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Capítulo 3: Una confesión espontánea

Regresar a la ciudad luego de esa noche no fue sencillo para ninguno de los cuatro. Aunque en principio Beverly tuvo la brillante idea de dejar a su amiga sin un cuarto dónde dormir, lo cierto fue que no pudo pegar ojo, porque la respiración calmada de Zeus le llegaba a los oídos como una música invitadora a cientos de cosas y ninguna buena.

Lo gracioso es que Zeus tampoco pudo dormir, no con ella a su lado… ni siquiera saber que Luna estaba a un par de puertas lo exaltó tanto como aquella mujer de ojos marrones, con lengua afilada, divertida, inteligente y muy exigente absolutamente con todo.

Esa noche, aunque sintieron los toques de Luna, se hicieron los sordos. Para cuando se hizo el silencio los dos se rieron de su travesura y siguieron hablando de las cosas de la vida.

Para Luna las cosas no fueron más sencillas, porque se despertó abrazada a Jack, con su mano sobre su abdomen desnudo y cálido. Salió con cuidado de la cama, tratando de aguantar las ganas de besarlo hasta quedarse
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