotros-, le reclamó muy molesta al dueño de la clínica. Brown sin embargo mantuvo a Trevor internado. Yo me reintegré un día después porque había trabajado doble turno la noche anterior. Brown me llamó a su consultorio. -Cada día se aprende en la vida, Andrea. Es lo bonito de la existencia, se descubren s
Ni el incidente con el esposo de Julissa, me acercó a Marcia. Ella, en realidad, estaba muy enamorada de Marcus, sufría mucho por él y se sentía en mucha desventaja porque tan solo era la mucama en la casa y Marcus, el hijo de la patrona. Igual ocurría con Doris que se encargaba de servir las comidas y complacer los apetitos de sus empleadores. Eso la frustraba a ellas, demasiado, cuando me veían llegar a la casa. Marcus no había mejorado poco, además. Eso me preocupaba. Lo que ganaba u obtenía con intensas terapias, sumergiéndolo en el mundo actual lo perdía en los afanes de él de ser un casanova. A Marcus le encantaba seducir y ser deseado por las mujeres. Era su ego. Y para lograr ser un don Juan, debía pensar como si estuviera en el Siglo XVIII donde los caballeros encandilaban a las muchachas con su magia virreinal, de detalles, gestos, venias y romanticismo. Eso nos rendía a las mujeres. Esa tarde intenté convencerlo que él no había nacido en 1727. Le mostré su partida de
Leonela había terminado con su enamorado, el chico tímido que no se atrevía a declarársele y que le rehuía acariciarla y besarla, tanto que finalmente ella decidió no seguir con la relación. No le afectó mucho, tampoco. Le gustaba mucho él pero el carácter tan reservado del chico, la desanimaba. Esa noche durmió en mi cuarto. Llegó de mañana a la ciudad cargada de sus peluches. -Necesito una amiga en estos momentos de aflicción-, me dijo divertida. -A mí no me parece que estás afligida-, me reí mucho con ella. La pasamos bien. Como era sábado corrimos al mercado a comprar, vimos tiendas, paseamos por el parque y nos fuimos a la playa perseguir cangrejos y gaviotas. Cenamos, incluso, en un restaurante bastante discreto, gastado, tétrico y oscuro. -Si mi papá se entera que estoy comiendo aquí me jala las orejas-, le dije a Leonela. Me habían servido un cerro de arroz chaufa pero estuvo muy delicioso. Ella pidió bistec con papas fritas. -¡¡¡Adiós dieta, bienvenidas frituras!!!-,
Leonela quería conocer a "Flecha". Se había ilusionado con él. Le parecía misterioso y romántico a la vez. Mi amiga era muy hábil en ese asunto del internet y ya se había memorizado el portal de poemas. Yo no lo sabía. Mi amiga, tan entusiasmada como estaba, se registró, abrió una cuenta, buscó entre los miembros del grupo a "Flecha" y empezó a escribir los poemitas que se le ocurrían y los firmaba como "Leona". Eso coincidió cuando yo tenía mucho trabajo en la clínica, se habían presentado varios pacientes, Karlson me los derivó a mí y entonces mi tiempo se hizo muy corto y debía multiplicarme para cumplir con las terapias, descuidando el portal de poemas. Karlson, quien me tenía mucha ojeriza, estaba empecinado en que me fuera mal en la clínica e indisponerme ante Brown. Él se consideraba mucho más capaz que yo, aparte que estaba encargada de farmacia y por ende le impedía llevarse y negociar con los fármacos, y por ello me pasaba más pacientes que los otros doctores con el f
Leonela me mandó varios mensajes de texto a mi móvil, diciendo que quería hablar conmigo, pero yo le respondía que estaba muy ocupada, que incluso iba a trabajar mis descansos. -Pero es importante-, subrayaba en forma persistente mi amiga. Pensé en algo serio. -Vente a dormir a mi casa, entonces, el sábado-, la invité. Mi amiga se apareció en mi puerta roja como un tomate. Adiviné fácil que estaba metida en un lío por hombres. -¿De quién te has enamorado, ahora?-, crucé los brazos disgustada. Ella corrió a mi cuarto, dando tumbos, empujando sillas y se metió en mi cama, debajo de los edredones. -No seas infantil y dime qué es lo que pasa-, me molesté. -"Flecha" se ha enamorado de ti, je je je-, estalló Leonela en risotadas. Quedé en una pieza, sin entender nada, completamente absorta. -¿De qué hablas, mujer?-, trataba de interpretar lo que pasaba. -Empecé a escribirle poemas a "Flecha" y él se ha enamorado de ti, je je je-, insistió ella, riéndose. En realidad "Fle
Recién me daba cuenta por qué Leonela había roto con su anterior enamorado y decía que era demasiado tímido y poco audaz. Y es que a ella, a mi amiga, le encantaba la adrenalina, el suspenso, lo prohibido o lo ignoto y el otro chico resultaba apático en todos esos gustos a lo desconocido de Leonela. Y "Flecha" por lo mismo, el tratarse de un hombre desconocido, del que no teníamos ninguna referencia, tan solo sus poemas, le resultaba súper atractivo. Leonela me contó que se sentía muy atraída a "Flecha" porque simplemente le era extraño. A ella, desde pequeña le gustaba todo lo que era diferente, diferente, raro o extravagante. Y además mi amiga era bastante coqueta, demasiado diría yo. Siempre quería impactar a los hombres con su encanto, su mirada, su sonrisita, con su cuerpo bien pincelado, sus curvas bien pronunciadas y era amante de ponerse minifaldas, leggins o jean muy pegados que resaltaban todos las maravillas que la diosa naturaleza le había prodigado y que eran, en honor
Hughes estaba impaciente. Me esperaba muy nervioso en el comedor dando vueltas sin cesar. Estrujaba una revista que sostenía entre sus manos y su corazón tamborileaba de prisa en el pecho. Se empinaba para verme llegar y al no hacerlo, él se desilusionaba y volvía a pasearse por entre las mesas, inquietando a los otros pacientes que almorzaban en las mesas. Los enfermeros no adivinaban por qué estaba Frederick estaba tan impaciente. Apenas llegué a la clínica y marqué mi tarjeta, iniciando mi turno, ésta vez de tarde, Gladys me dijo que Hughes había estado preguntando por mí y que me aguardaba en el comedor y que se encontraba súper nervioso. Corrí apurada a mi consultorio, colgué mi cartera en la percha, me puse mi mandil y fui de inmediato al comedor. Allí, en efecto, estaba Frederick. Iluminó su rostro cuando me vio. -¡¡¡Doctora Andrea!!!-, exclamó, incluso bastante efusivo, haciendo brillar sus ojos. Me tomó de la mano y me llevó junto a una mesa, jaló dos sillas y cuando ya
El viernes que me tocó turno noche, luego de hacer un recorrido viendo a los pacientes, chequeando si habían tomado sus medicinas y estaban acostados, encontré a Hughes cuando estaba terminando un dibujo. Aún estaba en lápiz y el él daba muy animoso los últimos toques antes de pasarle colores. -¿Aún dibujando, Frederick?-, me interesé. Él levantó la mirada y mordió los labios. -Es un retrato muy especial, doctora-, me dijo. Me aupé para tratar de verlo. Era una mujer hermosa, destellante y brillante de mirada hipnótica y sugestiva. No podía ser yo porque sus pelos eran negros al igual que los ojos, tampoco Jessica ni Brenda. -¿Quién es?-, me dejé vencer por la curiosidad. -Es Katty, la periodista-, me dijo él, al fin. Me pareció un bonito detalle. -¿Se lo vas a regalar?-, le pregunté. -Sí, el lunes es su cumpleaños-, se emocionó Frederick aún más. Wow qué bonito regalo. Ningún enamorado mío me había hecho un regalo así, de un retrato tan lindo, emotivo, sugestivo, impecable