Theodore salió de la empresa y regresó a su mansión. Al llegar se sintió tan solo sin la presencia de Priscila y Gael, que no quiso sentarse a cenar solo. Pensó en llamar a Annette, ella era una mujer muy madura a pesar de su corta edad y eso le agradaba al experto multimillonario. ¡Una mujer descomplicada y divertida! Eso era justo, lo que Theodore necesitaba esa noche. Le envió un mensaje, invitándola a cenar en un lujoso restaurante del centro de New York, una invitación difícil de rechazar; invitación a la cual, la rubia afrancesada terminó aceptando sin dudarlo. Al igual que Theodore, Annette se sentía sola. Sus dos amigas estaban viviendo su vida y ella, quedaba relegada sólo a esos momentos en que Kate o Priscila necesitaban de ella. Buscó en su guardarropas un hermoso vestido para lucir durante la cena, se arregló el cabello y se alistó para aquella cita. Para Annette, Theodore era un hombre interesante, lleno de experiencia, sabia como tratar a una mujer y aunque le d
La rubia despertó envuelta entre las sábanas, aquel lugar era maravilloso, miró a su lado derecho pero su portentoso amante, no estaba a su lado. Se incorporó lentamente, estiró sus brazos y dejó escapar un bostezo. Se levantó de la cama, se dispuso a ir al baño, cuando escuchó los pasos acercarse regresó corriendo a la cama, se acostó y se fingió dormida.Theodore empujó la puerta con el pie, mientras sujetaba en sus manos la bandeja con un espléndido desayuno para su acompañante. Ella se giró hacia él y se incorporó lentamente.—¡Buenos días! Me enviaron con este pedido para usted —dijo él, haciendo una reverencia. —¡Uy! Que bien huele —dijo ella aspirando el aroma del café y las tostadas con miel. —Theodore colocó la bandeja sobre sus piernas.— ¿lo preparó usted mismo? —¡Sinceramente, no! —sonrió y ella también. —Le has quitado la magia y el encanto —bromeó ella. Theodore se sentó a su lado, retoro el mechón rubio que caía sobre sus mejillas. —Llevo años queriendo sorpren
—Tienes otra visita, levántate —le ordenó el guardia a Gerald, mientras abría la puerta de la celda y le colocaba las esposas— Por lo visto eres muy codiciado por las mujeres. —dijo en tono burlón. Gerald pensó que debía tratarse de Gabriela, no imaginó que alguien más tendría interés de verlo.La pelirroja se acercó a la cabina, se sentó y aguardó unos segundos, podía sentir su corazón latir con fuerza y sus manos temblorosas, aunque estaba allí sólo para verlo, en su interior anhelaba que aquel ser que empezaba a crecer dentro de ella, fuese producto de aquel intenso amor que sentía por su ex.Gerald venía cabizbajo, con sus manos esposadas, levantó el rostro, no podía creer que ella estaba allí. Había ido a verlo, Kate había ido a verlo. Las lágrimas se deslizaron rápidamente por sus mejillas, trató de secarlas con su antebrazo. El guardia lo ayudó a sentarse y le entregó el teléfono; con voz trémula apenas pudo decir su nombre:—¡Kate! —Hola Gerald —dijo ella levantando su ma
Esa mañana comenzó bastante ajetreada para Gari. Desde que llegó a la empresa, no hizo otra cosa que revisar documentos y atender las llamadas de los socios minoritarios aterrados por el futuro de la empresa en la cual invirtieron parte de su dinero. “La muerte de Aaron Fitzgerald a manos de su propio hijo” como rezaba en los distintos titulares del noticiero, daban una pésima publicidad a la empresa. Avanzada la mañana, Gari pudo finalmente tomar un respiro y se dispuso a enviarle un mensaje de buenos días, a su amada Priscila. Justo en ese momento su asistente tocó la puerta un par de veces, antes de abrir.—Sr Gootemberg, tiene una visita. —¿De quién se trata, Alice? —preguntó, mirando su reloj, no tenía agendada ninguna cita para esa mañana. —La Sra Fitzgerald está aquí —Gari no pudo ocultar la emoción dentro de su pecho al saber que Priscila estaba allí. —¡Hágala pasar! —contestó emocionado. Priscila entró a la oficina, como siempre, impecablemente vestida, hermosa y r
Con la ayuda del abogado de Gerald, el juez aceptó el pago de una fianza bastante alta para poder salir de la comisaría y esperar el juicio en su mansión. Priscila lo recibió esa misma tarde, aunque cada uno de ellos sabía cual debía ser su puesto en aquel lugar. —¿De verdad no te molesta que me quedé aquí? —preguntó Gerald.—No, no me molesta, además es tu casa, Gerald. —No sé como agradecer lo que has hecho por mí, Priscila.—Mañana se hará la lectura del testamento, sé que me dijiste que no deseas saber sobre ello. Pero deberás estar presente.—Sí, lo sé. —suspiró tratando de liberar la angustia que le provocaba toda aquella situación. Luego de terminar de cenar, Gerald fue hasta una de las habitaciones de huéspedes para descansar un poco. Necesitaba pensar con calma en la manera de sacar a su madre del sanatorio mental. Se levantó de la cama y fue hasta el dormitorio de Priscila. Al verlo entrar, la pelicastaña no pudo evitar recordar aquel horrible encuentro entre ellos.
Finalmente llegó el momento esperado, tanto Gerald como su madre, estaban listos para la lectura del testamento de Aaron Fitzgerald. Priscila, con la ayuda de Gabriela, arregló y maquilló a la hermosa mujer, quien en algunos momentos parecía perder la noción de la realidad “o eso pensaba Priscila” cuando algo alterada terminaba inculpando a la enfermera por la muerte de su esposo. En esos instantes, la pelicastaña asumía que se debía a que Gabriela era quien cuidó de ella durante todo ese tiempo. A diferencia de Gabriela, Priscila sólo sabía lo poco que le había contado Gerald sobre el pasado de sus padres. Aunque podía imaginar que había sido algo poco agradable, no de atrevía a preguntar sobre ese tema. Ya estando todos reunidos en la biblioteca, el abogado personal de Aaron, aguardaba para dar lectura al documento. Siguiendo las pautas protocolares de privacidad y confidencialidad, además de la presencia de dos testigos, que serían Gabriela y Sandy, la empleada doméstica de con
Melanie escuchó el llanto de un pequeño y despertó angustiada, fue hasta la habitación siguiente y vio al niño llorando, lo cargó entre sus brazos para calmarlo; viendo que no podía hacer que dejara de llorar, fue hasta la habitación de su hijo Gerald, tocó varias veces a la puerta, mientras mecía sus brazos y siseaba para tranquilizar a Gael. No sabia que más hacer, por lo que decidió darle un paseó por el jardín. Eso ayudó un poco a que este dejara de llorar, aún así seguía inquieto, continuó caminando por la parte de afuera de la mansión y sin darse cuenta, se fue alejando del lugar. Cuando volteó a los lados se sintió perdida, no recordaba como volver. Mientras tanto, en la mansión, Priscila buscaba con desesperación a su hijo. Fue hasta la habitación de Gerald y luego de moverlo un par de veces logró que él despertase. —¿Qué ocurre? —despertó angustiado, sin entender lo que estaba ocurriendo. —¡Es Gael, no está, no está! —dijo con voz trémula. —Eso no puede ser, Priscila
Mientras la relación de Theodore y Annette parece ir viento en popa, la relación entre Smith y Kate es caótica. Cuando la pelirroja visitó a Gerald esa mañana, supo que realmente nunca había dejado de sentir amor por él, a pesar de que su romance inició de forma inesperada y llena de mucha intensidad, lo cierto era que aquella pasión se había convertido en un sentimiento profundo. —Supe que estuviste visitando a Gerald Fitzgerald. —espetó. —¡Sí! Fui a verlo, Smith —contestó en tono hostil.—¿Te parece irrelevante haber actuado de esa manera sin siquiera informarme que irías? ¿Cómo crees que quedo yo ante él, cuando mi mujer va a visitar al hombre que justamente estoy demandando ante la fiscalía y nada más y nada menos que por ser el supuesto asesino confeso de la muerte de su padre? —esgrimió.—¡Sé que no lo hizo! —Kate fue parca en su respuesta.—¿O eso quieres creer? —el sarcasmo en aquella frase era explícito. —A veces nos conviene creer algunas verdades que no existen —su