El doctor Brown también se emocionó mucho cuando fui con la orden de alta para la señora Rosmery a su consultorio, para que la firme. -Has hecho una magnífica labor, Andrea, te soy sincero, no pensaba que esa dama pusiera superar tan pronto semejante trance, un trauma muy complejo que había afectado sus sentimientos más profundos-, me dijo él meciéndose en su silla, repasando en su tablet todas mis anotaciones. -Ella necesitaba comprensión, Martín, lo que ocurre es que todos piensan que basta un abrazo, una palabras de aliento o un pésame, muchas veces es necesario entender el sufrimiento y el dolor, comprenderlo. No es suficiente decir te quiero o lo siento, hay que saber escuchar-, le dije. Yo estaba, en realidad, muy contenta. -El ser humano suele ser bastante egoísta-, meditó por unos instantes Brown. -Lo primero que aprendí en la universidad es que el dolor del alma o los sentimientos heridos no se curan con fármacos o cremas, sino con comprensión y compartiéndolo, e
Trevor intentó escapar otra vez de la clínica sintiéndose perseguido por sus cómplices en el tráfico ilegal de medicinas. Aprovechó el cambio de guardia los policías que lo custodiaban. Mientras los agentes intercambiaban las informaciones de lo ocurrido en el turno anterior, logró escabullirse por la ventana y columpiándose igual a un mono logró entrar a uno de los dormitorios vacíos del piso de arriba. Abrió la puerta y al no ver a nadie en el pasadizo, fue sigilosamente hacia las escaleras por donde podría ganar el hall, sin embargo fue avistado por uno de los enfermeros. -¿A dónde va amigo?-, le preguntó él, viéndolo en su pijama y en sandalias. Trevor echó a correr y se desató el caos y una intensa vocinglería. Yo estaba atendiendo a un paciente en mi consultorio cuando escuché el tumulto, los gritos, los empellones y las sillas cayendo por doquier. -¿Qué ocurre?-, se molestó Roger, el paciente que atendía en esos momentos. -Creo que a alguien no le gustó el menú del día-, in
Esa noche Karlson me pidió en forma precipitada que lo reemplace. -Tengo que atender una urgencia familiar-, me dijo con mucho misterio, enigmático y sudando mucho, igual como si alguien lo estuviera persiguiendo o quizás que iba a ocurrir un cataclismo. Yo ya había terminado mi turno y aunque estaba cansada no me quedó más alternativa que asumir el triaje de los pacientes. Karlson se fue literalmente corriendo de la clínica, incluso llevándose su maleta cargada de no sé qué, huyendo de su oficina. Quedé boquiabierta contemplándolo perderse en las sombras de la noche. No hubo mucho movimiento sin embargo. Llegaron un paciente que hablaba solo, otro con un permanente insomnio y uno más que se tenía instintos suicidas. El doctor Harris, que también estaba de turno, se encargó de los casos. Cerca de las doce, Gladys me llamó alarmada. -Han traído un extraño paquete, Andrea. El mensajero que lo dejó, echó a correr dando trancos, igual si fuera una bomba-, ella también estaba psicos
Mi padre me recogió cerca de las tres de la mañana. Le conté todo lo que había pasado. Él le dio la razón a Brown. -¿qué hubiera ocurrido, hija, si esa caja era una bomba atómica?-, me miró papá irónico. -Es que pensé en mis pacientes-, me sentí mal. -Por eso mismo, hija, debiste pensar en ellos no en su tranquilidad, sino en su seguridad-, me dijo él. Ningún paciente ni sus familiares se enteraron de la bomba. Brown informó a los fiscales que la intención del explosivo era advertir a Trevor para que no diga nada. -En la próxima harán volar la clínica sin previo aviso-, estaba Brown muy furioso. Brenda volvió a sugerir que Trevor debería irse. -Es un peligro para todos nosotros-, le reclamó muy molesta al dueño de la clínica. Brown sin embargo mantuvo a Trevor internado. Yo me reintegré un día después porque había trabajado doble turno la noche anterior. Brown me llamó a su consultorio. -Cada día se aprende en la vida, Andrea. Es lo bonito de la existencia, se descubren s
Ni el incidente con el esposo de Julissa, me acercó a Marcia. Ella, en realidad, estaba muy enamorada de Marcus, sufría mucho por él y se sentía en mucha desventaja porque tan solo era la mucama en la casa y Marcus, el hijo de la patrona. Igual ocurría con Doris que se encargaba de servir las comidas y complacer los apetitos de sus empleadores. Eso la frustraba a ellas, demasiado, cuando me veían llegar a la casa. Marcus no había mejorado poco, además. Eso me preocupaba. Lo que ganaba u obtenía con intensas terapias, sumergiéndolo en el mundo actual lo perdía en los afanes de él de ser un casanova. A Marcus le encantaba seducir y ser deseado por las mujeres. Era su ego. Y para lograr ser un don Juan, debía pensar como si estuviera en el Siglo XVIII donde los caballeros encandilaban a las muchachas con su magia virreinal, de detalles, gestos, venias y romanticismo. Eso nos rendía a las mujeres. Esa tarde intenté convencerlo que él no había nacido en 1727. Le mostré su partida de
Leonela había terminado con su enamorado, el chico tímido que no se atrevía a declarársele y que le rehuía acariciarla y besarla, tanto que finalmente ella decidió no seguir con la relación. No le afectó mucho, tampoco. Le gustaba mucho él pero el carácter tan reservado del chico, la desanimaba. Esa noche durmió en mi cuarto. Llegó de mañana a la ciudad cargada de sus peluches. -Necesito una amiga en estos momentos de aflicción-, me dijo divertida. -A mí no me parece que estás afligida-, me reí mucho con ella. La pasamos bien. Como era sábado corrimos al mercado a comprar, vimos tiendas, paseamos por el parque y nos fuimos a la playa perseguir cangrejos y gaviotas. Cenamos, incluso, en un restaurante bastante discreto, gastado, tétrico y oscuro. -Si mi papá se entera que estoy comiendo aquí me jala las orejas-, le dije a Leonela. Me habían servido un cerro de arroz chaufa pero estuvo muy delicioso. Ella pidió bistec con papas fritas. -¡¡¡Adiós dieta, bienvenidas frituras!!!-,
Leonela quería conocer a "Flecha". Se había ilusionado con él. Le parecía misterioso y romántico a la vez. Mi amiga era muy hábil en ese asunto del internet y ya se había memorizado el portal de poemas. Yo no lo sabía. Mi amiga, tan entusiasmada como estaba, se registró, abrió una cuenta, buscó entre los miembros del grupo a "Flecha" y empezó a escribir los poemitas que se le ocurrían y los firmaba como "Leona". Eso coincidió cuando yo tenía mucho trabajo en la clínica, se habían presentado varios pacientes, Karlson me los derivó a mí y entonces mi tiempo se hizo muy corto y debía multiplicarme para cumplir con las terapias, descuidando el portal de poemas. Karlson, quien me tenía mucha ojeriza, estaba empecinado en que me fuera mal en la clínica e indisponerme ante Brown. Él se consideraba mucho más capaz que yo, aparte que estaba encargada de farmacia y por ende le impedía llevarse y negociar con los fármacos, y por ello me pasaba más pacientes que los otros doctores con el f
Leonela me mandó varios mensajes de texto a mi móvil, diciendo que quería hablar conmigo, pero yo le respondía que estaba muy ocupada, que incluso iba a trabajar mis descansos. -Pero es importante-, subrayaba en forma persistente mi amiga. Pensé en algo serio. -Vente a dormir a mi casa, entonces, el sábado-, la invité. Mi amiga se apareció en mi puerta roja como un tomate. Adiviné fácil que estaba metida en un lío por hombres. -¿De quién te has enamorado, ahora?-, crucé los brazos disgustada. Ella corrió a mi cuarto, dando tumbos, empujando sillas y se metió en mi cama, debajo de los edredones. -No seas infantil y dime qué es lo que pasa-, me molesté. -"Flecha" se ha enamorado de ti, je je je-, estalló Leonela en risotadas. Quedé en una pieza, sin entender nada, completamente absorta. -¿De qué hablas, mujer?-, trataba de interpretar lo que pasaba. -Empecé a escribirle poemas a "Flecha" y él se ha enamorado de ti, je je je-, insistió ella, riéndose. En realidad "Fle